«El libro es una declaración de amor a Logroño»
Jorge Alacid | Periodista y escritor ·
Un relato costumbrista del autor disecciona en 'Logroño en sus bares' el paisaje y el paisanaje capitalinos desde los años 60 hasta la actualidadSecciones
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Jorge Alacid | Periodista y escritor ·
Un relato costumbrista del autor disecciona en 'Logroño en sus bares' el paisaje y el paisanaje capitalinos desde los años 60 hasta la actualidad«(...) siempre hay algo más que decir al respecto de nuestras barras más queridas, ese espacio para la socialización donde yo prefiero siempre destacar su atributo más valioso. Que sirven para la celebrar la vida».
(Epílogo del blog y del libro 'Logroño en ... sus bares').
Profundo conocedor del paisaje y del paisanaje ('parroquianos' es la denominación que gusta al autor) de Logroño en general y del casco antiguo capitalino en particular (no en vano se crió en la calle Portales, «General Mola, entonces», puntualiza), Jorge Alacid desembarca en el terreno de la literatura con 'Logroño en sus bares', editado por Pepitas de Calabaza. Doctor en Periodismo por la UPV, coordinador de Ediciones de Diario LA RIOJA y profesor de Comunicación en la UNIR, Alacid (Logroño, 1962) traza un minucioso relato costumbrista, el de sus propias vivencias, memoria escrita de quien se considera «más logroñés que riojano». El libro es una «labor de poda» de los 'posts' que publicó en larioja.com entre el año 2012 y mayo de este 2020.
UN LIBRO DEDICADO
EL LOGROÑO DE AYER
'PRIMUS INTER PARES'
LEGATARIOS DEL PASADO
Alacid presentó días atrás su libro, una publicación que hoy vivirá su puesta de largo con un acto en la librería 'Semilla negra', presentado por Bernardo Sánchez.
– Llevamos trabajando juntos 27 años... se me hace extraño tratarle de usted, pero la etiqueta de la entrevista obliga...
– Nada, nada, trátame de tú.
– ¿Por qué en su día un blog?
– No sé muy bien la razón. Nace de una sensación que me acometió un día viendo la fachada del desaparecido Pachuca. De repente tuve el pálpito de que gran parte de mi vida, como la de tantos logroñeses, ha transcurrido en sus momentos más gozosos en los bares. Me pareció una cierta obligación profesional por un lado y también un mandato logroñés por otro intentar recuperar esa memoria.
– ¿Por qué hoy en día un libro?
– Pensé que había una secuencia temporal que si conseguía agrupar de manera cabal podía formar parte de un libro. Fuimos haciendo una poda salvaje, con la idea de que fuera un libro, no una mera acumulación de entradas del blog.
– ¿Cuánto tuvo que ver la declaración del estado de alarma con la decisión de cerrar el blog?
– Probablemente fue definitiva. Los primeros días en que volví a salir a la calle tuve una sensación de enorme tristeza. Como ya estaba en trance la edición del libro pensé que era un buen momento para finiquitar esa aventura.
– La foto de portada es una imagen de La Granja tomada por Jesús Esteban en 1965. ¿Toda una declaración de intenciones?
– Sí. Vi la foto en una exposición hace años y me impresionó, porque reflejaba el tipo de bar que yo conocí de crío. De hecho, tengo esa foto en mi casa. Remite al espíritu con que nacieron el blog y el libro, la idea de que en los bares está depositada como un alma ciudadana, y también refleja la decadencia del paso del tiempo.
– Reciben al lector imágenes del Moderno y el Tolmay. ¿Por qué la selección de estas fotografías?
– Son fotos de Alfredo Iglesias, seleccionadas por la editorial. Operaron, igual que la de la portada, como el detonante de evocaciones, con gran valor documental.
– Y cierra el libro una de Emiliano en el Café Tívoli...
– Es uno de los bares totémicos para mí, uno de los 'pasos de paloma' en que se convertían muchos bares que atraían a la multitud, sobre todo de La Rioja rural.
– Datas tus primeros recuerdos de bares de cuando rondabas los 8 años. Ya tienes horas de vuelo en estas lides...
– Pues sí, pero una manera muy logroñesa de hacerte mayor era ingresar en el territorio de los adultos. Entonces había un rito iniciático en el que cuando ya se te permitía acceder al mundo de los mayores se sustanciaba en acceder a los distintos cafés: 'Ya soy mayor porque estoy en Los Leones' o 'porque voy de vinos por Laurel'.
– Y dedicas el libro a tus padres.
