¿Libres o enganchados?
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Todos estamos atados a algo o a alguien. Y el que no lo esté, que levante la manoEl último domingo del mes pasado dedicaba mi espacio a felicitar, en la fiesta de su patrono, a mis amigos periodistas en todos los medios de comunicación. La primera consideración que modestamente ofrecía tiene que ver con la libertad: «Sin libertad no hay periodismo, solamente ... propaganda. Y sin periodismo no hay libertad».
Ante la solicitud de algunos de mis lectores, me propongo hoy manifestar mi vivencia personal de la libertad. Recuerdo que allá por los años ochenta, en una clase de ética, en la Escuela de Trabajo social, comentando algo acerca de la libertad personal a la que todos tenemos derecho, una alumna me preguntó, casi a bocajarro: «Don Justo, usted, siendo cura, ¿se siente verdaderamente libre?». Y razonó: «Por su condición de sacerdote, no puede ir a determinados sitios, ni frecuentar ciertos ambientes, ni disfrutar de muchos placeres que sí gozamos el resto. Por lo tanto, usted no es libre. O al menos no tanto como mis compañeros y yo».
Reconozco que el envite me interesó al instante y enseguida me puse a pensar en voz alta. Y los chavales, en su mayoría chicas, hicieron lo mismo. Procuré hacerles caer en la cuenta de que cualquier persona está atada a algo o alguien. No en vano, toda planta tiene su raíz; todo edificio, sus cimientos; todo pensamiento elaborado, su hondo y previo razonamiento; todo escalador, su cuerda de vida, etc.
Hoy es frecuente hablar de 'enganchados' en lugar de 'atados'. ¡Pues vamos a hablar de enganchados! Hablemos de las adicciones. ¿Hasta qué punto es libre –o esclavo– el enganchado a cualquier tipo de droga, pornografía o prostitución, juego o red social que empezó consumiendo por gusto y que ahora domina su vida? ¿Qué quiere decir el que afirma «no puedo dejarlo»? ¿Dónde está la verdadera libertad? Una persona adicta ¿es más libre o más esclava?
Yo siempre he dicho que «la virtud está en el medio sólo cuando el medio es virtud. El resto del tiempo, el medio es mediocridad o tibieza». Sin embargo, en relación con las opciones personales (vayan de elegir estado de vida, profesión o forma de divertirse), la libertad que obtienes guarda bastante proporción con el dominio de ti mismo, con la capacidad de vivir cierta reciedumbre, de ponerte metas elevadas y ser coherente y comprometido con ellas. Mesura y determinación. Un equilibrio necesario para vivir en libertad.
No se debe confundir la fantasía imposible de hacer sólo lo que me apetece, cuando, dónde y cómo quiera, sin medir consecuencias, con la verdadera libertad humana.
Siguiendo con aquella clase de trabajo social, les conté a los alumnos mi vivencia personal de la libertad. No soy experto en estas cosas, pero mi experiencia viene siendo más o menos la que sigue: todos sin excepción estamos atados a algo (una mujer, un marido, unos hijos, unos alumnos, un trabajo, un horario, un entrenamiento, un entorno social, unas creencias...). Porque el progreso en la vida requiere raíces. También esfuerzo y constancia. La constancia se apoya en la rutina. La rutina cobra sentido si está vinculada a la determinada voluntad de lograr un objetivo. En el camino hacia esa meta, con frecuencia, nos cansamos o decepcionamos, pero el compromiso (que no es lo opuesto a la libertad) asegura el rumbo.
Será más libre aquel que se ate (o enganche) a una realidad mejor. Cuanta más altura tenga esa realidad, más altura tendrá nuestra libertad.
Yo les dije a aquellos chicos de la Escuela de Trabajo Social que yo me he dejado seducir por Dios; por el Dios hecho hombre que me llamó diciéndome: «¿Quieres dejarlo todo y entregarte a mi servicio?».
Sé que mucha gente entenderá lo que digo y lo hará suyo. Otra mucha gente no lo entenderá. Respeto ambas posturas como es natural. A todos ellos les digo categóricamente que mi opción por Dios –y por las cosas de Dios– me han permitido vivir realmente libre porque, al final, la libertad verdadera consiste en hacer lo correcto porque a uno le da la gana. Y nadie te orienta o seduce o engancha mejor en esa dirección, que el mismo Dios.
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