Monjas de clausura

El tiempo y la virtud de la justicia reparadora en el sentido creativo han puesto al matrimonio formado por Sierra y Lejárraga en su sitio. El primero acuñaba con su firma lo que su habilidosa mujer escribía. Ahora ya se sabe a ciencia cierta que el hombre era un fraude protegido por el manto patriarcal de la sociedad mientras que las grandes cualidades la mujer, situadas en un villano segundo plano, volaban artísticamente sin reconocimiento alguno. Las tornas han cambiado y la escritora es, desde hace unos años, motivo de culto y objeto de investigaciones y tratamientos que hacen honor a sus enormes capacidades y valientes habilidades. Entre sus principales desvelos estaba la mujer como clave de un universo expansivo.

Parte de esta idea flota en la película de Garci. En esa fecha era un cineasta de prestigio con un Óscar a la mejor producción de habla no inglesa en su vitrina. Manejándose con los géneros a su antojo encontró un filón en la vertiente clásica, decimonónica, y se decantó por las adaptaciones de relieve buscando visualmente el sentimentalismo y la emoción.

Este largometraje de monjas enclaustradas perfiladas con el tono alegre y verbenero de Garci y pautado por la presencia del enamorado médico rural don José (Alfredo Landa) es una elegía sobre saber mirar es saber amar. Sin olvidar su alegoría sobre el instinto maternal apuntado por la llegada de la mujercita Teresa (Maribel Verdú) que aviva el convento. Un zurdazo por toda la escuadra.