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Ignacio Echapresto elabora sus menús mirando a la luna. Según la fase en la que se encuentra el satélite terráqueo, la huerta de Venta Moncalvillo, donde trabaja Nelu con devoción (un hombre que empezó en el restaurante como camarero pero que cambió los pucheros por ... la azada) provisiona a Ignacio de unas u otras verduras y hortalizas. Ahora, cuando el cocinero de Venta Moncalvillo mire al cielo, junto a la luna verá dos Estrellas que brillan especialmente para él –la de 2010, que estrenó en la Guía del 2011; y la que le anunciaron este martes, y que figurará ya en la edición del 2024–.
Quién le iba a decir a 'La Rosi', la madre de los Echapresto, que aquel muchacho que iba destinado a gobernar la sala como ahora hace Carlos, pero que tuvo que quedarse en casa (junto a ella, en la cocina) para recuperarse de su enfermedad, ahora ha puesto a Daroca de Rioja entre los grandes referentes de la cocina.
Aquel joven debilucho que le ayudaba en los fogones para no aburrirse en las largas horas pasadas en casa, se ha convertido en un hombre que despierta la admiración unánime de sus colegas y que ha conseguido llevar hasta el plato, la filosofía familiar de defensa del territorio.
Antes incluso de que se convirtiera en un repetido mantra, los Echapresto ya ofrecían una cocina de kilómetro cero (incluso menos, porque apenas unos metros separa su huerta de la cocina) y lo que no procede de su huerta procuran que llegue de pequeños elaboradores y artesanos del entorno que cuidan el producto con el mismo mimo y dedicación con el que ellos cuidan a sus comensales.
Junto a Ignacio siempre está Carlos. El uno viste la chaquetilla de cocinero; el otro, luce un traje oscuro impoluto.
Carlos gobierna la sala, ejerce de sumiller tratando de ofrecer el mejor vino para cada ocasión y comensal; y luego, si se puede, aconseja sobre un buen habano.
El mayor de los Echapresto también llegó a su posición por casualidad. Aunque él había demostrado cierta querencia por la cocina (lo que no había hecho Ignacio) decidió bajar a Logroño para formarse y estudiar electrónica. Sin embargo, los destinos de la vida y la enfermedad de su hermano le hicieron volver al restaurante. Primero se formó en el mundo del vino donde ha llegado a alcanzar un amplísimo conocimiento; y un poco después, se introdujo en el mundo de los puros donde también ha conseguido un importante grado de saber.
Venta Moncalvillo no se puede entender sin ninguno de los dos hermanos, como tampoco sin los proveedores a los que siempre los Echapresto han entendido como una de las patas del restaurante. Con ellos han hecho que la reinterpretación y actualización de la cocina tradicional riojana –la de pueblo– haya elevado a Venta Moncalvillo a un estatus al que muy pocos restaurantes pueden llegar.
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