«Esto es una fiesta para los amantes de la pintura. Una ocasión única para ver unas obras magistrales que no volverán y que, en su mayoría no se veían aquí, en su casa, desde que salieron España». Así se refiere Javier Portús, jefe de ... conservación de pintura española del Museo del Prado, a la pequeña gran muestra de la que comisario 'Obras maestras españolas de la Frick Collection', que la pinacoteca acoge hasta el próximo dos de julio.
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Son nueve obras de genios como El Greco, Velázquez, Goya y Murillo, «de cuya presencia en España nadie guarda memoria y que vuelven casa, a su segundo espacio natural», se felicita Portús. Pueden admirarse en la sala 16 A del edificio Villanueva, confrontadas a otras cinco piezas maestras de los mismos autores en una exposición que ha sido posible gracias a un préstamo excepcional y al apoyo de la Comunidad de Madrid.
El extraordinario préstamo se debe a que el selecto museo neoyorquino, que casi nunca cede sus obras, ha abordado una profunda remodelación y ha permitido que sus tesoros viajen a sus países de origen mientras duren las obras, según explicó Ian Wardropper, director del exquisito museo neoyorquino.
Cinco de las nueve piezas maestras que cede se han emparejado con otras tantas del Prado con las que mantienen estrechas afinidades. El préstamo se convierte así en una ocasión «única e irrepetible», según Portús, para que compartan espacio telas como el 'San Jerónimo' del Greco y su 'Retrato de un médico (el doctor Rodrigo de la Fuente)'; 'La expulsión de los mercaderes del Templo' y 'La Anunciación', también del maestro cretense; el retrato 'Felipe IV en Fraga' y el bufón 'El primo', de Velázquez; el 'Autorretrato' de Murillo con el que el genio sevillano hizo de 'Nicolás Omazur', y el 'Retrato de dama' (1824), de Goya, con el que el genio de Fuendetodos hizo de Juan Bautista Muguiro (1827).
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Hay además dos piezas valiosísimas y de mayor formato: el retrato del militar Vicenzo Anastagi que El Greco pintó en Roma hacia 1575, el único de cuerpo entero y pintado del natural del pintor cretense y que jamás había estado en España, o 'La fragua', formidable tela que Goya pintó entre 1815 y 1820, cumbre de la expresión corporal del aragonés que salió de España en 1835 y que sedujo a Giacometti cuando lo vio en Nueva York. También está en el Prado el retrato del Duque de Osuna, uno de los patronos «más devoto» de Goya y para quien pintó más de 30 cuadros.
Como muchos de los magnates de su tiempo, Frick desarrolló un fuerte interés por el arte europeo en la Edad Moderna y comienzos de la Contemporánea. «Fue uno de los protagonistas de un capítulo fundamental de la historia del coleccionismo, por el que cientos de obras maestras cruzaron el Atlántico rumbo a América en las primeras décadas del siglo XX», explica Portús.
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Gran parte de ellas, adquiridas para su mansión, formarían en el futuro su fantástico museo. «Frick podía comprar todo lo que le daba la gana, y está claro que sabía elegir y lo demostró», precisa Portús elogiando el gusto del coleccionista estadounidense. Un Frick que adquirió las obras de los maestros «que explicaban entonces el canon de la pintura española en el mundo: el Greco, Velázquez, Murillo y Goya», precisa el experto.
Especialmente interesante resulta la confrontación entre el retrato de Felipe IV y el uno de sus bufones. «Ambos pintados en Fraga en el verano de 1664, sobre el mismo rollo de tela, con la misma preparación y en el mismo contexto, pero evidenciado la diferencia ente retratar a un plebeyo y a un monarca», aclara Portús. «Pinta al rey en traje de campaña, el pleno conflicto militar en Cataluña, con una brillantez cromática y una valentía técnica solo al alcance de este artista», agrega. El retrato del bufón «establece una relación más directa con el espectador», acota Portús destacando que no se trata de un retrato de Sebastian de Morra, el otro bufón de la cote con el que se le identificó.
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El magnate del acero, el carbón y el ferrocarril Henry Clay Frick (1849 - 1929) labró una inmensa fortuna en estas industrias interrelacionadas. Sus orígenes como empresario se vinculan con Pittsburgh, pero en 1905 se trasladó a vivir a Nueva York. En la emergente urbe hizo construir un palacio neorrenacentista al arquitecto Thomas Hastings, en la Quinta avenida, a la altura de la calle 70.
La colección que reunió Frick en su residencia neoyorquina, que abriría sus puertas como Museo en 1935 con obras de muchos de los pintores más importantes desde los inicios del Renacimiento, se distingue por el nivel excepcional de la mayoría de las piezas y por responder a unos criterios de gusto muy definidos. «Compró sus cuadros para convivir con ellos y eso condicionó el predominio de temas como el paisaje, el retrato y las escenas de galantes y la ausencia de escenas religiosas, dado que que Frick era menonita», explica Portús.
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La casa-museo de Frick espera ganar un 25% más de espacio con su ampliación, que incorporará el segundo piso que nunca ha estado abierto al público. Está previsto que reabra sus salas a finales del año próximo, según Ian Wardropper, quien explica que mientras duran las obras se exhibe hasta un un 60% de la magnífica colección en museos vecinos de Manhattan como el Whitney o el MET.
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