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La Filmoteca Rafael Azcona dedica los miércoles del mes de abril a marcar la hoja de ruta visual y estilística del reputado cineasta griego Yorgos ... Lanthimos. Un director de una autoría rígida, iconoclasta y libérrima que se ha convertido en los últimos tiempos en una de las voces narrativas más singulares y personales del panorama cinematográfico europeo. Para romper el hielo y husmear en su original trayectoria nada mejor que proyectar su segundo largometraje, 'Kinetta' (2005), que se podrá ver a partir de las 19.30 horas en la sala Gonzalo de Berceo.
Esta pieza, extraña y rara, como casi toda su filmografía, presenta alguna de las claves formales y vuelcos narrativos a los que acostumbra a explorar el autor de 'Canino' (2009). Esto es, una trama desestructurada, arbitrariedad del componente orgánico del tema, imágenes incisivas y sensoriales y ruptura de líneas para someter al espectador a un sudoku provocativo.
Se puede considerar este título como un boceto experimental, con registro absurdo y surrealista, encaminado a forjar una vanguardia expresiva de belleza escarpada que te puede irritar o disfrutarla como una avanzadilla atípica y, sobre todo, radical.
En cualquier caso, Lanthimos es un artista diferente, de rasgos insólitos, que se inició en términos innovadores y poco a poco sin perder su cuaderno de bitácora ha ido mutando hacia ejercicios más ambiciosos y heterogéneos.
Kinetta es un pequeño asentamiento turístico en la costa griega. El ambiente desolador y deprimente expresado por la temporada baja del ciclo turístico da pie a que una serie de personajes de la zona se relacionen en el rodaje de un trabajo en vídeo.
Una empleada de un hotel, un fotógrafo local y un hombre que puede ser cualquier cosa incluso un policía ensayan y filman una humilde producción de aspecto amateur sobre la violencia machista.
Esta sinopsis puede ser válida o alejarse de las intenciones de su responsable. El caso es que en la historia se entrecruzan situaciones costumbristas captadas y editadas al libre albedrío dejando constancia, en modo Godard, que las licencias narrativas están para utilizarlas y darles un toque hipnótico.
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