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«Llevo toda mi vida trabajando en zonas de guerra. He visto a la gente morir y he visto a personas sobrevivir a experiencias terriblemente ... traumáticas. Proyectos como 'Vidas minadas' son el anclaje moral y ético que necesito para seguir creyendo en el ser humano, porque después de lo que he visto en la guerra, creer en el ser humano es cada vez más complicado».
También necesita «seguir creyendo en el periodismo», y eso que es un verdadero maestro, de los que hacen que parezca cierta aquella manida frase atribuida a Kapuscinski: 'Para ser buen periodista hay que ser buena persona'. Gervasio Sánchez (Córdoba, 1958), ejerce desde 1984. Lleva más de treinta años viviendo en Zaragoza. Siempre ha funcionado como free lance, aunque publica habitualmente en El Heraldo de Aragón –«porque me dejan hacer lo que me da la gana»– y colabora con la Cadena Ser y la BBC.
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Desde joven supo que su sitio estaba en el frente, en cualquiera de los más de cincuenta frentes de guerra que hay en el mundo. Él, además, suele volver a esos lugares después de que hayan perdido interés mediático, porque, como recuerda, «hay un montón de guerras olvidadas que deberían estar más presentes en nuestras vidas» y porque «las personas que mueren en las guerras siempre dejan historias inacabadas». Un día se hartó de que se contasen «solo con números» esos conflictos en los que hay «historias con nombres y apellidos».
Por eso él ha elegido contar, entre otras muchas, la del bosnio Adis Smajic, la mozambiqueña Sofía Elface, el camboyano Shokheurm Man, la angoleña Joaquina Natchilombo, el salvadoreño Manuel Orellana, el nicaragüense Justino Pérez, el afgano Medy Ewaz Ali, el kurdo Fanar Zekri o la colombiana Mónica Paola Ardila... Son víctimas de minas antipersona con las que ha mantenido relación a lo largo de años desde que las fotografió por primera vez al quedar mutiladas.
'Vidas minadas' (que se expone en la Sala Amós Salvador de Logroño hasta el 18 de mayo) es uno de esos proyectos a los que se 'ancla' para no hundirse personal y profesionalmente. También es autor de otras series documentales: 'Desaparecidos', 'Niños de la guerra', 'Violencia contra las mujeres', 'Balcanes', 'Sierra Leona'... «Esto es lo que ocurre en el mundo: parte de los desastres de la guerra», como él lo llama.
Premio Nacional de Fotografía (2009) y Gran Cruz de la Orden Civil de la Solidaridad (2011), entre otros reconocimientos, presume de pocas cosas, pero si algo confiesa con orgullo es que nunca le han llamado hijo de puta haciendo su trabajo. Son cosas así las que ha contado en Logroño a todo el que ha pasado a ver con él su exposición en su primera semana.
«Las personas que matan en las guerras –dice a un grupo mirando a los ojos a sus componentes uno a uno–, las personas que cometen atrocidades son personas como nosotros, que nunca lo haríamos en circunstancias normales. Yo no soy capaz de juzgar a alguien que mató a sus padres de niño porque le obligaron amenazándole a punta de pistola con matarle a él si no lo hacía. Yo mismo, si tuviera que elegir, elegiría matar».
Con un intenso silencio ante afirmaciones así, los visitantes le acompañan por la sala mientras él va relatando cómo conoció a Adis, gravemente herido por una mina en Sarajevo cuando era un niño, frente a una fotografía en la que, ya adulto, abraza a su hijo Farik. O cómo se ha convertido en «casi un padre» para Sofía, que perdió las piernas a los trece años en la región de Maputo y ha sacado adelante a cinco hijos, el pequeño de nombre Gervasio. Pese a la crudeza de sus palabras y de sus imágenes, no es derrotismo lo que transmite su relato.
– ¿Es esperanza?
– En medio del desastre de la guerra y de la violencia contra civiles, niños inocentes en su mayoría, aparece la potencia del ser humano en su máximo esplendor. El ser humano que yo he visto matar también es capaz de sobrevivir y comportarse con dignidad.
– ¿Cómo se enfrenta a esas situaciones?
– El truco, cuando tengo dudas sobre el dolor ajeno, es ponerme en el lugar de la persona que voy a fotografiar. Me pregunto: ¿A mí me gustaría que sacaran a mi hijo moribundo en mis brazos, en Sudán, por ejemplo, lleno de moscas? No, pues no lo hago. ¿Me gustaría que cuando me estoy cambiando de prótesis se me vean mis partes íntimas y me fotografíen? No, pues no lo hago. Trato a las personas con la dignidad que merecen, porque las que más sufren tienen derecho al menos a eso por parte de gente ajena a sus vidas.
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– Implicarse de ese modo con los protagonistas de las historias que cuenta parece lo contrario a lo que se enseña en las facultades de periodismo.
