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«En un recodo del camino Viberti tropezó con el periodismo y ya no se apartó nunca de ese triste porvenir». Jorge Alacid (Logroño, 1962) arranca así, o casi, su primera novela. Tras media vida en la redacción (El Correo, Diario LA RIOJA, Las Provincias) ... Alacid se estrena con una historia negra, o casi gris, de las andanzas de un periodista de provincias en la Transición. Es el paisaje de 'Los seres queridos', que sale hoy a la venta y se presenta mañana (jueves 19, 19.30 horas) en la Biblioteca Almudena Grandes.
– Dicen que muchos periodistas tienen una novela por ahí guardada, en el cajón o en la cabeza. ¿Dónde estaban 'Los seres queridos'? ¿Y desde cuándo llevaban ahí?
– Exactamente no lo sé. Tampoco tenía esa sensación, nunca. Supongo que como el trabajo periodístico te satisface tanto, te llena tanto, te exige tanto, dedicarle tiempo y energía a otra cosa es complicado. Digamos que escribir, el acto físico de la escritura, es una manera natural de estar en el mundo. Eso de la crisis del folio en blanco es un lujo que un periodista no se puede permitir. Esto empezó de una manera muy azarosa, era un entretenimiento que acabó convirtiéndose en obsesión. Yo he leído mucha novela negra, sobre todo de adolescente. Y nunca había tropezado con que el protagonista de las pesquisas, de las intrigas, fuera un periodista. Durante mucho tiempo estuve pensando cómo sería una novela, una ficción detectivesca de intriga, protagonizada por un periodista español. Mi teoría es que en España todo lo que sucede acaba reflejándose en el Callejón del Gato de Valle Inclán. Y sobre esta teoría sin esbozar, fui dando vueltas a la cabeza hasta que un día lo puse por escrito. Se lo di a leer al editor de 'Pepitas', a Julián Lacalle, y al cabo de un tiempo él me transmitió su entusiasmo por lo que había leído de los primeros capítulos. Digamos que es cuando fragua en mí la idea de que ese libro era prometedor y que podría merecer la pena dedicarle más tiempo y más recursos hasta convertirlo en 'Los seres queridos'.
– Me llama la atención del protagonista, Viberti, una manera de ir por el mundo que tienen muchos periodistas, esa especie de capa de cinismo bajo la que hay un convencimiento de que lo que haces tiene su valor y de que igual sirve para algo.
– Creo que esa dualidad, esa doble personalidad que mencionas está en el eje de su identidad. Que es propia de muchos periodistas que yo he conocido, aunque yo creo que también era más propia de la generación anterior a la nuestra. Y eso le da un sentido distinto a sus andanzas. Me gustaba pensar que llegaba hasta el final de sus pesquisas y que en el momento ese en el que el arco moral se dibuja y tienes que tomar alguna decisión, afloraba un tipo con bastante sentido común, menos cínico de lo que parece, con mayor sensibilidad por lo que le rodea. Recuerdo una comida con antiguos periodistas de esa generación que te mencionaba, que habían hecho la Transición a su estilo desde la prensa del Movimiento a la naciente democracia, en la que contaban con la mayor naturalidad del mundo anécdotas espeluznantes, algunas de las cuales están más o menos recogidas, o al menos su espíritu, en la novela. Eso me daba el marco geográfico, físico, pero sobre todo emocional, que permitía que lo que yo estaba contando fuera creíble; en el marco actual de nuestra profesión, en la sociedad que tenemos tan pautada, a la que le falta ese carácter asilvestrado del periodismo tal y como se ejercía entonces, yo creo que el protagonista y sus andanzas carecerían de la credibilidad que sí tienen cuando los sitúas en ese marco en el que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir, como decía creo que Bertolt Brecht. Todos esos personajes buscando su identidad, preguntándose quiénes son a cada paso e intentando llegar indemnes al final del día, en una sociedad más inhóspita incluso que la de ahora, creo que le daban a la novela el estatus del que hasta entonces carecía. Para mediados de 2018 la novela ya estaba lista porque había encontrado la luz que la inspiraba, este marco temporal.
origen
– El marco temporal y el marco geográfico, esa pequeña ciudad de provincias.
– Bueno, al marco geográfico yo no le di mucha importancia. Yo creo que lo que intentaba retratar era la atmósfera de una ciudad que es Logroño, pero que puede ser Soria, que puede ser León, que son todas estas capitales de la antigua Castilla la Vieja. Una ciudad vieja alrededor de un edificio religioso, un ensanche horripilante casi siempre de los 70, un gran parque, una gran plaza...
