Bienvenidos a la selva, niños y niñas. Desaprended esas aburridas costumbres que domestican a los seres que habitan la ciudad y recordad que sois salvajes. ... Dejad por una rato las pantallas y entrad al teatro a jugar como monos, a rugir, a comer fruta, a tiraros pedos y a reír libremente entre amigos. A soñar. Y gritad muy fuerte: ¡Soy salvaje! Enseñádselo a papá y mamá; puede que todavía se acuerden de esa sensación y terminen aullando con vosotros: ¡Soy salvaje!
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Todo el Bretón, convertido en una manifestación de pequeños pero bravos espectadores, clamó ¡soy salvaje, soy salvaje, soy salvaje! y logró la magia que hace que los cuentos terminen bien. Con La Maquiné en el escenario eso es posible todavía.
La historia de Mona y Koko, la niña de la selva y el gorila que la cría, con evidentes influencias del relato de Kipling pero sin edulcorar por Disney, no es otra que la historia de la civilización humana y el planeta, imposible de solucionar si los más jóvenes no prueban rápido esa magia que solo puede aprenderse en los libros o en el teatro.
Joaquín Casanova y Elisa Ramos, autores de maravillas como 'El bosque de Grimm' o 'El pájaro prodigioso', ofrecen un espectáculo estéticamente preciosista como los anteriores pero esta vez abiertamente activista: hay que rebelarse y desobedecer, sí, si se trata de salvar la Tierra y a sus criaturas.
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Dos únicos intérpretes, Ángela Cáceres y Noé Lifona, se desdoblan en un gran ejercicio de teatro gestual, máscaras y títeres dando vida a la niña desde bebé, al formidable gorila, a la hermosa pantera negra y a una larga serie de personajes que forman la fauna humana, desde el villano que los captura y destruye su hogar al buen profesor que educa a Mona, pasando por un Trump que desgraciadamente aparece hasta en la sopa.
La lluvia, el viento en las hojas, la hierba y las aves, todo está en el ambiente de un paraíso demasiado frágil. El exotismo evocador de Debussy, la atmósfera sonora de Bela Bartok, las inquietantes notas de Ligeti y los toques orgánicos de José López-Montes, junto con el piano tenebroso de 'Eyes wide shut' y el detalle roquero, más juvenil y ruidoso, de 'Welcome to the jungle', acompañan musicalmente una coreografía escénica que empieza con elegancia y termina más desenfadada pero que siempre resulta hermosa.
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Y entre todos esos sonidos, un clamor que La Maquiné siembra en los niños como una semilla: ¡Somos salvajes!
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