antonio arco
Domingo, 17 de mayo 2020, 00:12
Los protagonistas de 'La colección', su nuevo texto dramático, finalizado durante el estado de alarma, son una pareja de ancianos, sin hijos, que atesoran un patrimonio de obras de arte y objetos inigualable y rodeado de misterios. Obras separadas «por océanos y por ... siglos» en las que «se presencian las mismas agitaciones del alma». Juan Mayorga (Madrid, 1965) confía en poder dirigirla, llegado el momento de su estreno, mientras está embarcado en varios proyectos, como la reposición de 'La lengua en pedazos', sobre Teresa de Jesús, un texto muy especial para el autor de grandes éxitos como 'El chico de la última fila'.
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Mayorga ocupa en la Real Academia Española de la Lengua (RAE) el sillón M, que quedó vacante tras la muerte del poeta Carlos Bousoño, quien, al igual que su sucesor, no comulgaba con quienes pretenden obtener «renta de las mariposas» y cobrar recibo «por los amaneceres milagrosos». Padre de tres hijos, todos juntos están confinados en Madrid, donde «ya no hay discusión sobre la relevancia de la sanidad pública». Llueve durante la entrevista. Mirarla le gusta.
- ¿Y usted?
- Estoy preocupado, porque creo que la miseria se va a extender y habrá todavía más gente que vivirá en condiciones muy duras; además, a la conmoción económica suelen suceder, históricamente, soluciones políticas muchas veces descabelladas, inflamadas por la urgencia y no precisamente por la reflexión, sino por los tópicos, etcétera. Preocupado por el horizonte económico y político, en general en el mundo, y desde luego de nuestro país. Y, al mismo tiempo, confío en que haya sensatez, que debería empezar por el reconocimiento de que tenemos que estar atentos, sobre todo, a los más vulnerables.
- ¿Comparte la idea de que el 'Duelo a garrotazos' de Goya es la imagen que mejor nos representa?
- Es muy llamativo que esa imagen sea tan utilizada cuando se trata de ilustrar portadas sobre la historia de la España, incluso, del siglo XX. Se ha convertido realmente en un icono pero, para empezar, no estoy entre los que piensan en una excepcionalidad española, ni tampoco creo que tengamos una pulsión cainita irreversible. No soy fatalista frente a la Historia, porque creo que el fatalismo, finalmente, es reaccionario ya que conduce a pensar que tu acción es inútil, en cuanto a que no puedes hacer nada puesto que lo que estaba llamado a ocurrir, ocurrirá. Creo que esto no es así, que el Holocausto pudo no suceder, y que pudo no haber ocurrido nuestra Guerra Civil. Realmente preocupado, sí, porque siento que aparece la pulsión egoísta en individuos y en comunidades; pero, dicho esto, estoy convencido de que tenemos capacidad de acción y de que el futuro está en buena parte en nuestras manos. Lo que espero es que se impongan los discursos más razonables, sensatos y ecuánimes, que son los menos cainitas, los menos guerracivilistas.
- ¿Es el tiempo de los jóvenes?
- Es el tiempo de todos; esta pandemia, que ha sido un fenómeno mundial, debería conducirnos a un universalismo ético y político, a ser conscientes de que los problemas son globales y han de ser atendidos por todos, y que la desgracia de otro acaba provocando la propia. Estamos en un tiempo en el que alguien como Kant podría decir algo acerca de la importancia de la extensión de los acuerdos y de la comunidad. Es un tiempo en el que es muy importante también que se produzca una solidaridad entre generaciones porque, precisamente, los jóvenes se encuentran ante un horizonte muy complicado y hay que atender a su formación y a sus dificultades, al tiempo que ellos deben implicarse en la práctica de esa ética de los cuidados que tanto necesitamos.
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- ¿Qué nos vendría bien recordar de las enseñanzas de Teresa de Jesús?
- Primero, recordar que ella era, ante todo, un ser humano libre, a contracorriente, que no se dejaba llevar por los discursos dominantes, por ejemplo acerca de lo que una mujer debía hacer. Era fuerte, con gran capacidad de liderazgo, de entusiasmar, al mismo tiempo que destacaba por su extraordinaria dureza; pasó por el dolor, conoció la enfermedad y la cercanía de la muerte, y todo eso le llevó precisamente a celebrar la vida, cada ocasión que la vida le ofrecía de poder celebrarla, cada ocasión en la que podía encontrar belleza: da igual que sea en la cocina, o en el huerto... Y hay algo que es muy importante en ella, su sentido de la amistad y de la comunidad. Necesitamos gente con esa fuerza de Teresa de Jesús.
- ¿Qué se ha propuesto?
- Creo que es muy importante trabajar ahora mejor que nunca; desde luego, las gentes de la cultura tenemos que hacerlo así, ahora que somos más conscientes aún de la importancia de lo que podemos y debemos entregar a la sociedad. La cultura, la reflexión, ayudan a la gente a resistir. Modestamente, me he empeñado en dar señales de vida, en insistir, en trabajar, si cabe, con más exigencia que antes. No basta con estar preocupado, no es suficiente en absoluto, hay que intervenir.
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- Ha terminado durante su confinamiento una nueva obra, 'La colección'...