– Cuando reflexioné sobre qué quería contar en él me di cuenta de que mi amor por los bares está alumbrado por mis padres, que son los primeros que me van conduciendo a esos lugares y los que me instalan en la devoción por los bares. Me parecía que era también una forma de saldar la deuda que tiene uno siempre con sus padres, en este caso porque eran los 'sherpas' que nos condujeron, por lo menos a mí, hacia ese escenario tan memorable que son los bares.
– ¿De verdad has visitado todos los bares a los que aludes? Si es así has gastado el PIB de Burkina Faso en consumiciones...
– (risas) Pero eso nos ha pasado a muchos... Me llamaba la atención cuando veías a los hijos de los dueños de algunos bares, con sus proles, y decías 'Al bienestar de esta familia hemos procurado muchos logroñeses'. Realmente es una especie de mandato logroñés crear ese bienestar común que significaba el bienestar del sector hostelero. Y sí, he estado en todos, igual en alguno la memoria es más débil, pero en líneas generales, sí.
– El libro es todo un tratado de antropología logroñesa.
– Cuando me ha tocado revisarlo me he dado cuenta de que en realidad el libro es una carta de amor, una declaración de amor a Logroño. En la portada 'Logroño' sale en pequeño y bares, en grande, pero yo pienso que tiene más importancia la palabra 'Logroño' que 'bares'. Lo he trazado así. A partir del amor que siento a la ciudad en la que nací, y que me parecía que no tenía un libro de este estilo.
– ¿Te molestaría si te digo que, por momentos, el autor parece una aleación de Jerónimo Jiménez y Eduardo Gómez?
– ¡No!, no me molesta nada, porque citas a dos personas a las que profeso un extraordinario cariño. Al desaparecido Jerónimo, que es una de las personas más bondadosas que he conocido, aparte de poseedor de una erudición logroñesa que echo en falta. Y a Eduardo Gómez, a quien he recurrido en muchas ocasiones. Ambos son ejemplo de gente en la que me reconozco, que enhebran con la ciudad una historia de amor como la que yo intento protagonizar.
– Sostienes que «también el cariño a los bares es cuestión de química», y los defines como «un espacio para uso y disfrute en este valle de lágrimas». Pero, por encima de todo, defiendes que «sirven para celebrar la vida».
–Sí, uno no va a un bar a pasarlo mal, hay un impulso positivo que permite pensar en él como un espacio para el hedonismo. Y de eso me he dado cuenta cuando recopilaba artículos: qué bien lo hemos pasado en los bares.
– También son «paso de palomas», «veladores para mirar y ser mirados»... Gabinete Caligari se lamentaría de no ponerse en contacto contigo en 1986 para su 'Al calor del amor en un bar'...
– Bueno, no lo descartemos... ¡aún están a tiempo de hacer una reedición...! (risas). El bar es muchas cosas. Eso que mencionas, pero también quiero destacar otra faceta: es muchas veces el faro de una ciudad. Porque los bares son el epicentro para la socialización.
– «Buena parte de los mejores momentos» de tu vida han transcurrido en bares de Logroño.
– Sí. Ése es el detonante. La idea me asaltó cuando vi el rótulo del Pachuca. Y debo añadir que lamentablemente una mano homicida ha ido desgajando las teselas del mosaico que formaba el rótulo. Esa sensación de buenos recuerdos, de celebrar la vida con tus seres queridos, incluso con desconocidos que de repente dejan de serlo o con semiconocidos que se transforman en amigos del alma es la que quería trasladar.
– Y sin que necesariamente tenga relación de continuidad con la pregunta anterior, afirmas también que Los Tres Marqueses (sí, Los Tres Marqueses) será «siempre» para ti «el escenario del vermú dominical». No te puedo pedir explicaciones, pero casi necesito que ahondes en la contextualización que haces en el libro...
– Ahora se ha convertido en un club de alterne, pero Los Tres Marqueses en esencia era uno de tantos chiringuitos que se instalaban en la periferia y representaban un imán para las familias de los años 60 y 70 a la hora de decidir qué hacían con su prole el domingo por la mañana. Y ansíabamos ir a Los Tres Marqueses porque era un sitio muy chulo, tenía unos columpios formidables, el bar estaba servido con profesionalidad...
– Recuperas palabras si no olvidadas sí caídas en desuso: parroquianos, chiquiteo, subastao, emparedado, zarzaparrilla...
–Sí, y, por ejemplo, ambigú, otra palabra que no está en el vocabulario porque ha desaparecido el tipo de espacio al que hace alusión. Me apetecía rescatarlas.
