Mi amigo robot

El responsable de obras arriesgadas como 'Blancanieves' (2012) que se escapan a los márgenes por la osadía visual y reformulación estética de su cuerpo dramático afronta ahora con ímpetu autoral valiente un ejercicio en el terreno de la animación que no sólo es un reto asombroso sino que su resultado es una pieza poliédrica de una belleza impresionante.

Desde mi mirada autónoma y subjetiva y desde la perspectiva de la psicología narrativa y temática, 'Robot dreams' es una pieza que me robó el corazón y su materia fílmica, entretejido de acciones y alcance de su propuesta, me parece virtuosa y de calado emocional a la altura de obra maestra.

Puede que exagere, es posible, pero el largometraje de Pablo Berger, tanto por sus recursos expresivos –de trazos suaves, sencillos y armónicos en el dibujo– como por la sutil y necesaria reflexión acerca de asuntos recurrentes como la soledad y la falta de comunicación, conjugan en un sentido visual y moral alucinante que enamora.

Película que se ha exhibido en festivales como el de Can-nes y Sitges, entre otros, y cuenta una historia distópica en la concepción de sus personajes que se ubica en el Nueva York de los años 80 y cuyo eje central es la curiosa y hechizante relación entre Dog, un perro de costumbres humanas, que monta un robot para paliar su aislamiento.

La premisa parte de una situación deprimente y triste para que, una vez forjada la extraña entente el realizador, siempre desde la paradoja de la sencillez más compleja, alumbre un relato de amistad que te atrapa para no soltarte. Un mensaje alentador construido con el encanto de la animación y desarrollado como una historia de colegas de fuerte conexión cuyo ejemplo más elocuente es la genial escena de la playa. A disfrutar.