– No sé si es metafórico que la ciudad no tenga nombre, que no haya ningún personaje que tenga nombre y apellido. Me da la impresión de que habla todo el rato de gente que no es lo que parece, un poco como los suicidios que van hilando la trama.
– Eso de dotar a los personajes con esos nombres también me permitía tener una mayor libertad a la hora de que avanzara la trama. Pensaba todo el rato en la técnica de los retablos, en los que hay muchas imágenes pero ninguna de ellas tiene un protagonismo decisivo, sino que forman parte, cada una con su contribución, de esa idea coral de retratar la sociedad de aquel tiempo que es un trasunto del ahora, de la actual. A mí me gustan las novelas en las que parece que el autor te lo está contando al oído, te está contando a ti solo ese relato y esa era mi humilde pretensión con ese tipo de estrategias. Lo del suicidio tiene que ver con dos cosas. La primera es una reflexión periodística. Para mí el suicidio es la acción probablemente más íntima de un ser humano en toda su vida a lo largo de la historia. Y eso siempre me ha producido mucho respeto por quien toma esa decisión. Muchas veces el periodista invade la intimidad de los otros pero tiene alguna buena razón para hacerlo; con el suicidio yo no me he sentido nunca cómodo. Además el hecho de que las tramas que investiga el periodista tuvieran que ver con suicidios eliminaba más o menos un elemento que a mí me atormentaba en otras novelas y que es el exceso de sangre; lo sanguinolento no me gustaba, me hacía sentir incómodo. Y una persona que había perdido un familiar por aquel tiempo en que estaba fraguándose la novela me dio sin saberlo probablemente la clave de todo esto: que el suicidio, bien pensado, es una manera de homicidio. Nadie se quita la vida de una manera espontánea, sino que está muchas veces atropellado por las circunstancias, por el medio ambiente que le rodea, por la presión social que nota.
suicidio
– Esa compasión por el muerto no alcanza a los culpables, que en el caso de 'Los seres queridos' son a veces muy plurales, y muy sociales, por decirlo así.
– Sí, a eso me refiero, a esa presión asfixiante que ejercemos muchas veces sobre quienes nos rodean, y que tiene sus consecuencias dramáticas. Yo he procurado no juzgar a los personajes, que para eso han salido de mi imaginación, pensar en ellos siempre como personas en tres dimensiones, con sus debilidades, sus flaquezas que también puedo sentir como mías. Pero también pensar que incluso el que peor retratado salga no deja de ser un ser humano con el que compartes la baldosa en tu ciudad. Lo cual también te da que pensar que las apariencias, como dice también alguien en la novela, no engañan. Que las cosas a veces sí son como parecen.
– Hay en la novela un curioso escenario recurrente, una timba donde están representadas las 'fuerzas vivas' de la ciudad sin nombre.
– Eso nace de esa conversación con periodistas, en concreto con uno que he olvidado su nombre, que me explicaba cómo a veces les llamaban a horas inopinadas porque había un levantamiento de cadáver y aparecía por ahí el policía, el secretario del juzgado, el juez, el periodista y de ahí se iban a no sé dónde a jugar a las cartas y acababan en una noche de farra. Y yo decía «pero qué es esto, esto me lo he perdido yo».
personajes
– Hay una pequeña tragedia en la novela que es muy de este oficio, ese momento en el que sabes algo pero no lo suficiente como para publicar. Esa sección que hay en todo medio de «como ya sabía este periódico pero no pudo publicar».
– Cuando empezaba en este oficio leí una entrevista al director del 'Hola' en la que decía que la revista era más importante por lo que no publicaba que por lo que publicaba. Y se puede extender también a la manera en que a veces tienes que ejercer el oficio. A cualquier periodista se le pasa por la nariz alguna cosa que sabe que es cierta pero que no tiene comprobada al 200% y que en esas condiciones no puede publicar. Y te abandonas un poco a la melancolía, «si yo pudiera publicar esto, otro gallo nos cantaría». Es un sentimiento que yo creo que muchos periodistas comparten, pero yo creo que también es una especie de revelación de que lo que debe prevalecer es la buena praxis, el contrato de lealtad que firmas tácitamente con los lectores.
– ¿Hay más Vibertis en su cajón?
– Debo decir que cuando empecé con esta aventura el editor, Julián Lacalle, tenía casi un entusiasmo superior al mío, fue contagioso. Hasta el punto de que también por ese entusiasmo contagioso me animó a embarcarme en la segunda parte de las aventuras de Viberti. Así que algo hay, algo va avanzando.
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