-... y estoy descubriendo que sus primeros lectores se preguntan por sus propias colecciones, por su vinculación con los objetos, con aquello que han ido reuniendo y la motivación que les ha guiado, sobre el valor que tienen las cosas y sobre si, a lo mejor, se han ido entregando a una pasión que acaba absorbiendo su propia vida. Es una obra que me gustaría dirigir, ya veremos. Sé que tengo muchos límites como director, incluso más que como autor, pero pienso que en este caso, con 'La colección', quizá podría ayudar a los actores de forma más intensa que en otras ocasiones.
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- Sus protagonistas están obsesionados con su colección, prácticamente es lo único que les importa. Desde luego, los demás apenas, por no decir nada.
- Tienen una mirada recelosa respecto de los demás; no les dan demasiada importancia, sí, pero tampoco se la dan a sí mismos. Piensan que la colección es más importante que nadie, incluso que ellos mismos. De los artistas opinan que son agentes del tiempo, y que es el tiempo el que crea. Ellos mismos se ven como artistas de una obra que es la propia colección. Todo ocurre es un espacio cerrado, y los protagonistas parecen seres confinados y actúan como si el mundo fuese a acabarse y ellos trabajasen, de algún modo, en la construcción de un arca. Tienen una visión apocalíptica del mundo, y se ven como los últimos testigos.
- Ellos se ven como los últimos testigos, ¿cómo se ve usted a sí mismo?
- No sé muy bien qué decirle. Un personaje mío dice: «Yo no tengo crisis de identidad, porque cuando no sé quién soy, se lo pregunto a mi mujer, que es quien me conoce muy bien». Soy el padre de tres hijos inquieto por el mundo en el que viven y van a vivir. El tema del legado, de la herencia que dejamos, siempre ha sido importante para mí y ya está presente en mis primeras obras, aunque de un modo más intenso se trate en 'El cartógrafo' y en ésta, en 'La colección'. Así es, cada vez más, me preocupa, y me pregunto sobre él, no ya el mundo donde voy a vivir yo, sino el mundo en el que van a vivir mis hijos. Y a hacerme preguntas me ayuda la que creo que es una de las características que percibo más claramente cuando pienso en mí: la curiosidad. Una curiosidad que no flaquea.
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- ¿Y qué ha observado últimamente?
- Creo que todos hemos descubierto algo estos días: qué era lo importante, lo esencial; o, al menos, deberíamos haber recorrido ese camino. Me he dado cuenta de lo importante que es para mí abrazar y besar a mis padres. Por fin, después de semanas, he podido verlos manteniendo las distancias, por cierto una situación tremendamente teatral. Este panorama que vivimos nos pone ante nuestra fragilidad y ante aquello que compartimos. Hace tiempo que digo que el gran tema del teatro, desde los griegos, es precisamente la fragilidad del ser humano y como, finalmente, eso es lo que compartimos. Y ese descubrimiento debería ser capaz de conducirnos hacia una ética y una política del auxilio, de la responsabilidad de cada uno para con los demás. En efecto, cada ser humano es responsable de los demás. Es a esa ética a lo que debería acercarnos esta experiencia, y a ser capaces de pensar que no solo es importante que se vaya recuperando el ritmo de las ciudades, sino que es necesario mirar más lejos.
- ¿Más lejos?
- El comandante nazi de mi obra 'Himmelweg, camino del cielo' dice que «lo que pretendemos demostrar es que todo es posible en este mundo». Yo creo que una política centrada en el 'todo es posible' es una política, finalmente, criminal y suicida; y que, al contrario, la política, como la ética, ha de ser una aceptación de los límites. Cada ser humano es un límite. Están ocurriendo cosas terribles, injustas, como la muerte en unas condiciones tan dramática de tantos ancianos. Y eso que ha ocurrido debería ser un capital moral para intervenir inmediatamente. Walter Benjamin, ya en los años 30, anotó algo que a mí me interesa mucho, algo así como '¿pero de verdad alguien puede dormir tranquilo?'. Está claro que hay que disfrutar de las buenas ocasiones que te ofrece la vida, pero eso no es incompatible con saber que cada uno de nosotros tenemos una responsabilidad para con los demás, porque eso es la humanidad; una responsabilidad para con todos, incluso para el que nos es más ajeno. Dicho esto, esa es una moral extrema de la que, por supuesto, yo estoy muy lejos en la práctica.
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- En 'La colección' se habla de «un mundo entregado al dinero, la velocidad y los espejos».
- En realidad, ahí hay una cita implícita a Goethe, que ya hablaba de un tiempo sin grandes espíritus, sino solo de gentes capaces de ponerse un centímetro por encima del rebaño, de la masa. Es verdad que, habiendo tantas posibilidades como hay para conocer el mundo y conocernos, parece que, de algún modo, estamos haciendo un viaje a ciegas hacia no sé dónde. Una de las frases que más me ha estremecido estos días la escuché en un telediario. Una dependienta dijo: «Vemos a la gente con muchas ganas de comprar». Lo decía con alegría y me resultó algo muy significativo, porque pareciera como que, efectivamente, nuestro mundo está atravesado por las ganas de comprar antes, incluso, de saber qué es lo que necesitamos. El comprar mismo produce una satisfacción, y eso está absolutamente en el centro de nuestro mundo. No debería ser catastrófico que se redujese el consumo si éste, en buena parte, se orienta hacia cosas que no necesitamos. Esta interrupción, esta detención que vivimos, es una ocasión para preguntarse hacia adónde íbamos. Lo deberíamos hacer, preguntarnos: '¿Y adónde íbamos?'.
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