– Y aseguras que tu «red social favorita es la establecida entre camareros y clientes».
– Ése es un universo muy interesante para cualquier ciudadano y casi obligado para un periodista. Ahí se 'trafica' con nuestro material más preciado, la información, y las pistas que da un camarero de confianza es un mundo al que no debemos renunciar.
– Añoras que los camareros de antes «ponían a cada uno en su sitio».
– En general era el tipo de aprendizaje al que te sometía la época. Teníamos un respeto, probablemente exagerado, hacia el adulto. Había un linaje de camareros que eran como una especie de los guardianes de la ortodoxia cívica.
– Hiciste también tus pinitos como camarero «un par de veranos de mozalbete»...
– Sí, muchos logroñeses en algún momento han ejercido de camareros. Yo lo hice a un nivel más que 'amateur' en el bar de las piscinas de la S.R. Cantabria.
– Sé que te pongo en un compromiso, pero también sé que te esperas la pregunta. Quédate con un bar, un camarero y un pincho.
– Mis bares favoritos son los que ya no existen. Probablemente el que más me gusta es La Granja, el que más se me ha fijado en la memoria. Un camarero, Santos, también de La Granja. Era un mago, una persona gentil hasta la exageración. Y, por no irme de ahí, mi pincho siempre será la tostada que me servía Santos. De pan de molde con mantequilla. Es un pincho modesto, pero opera en mí como 'la magdalena de Proust'.
– El chiquiteo desde luego tal y como lo conocíamos ha desaparecido, al menos en los bares del centro. Y en realidad es un reflejo de cómo se han modificado las tendencias de consumo: ir de bares se reduce prácticamente al fin de semana. Y eso ha sucedido con otras parcelas del ocio.
– La hostelería, como el ocio o el turismo, se ha convertido en un mundo propio. Los bares han dejado de ser lo que eran para transformarse en un apéndice muy vital de la actividad económica. Pero por el camino se ha perdido encanto, y también profesionalidad. Y creo que nos equivocamos si no conseguimos que en cada peldaño de la escalera no recuperemos algo del peldaño anterior.
– Ahora no somos capaces de calcular el impacto de la pandemia. Yo creo que al bar le va a ir bien, cuando se restablezca la normalidad los bares van a estar ahí y se van a recuperar los hábitos. La duda es cuándo se va a recuperar esa normalidad, y con qué coste.
– Tres últimas dudas. Una. ¿Por qué te refieres siempre a quien te lee como el improbable lector?
– Me gustaba, me parecía un guiño con los lectores, y alguno en la calle me decía 'Aquí tienes un improbable lector'. Como me hizo gracia ese juego lo he mantenido.
– Dos. ¿¿Qué tomas para la memoria?
– Leí una vez que la memoria es la inteligencia de los tontos, y dije, «eso demuestra lo tonto que soy», porque tengo mucha memoria, es un 'defecto' que tengo de saque y que procuro cultivar.
– Y tres. ¿¿¿De verdad que «¿ya no tenemos edad para 'un golpe de ginebra Fockink'», como afirma Peyró en el prólogo???
–(Risas) Eso debo desmentirlo porque no hace demasiado me compré una botella de otra marca de la época, la ginebra M.G., y los gin tonics que me preparo en casa son con M.G... así que si sirve como remedo de la añorada Fockink...
– 'Y no acudiré nunca a la cita feroz de la nostalgia', clama Roberto Iglesias en la cristalera de un bar histórico, el Café Bretón. Es de agradecer que no hayas hecho caso a nuestro fallecido compañero. Tu libro es una fragua que ha avivado muchos recuerdos, sentimientos, emociones, que nos permite revisitarnos a nosotros mismos.
– Yo no he estado nunca de acuerdo con ese verso, que por otro lado es brillante. De lo que no soy partidario es de la melancolía. Pero sí creo que somos legatarios del pasado que recreamos a través de la nostalgia, y que conlleva aprendizaje. Por eso el recurso a la nostalgia me parece no solo legítimo, sino conveniente.
Una foto del autor en Laurel ilustra el último 'post' del blog 'Logroño en sus bares'. Una calle Laurel en aquel entonces (mayo de 2020) inolora, insabora. Y un bloguero solo. De espaldas. Alejándose.
O quizá, simplemente, celebrando la vida.
Autor: Jorge Alacid
Fotografías: Alfredo Iglesias
Editorial: Pepitas de Calabaza-Los aciertos
Páginas: 271
Precio: 20,50 €
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