Razones personales

Como en otras obras de Kaurismäki a su personaje central, un hombre, Henri Boulanger, al que da vida Jean Pierre Leaud, es despedido del trabajo por la privatización del servicio público en el que estaba ocupado y la profunda crisis existencial que le asola le encamina al suicidio. Dos intentos fallidos le convencen que la mejor solución es contratar a un sicario para que de una forma rápida le quite la vida.

La acción se desarrolla en Londres en zonas periféricas, deprimentes y de tonos grises. Un ambiente sórdido y decadente que acentúa la angustia de Henri. Un karma desalentador, habitual en algunas piezas del autor de Le Havre, que gira hacia el clima risueño gracias al amor.

Una infrecuente ingesta de whisky (Kaurismäki es un infatigable bebedor) transforma a Henri en un romántico empedernido al conocer a Margaret (Margi Clark), una vendedora de rosas que frecuenta tugurios cochambrosos revestida de una imagen al paso de la Judy Barton (Kim Novak) de 'Vértigo' (1959), de Alfred Hitchcock.

Los efectos balsámicos del alcohol mutan en el confuso Henri y trastoca su plan: ya no quiere morir. Ahora su esfuerzo consiste en derogar el contrato suscrito. Pero el sicario anda suelto y además Henri se mete en un sobrevenido lío que lo deja al pie de los caballos.

La ironía y el juego de la fatalidad funcionan, pero también la esperanza. La trama se comporta como una ruleta y por la pantalla desfilan haciendo cameos el propio Kaurismäki, el cantante Joe Strummer, el actor francés Serge Reggiani; y se oyen frases tan sentidas como: «La clase obrera no tiene patria». Perfecta.