La mujer barbuda

Resulta sorprendente que un largometraje con potencial atractivo que narra la historia de una mujer que padece el molesto fenómeno del hirsutismo, es decir, el excesivo crecimiento de vello, no llamara la atención del aficionado. Esta obra estuvo en el festival de Cannes, en la sección 'Una cierta mirada', se presentó en España en el certamen de San Sebastián y hace apenas unas semanas llegó a la cartelera comercial sin el eco que se merece.

La acción del argumento se sitúa en 1870, en una zona rural francesa, alrededor de un pequeño pueblo cuya mayoría de ciudadanos trabaja en una empresa local dominada con mano severa por el cacique Barcelin (Benjamin Biolay). El epicentro de este drama rústico se centra en el personaje de Rosalie (Nadie Tereszkiewicz), una mujer victimizada por su aspecto de atracción de feria.

Es una chica barbuda estigmatizada. Su padre logra arreglar su matrimonio con el propietario de una tasca, Abel (Benoît Magimel), que accede al trato sin conocer su secreto a cambio de la dote para paliar sus deudas.

La figura de Rosalie representa el orgullo de una joven por romper las barreras de los escrúpulos, acabar con la malicia y luchar por su integración. Repelida por una sociedad inclemente con la rareza, la mujer encontrará en la sensibilidad oculta de Abel el cariño que toda fémina necesita. Se mostrará tal y como es ante los demás, generando curiosidad y asombro.

Pequeños pasos para liberarse de la etiqueta de monstruo, visibilizar su trastorno corporal sin vergüenza y buscar con naturalidad el aprecio y confianza de sus vecinos. Rosalie es más que un relato sobre ser diferente. Es un alegato feminista.