Justicia y verdad

Dice Lissette: «Todas las familias tienen un secreto. La mía no iba a ser una excepción. Tengo una tía, Adriana Rivas. Era mi favorita». La directora, que proviene de una familia bien y de tendencia conservadora, comenzó a reunir material acerca de su querido familiar. En la indagación descubrió con consternación que la mujer que más adoraba fue la secretaria del general del ejército chileno Manuel Contreras, fundador de la DINA, policía secreta de Pinochet. Adriana estaba acusada de secuestro, tortura y asesinato. Huyó a Australia y, cuando el país andino alcanzó algo parecido a la democracia, el gobierno solicitó su extradición.

La película participó en la sección Panorama del festival de Berlín y sostiene, entre anotaciones de testigos e imágenes y fotografías de archivo, la urgente necesidad de no caer en el olvido y preservar la memoria histórica.

A lo largo del metraje se asiste al testimonio de varias voces narrativas que aportan declaraciones sobrecogedoras. Reclaman justicia para los muchos desaparecidos. Algunos de los que perdieron a sus hijos se les oye decir que todavía tienen la esperanza de que un día un timbrazo signifique que su niño o niña cruce el umbral de la puerta.

Orozco articula su discurso desgranando el horror de su hallazgo, los pasos dados por fiscalía y parientes de las víctimas reclamando la deportación; a la vez muestra una sociedad polarizada en la todavía se organizan manifestaciones nostálgicas añorando al dictador. Mientras, el pueblo quiere conocer la verdad.