Oh hermosa, oh amada, oh dulce libertad... Incluso durante la guerra hubo artistas que quisieron devolver el aliento a la Biblioteca de Sarajevo llevando música ... a sus ruinas: la filarmónica de la ciudad, un tenor, un chelista... Yo traigo aquí ese verso de un antiguo poema croata que Bono añadió a su canción 'Miss Sarajevo': O lijepa, o draga, o slatka slobodo... Oh, hermosa, amada, dulce libertad. Es lo que siempre tratan de arrebatarnos los bárbaros.

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¿Pero en qué modo eran bárbaros quienes perpetraron aquel ataque contra un símbolo cultural? ¿Cómo reconocer a los bárbaros vestidos de traje y corbata que atacan precisamente aquello que nos distingue como humanos?

La Vijećnica, el edificio del antiguo ayuntamiento de la capital convertido en Biblioteca Nacional, fue bombardeada en 1992 durante la guerra de Bosnia. Monumentos como aquel, de estilo morisco español, de clara influencia árabe y oriental, se convirtieron en blanco de los nacionalistas radicales, que los consideraban impurezas inaceptables en su cruzada por regresar por cualquier medio a 'la Gran Serbia' del pasado.

¿Cómo reconocer a los bárbaros vestidos de traje y corbata que atacan aquello que nos distingue como humanos?

Según las crónicas periodísticas, «desde las colinas controladas por las milicias serbias, la noche del 24 al 25 de agosto se dio orden de disparar proyectiles de fósforo sobre la Biblioteca de Sarajevo». Además de los daños estructurales, el incendio destruyó un auténtico tesoro bibliográfico; otra vez esa historia. Varios miles de volúmenes pudieron ser salvados en los primeros momentos del incendio, cuando los empleados de la biblioteca, arriesgando sus vidas, arrojaron libros y documentos por las ventanas. Pero se perdieron sin remedio más de dos millones de volúmenes, manuscritos e incunables, una colección única, publicaciones históricas y muchas rarezas bibliográficas.

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Irónicamente, el hombre señalado de ordenar el ataque contra la biblioteca fue alguien que había sido usuario habitual: el profesor Nikola Koljevic, destacado entre sus colegas por la pasión que imprimía a sus cursos de poesía y crítica y a sus talleres de ensayo en la Universidad de Sarajevo. «El profesor Koljevic era una persona increíblemente culta, que citaba de memoria tramos enteros de Shakespeare, y en inglés, cosa que nos impresionaba vivamente», recordaba uno de sus discípulos en el relato del periodista español Enric Juliana.

Cuando se produjo la disolución de la antigua Yugoslavia en 1991, con la independencia de Croacia y Eslovenia, «el profesor Koljevic se convirtió en el número dos de la formación ultranacionalista serbia que dirigía Radovan Karadzic, un psiquiatra de Sarajevo (nacido en Montenegro) que también admiraba los versos y acabó ordenando masacres». En su condición de intelectual del nacionalista Partido Democrático Serbio, Koljevic fue uno de los principales alentadores del cerco que se estableció sobre Sarajevo durante casi cuatro años para forzarla a rendirse. «Amaba la literatura –cuenta Juliana–, pero amaba aún más la idealización de la Gran Serbia. Proyectada en la pantalla del fanatismo, la Gran Serbia era incompatible con la 'impureza' de Sarajevo, donde los bosnios musulmanes y los croatas católicos eran mayoría».

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Ahí tenemos, pues, a nuestro cultísimo bárbaro, disfrutando del espectáculo de las llamas de su biblioteca mientras recita algo del bardo, algo así muy encendido y cursi: «Duda que sean fuego las estrellas, duda que el sol se mueva, duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te amo». Todo vale en una operación de limpieza étnica.

El escritor y periodista Juan Goytisolo tenía otra palabra para lo que allí hicieron los serbios, tratando de redibujar fronteras, corregir la historia y volar puentes culturales entre vecinos: memoricidio. Memoricidio fue también lo que intentaron con la Biblioteca de Sarajevo. Pero, pese a que Europa y el mundo entero miraban para otro lado, no pudieron dejar de ver aquella fotografía, aquel haz de luz que se filtraba entre los escombros y clamaba al cielo desde el centro mismo del infierno en la tierra.

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De todos los fotógrafos que pasaron aquel día por el lugar, fue Gervasio Sánchez quien tuvo la fortuna de capturar el instante preciso y precioso. «Fue un churro», dice como quitándole importancia pero sabiendo que en realidad es un icono. Esa mañana le habían asaltado y le habían robado el fotómetro. Cuando entró por primera vez a la biblioteca en ruinas tuvo la impresión de que las fotos que hacía «no funcionaban». Al salir se dio cuenta de que no tenía bien ajustada la cámara a la sensibilidad de la película y volvió a entrar. Fue entonces cuando, de pronto, apareció aquella la luz.

«La fotografía podría ser esa tenue luz que modestamente nos ayudara a cambiar las cosas», dijo Eugene Smith, uno de los padres de la fotografía humanista y documental. Esa imagen de la Biblioteca de Sarajevo es un símbolo, un foco para identificar a los nuevos bárbaros en el esplendor de sus tinieblas. Esa imagen es un poema: Oh hermosa, oh amada, oh dulce libertad.

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