Fugitivos románticos

La década de los sesenta fue prolífica en ideas y nuevas formas del hacer creativo. Se palpaba un inquieto espíritu renovador y de ruptura con la tradición más arraigada. Dos jóvenes guionistas, Robert Benton y David Newman, habían escrito un libreto sobre una pareja de atracadores, Clyde Barrow y Bonnie Parker, que asaltaban bancos en algunos estados del sur.

El guion paso por varias manos, incluidas las de Godard y Truffaut, que rechazaron el proyecto. De repente irrumpió un verso libre, el productor/director Warren Beatty, que compró el texto y le ofreció a la Warner rodarlo con él de protagonista y Arthur Penn de realizador.

La actriz Faye Daneway se incorporó al cartel y Penn retomó la violencia en su aspecto más físico. Implementó un tratamiento estético excitado y, al mismo tiempo, cautivó la imaginación de la juventud norteamericana.

Jack Warner, mandamás del estudio, quedó horrorizado por la explosión de violencia pero permitió que terminara su fase de producción pensando que iba a ser un absoluto fracaso. Se equivocó. La película es uno de los títulos más renovadores e influyentes del cine.

En la memoria permanece el descarnado clímax final. Una sinfonía de balas hacen convulsionar los cuerpos de los bandidos equiparada con el éxtasis del orgasmo. Penn era de raíz psicológica e identificó con vigor la tensión no resuelta de los personajes. Obra maestra.