Dejar de respirar

La película de producción francesa reflexiona y busca las claves inexploradas cuando una enfermedad irreversible te dice sin cortapisas que tienes los días contados. Enfrentarse a esta peliaguda y angustiosa cuestión es un reto repleto de incógnitas de toda índole. La cineasta de origen franco iraní nacida en Berlín plantea, con mucha emoción y sutilidad, una respuesta que sin ser categórica ayuda a afrontar un tema muy delicado.

Emily Atef articula su propuesta contando con una actriz, Vicky Krieps, valiente y muy resolutiva en el arduo trance de tomar una decisión drástica sabiendo que la parca va a llamar a su puerta. La intérprete da vida a Héléne una mujer aquejada de una fibrosis pulmonar idiopática sólo evitable con un trasplante muy temerario. Sus pulmones se ensanchan y llegará un momento que deje de respirar.

Atenazada por el dolor y sin posibilidad de esperanza, Héléne cuenta con el apoyo y atención infatigable de su marido, Mathieu (Gaspard Ulliel), muy optimista y valedor de la intervención como mejor solución.

Sin embargo, y aquí radica el aspecto crucial del largometraje, Hélène es ahora un verso libre que desea encontrar la paz y el sosiego sin tener que atar a nadie atendiendo sus últimos soplos de vida. En internet encuentra un blog de un hombre noruego, Bent (Bjorn Floberg), que diagnosticado con la misma dolencia encaró la realidad terrible desde un ánimo y desafío desprejuiciado.

Sus textos y enfoques chispeantes entusiasman a Hélène que contra la opinión de todos se desplaza en tren a Noruega y aquí, en medio de la naturaleza y los fiordos, se prepara para un hecho irreversible desde una óptica luminosa y espiritual.