Bésame y esfúmate

Esta singular y muy elocuente panorámica de verdaderos descubrimientos cinematográficos nos lleva esta vez a la envolvente y espiritual cultura nipona de la mano de una afamada escritora, Sidonie (Isabelle Huppert), que viaja hasta Osaka para promocionar su último libro. Aquí le espera su atento y ensimismado editor, Kenzo Mizoguchi (Tsuyoshi Ihara), que actuará de apoyo y guía.

Una de las primeras ocurrencias de Sidonie al conocer el nombre de su acompañante es preguntarle si tiene algo de parentesco con el extraordinario cineasta japonés Kenji Mizoguchi. A lo que el anfitrión responde con una modestia seca: «Es un apellido muy común en Japón». Resuelta la referencia, casi obligada, la historia poco tensionada en su comienzo da un giro y se adentra en un territorio cuyo maridaje rodea el cine intimista y el fantástico.

Sidonie no podía ser otra que la camaleónica Isabelle Huppert, a la que las tierras y el ambiente asiático (habitual del realizador surcoreano Hong Sang-soo) le sientan de perlas. Su andadura por el relato es de perplejidad. Atiende a sus lectores incondicionales y en los ratos de trayecto, cargados de misticismo, la empuja a enamorarse de Kenzo, un interlocutor fastidiado por un asunto amatorio.

Entre los dos personajes crece una amistad y algo de correspondencia sexual. Pero el cambio significativo de rumbo en el guion lo llena en modo fantasma la aparición de Antoine (August Diehl), el difunto marido de Sidonie. El tono se aviva.

Su presencia como un ente, detectado solo por Sidonie, encaja en la querencia del cine japonés por los espectros. Como afirma Mizoguchi, «en Japón viven a nuestro alrededor; lo visible e invisible coexisten entre nosotros y los fantasmas nos ayudan a vivir». Hablar de ausencias eleva la emoción de la película que se convierte en una serena historia de amor con ánima burlona incluida.