– Para contar bien la historia de una víctima tienes que acercarte a ella y que esa persona te permita entrar en su mundo. En el caso de 'Vidas minadas', si no tengo su permiso, no tengo fotografía, no tengo historia. Así que lo primero que hago es contarles a ellos quién soy yo, para qué estoy ahí y que significaría su historia en este mundo. Si alguien dice que esto no es periodismo, allá él. Yo te digo que si quieres llegar a una historia tienes que tener una relación muy intensa con su protagonista, pero sin caer en sentimentalismo barato.
– ¿Interesa a los medios de comunicación este tipo de trabajo?
– Esto es periodismo puro y duro, algo que a veces no se ve en los medios. Y no solo ahora que estamos en crisis, tampoco antes, cuando los medios ganaban dinero por todas partes. Este tipo de reportajes hacen huir a los publicistas de las marcas de colonia, de coches... Y las presiones que ejercen hacen que finalmente el periodismo sea el gran perdedor.
– ¿Quién es responsable?
– La gente que domina las gerencias económicas, que no entiende que para hacer buen periodismo hay que invertir y dejarse de tanta fanfarria y tanto programa barato de competencia ideológica con la televisión opositora a tu partido favorito. Me sorprende que haya televisiones públicas que gasten millonadas en programas de cotilleo y no en periodismo.
– ¿Qué opina del rearme de Europa y el incremento de gasto militar?
– No hay alternativa al rearme. Europa debe cambiar su política de defensa pero no a costa de traficar con países en guerra. Europa es un gigante económico y un enano político. Se conformó con la estructura militar de la OTAN en la que Estados Unidos ponía gran parte de la ayuda para mantener fronteras seguras. Desde la guerra de los Balcanes, los países europeos tenían que haber pensado en reforzar la Unión Europea sin contar con la influencia, muchas veces nefasta, de Estados Unidos. Ahora pretenden incrementar el gasto en defensa deprisa y corriendo, haciendo equilibrios presupuestarios. Los europeos tienen que ser los custodios de su defensa. Si queremos tener una defensa fuerte para que a nadie se le ocurra una aventura en Europa tenemos que pagarla nosotros. Lo que pasa es que ahora se va a producir una orgía armamentística que va a disparar la producción.
– ¿En España también?
– España tiene una ley de control de armas de 2008 que se incumple sistemáticamente comerciando con Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Marruecos, Turquía... países que violan los derechos humanos, o un montón de países que tienen conflictos bélicos internos o vecinales. Incluso un gobierno del PSOE con partidos supuestamente de izquierdas se está bajando los pantalones. Pero lo más grave es que buena parte de la producción de armas, incumpliendo nuestras leyes de protección, va a acabar en guerras olvidadas en manos de países que violan los derechos humanos o de milicias.
– ¿La guerra es un negocio?
– Desde el minuto uno. Yo no soy un pacifista, pero estoy en contra de vender armas a países que violan nuestras leyes. Me encantaría dar la noticia más importante: las guerras han acabado. Pero ni han acabado ni acabarán, porque la guerra es un gran negocio.
– ¿Se plantea un dilema moral entre hacer una foto o ayudar a una víctima que lo necesita?
– En una zona de conflicto, por encima de todo soy periodista. Mi obligación es hacer un trabajo periodístico para contar lo que está pasando a miles de kilómetros. Yo no soy un enfermero, soy un periodista y por eso estoy ahí. Pero, claro, también soy un ser humano. Hay momentos en los que puede depender de ti que la persona que tienes delante salve la vida o no. Los reporteros sabemos distinguir esas situaciones, sabemos si estamos en una situación en la que los equipos de emergencia van a llegar de inmediato a un lugar bombardeado y ahí tu papel no es otro que hacer fotos.
– ¿Y lo contrario?
– Si yo voy por una carretera aislada y me encuentro a alguien moribundo, pasar de largo sin ayudarle, por muy periodista que sea, sería inhumano. Te puedo asegurar que cada noche, cuando me lavo los dientes, me pregunto al espejo: ¿Hay algo de lo que te tengas que arrepentir? Y todavía no me he tenido que insultar a mí mismo. Por el momento haciendo mi trabajo nadie me ha llamado jamás hijo de puta. Pero no soy especial, solo hago lo que creo que haría cualquier persona empática y con sentido común.
– Cuénteme un rescate.
– En Sarajevo. Una granada de mortero hirió gravemente a un señor. Tenía el pie colgando. Otro compañero lo cogió y yo cogí a su hija, que estaba fuera de control; tuve que darle un bofetón porque se iba contra el enemigo. Los llevamos al hospital. Esperamos a que terminaran los médicos y los llevamos a casa en el coche, lleno de sangre por todos lados. En ese tiempo nos perdimos otro bombardeo, nuestro trabajo. ¿Hicimos bien? Yo creo que sí. No hicimos más fotos, pero yo tengo la conciencia tranquila porque, sin nosotros, esas personas probablemente no la habrían contado.
– ¿Qué pasa en la guerra sin periodistas?
– En las guerras pasa de todo incluso con periodistas o con otro tipo de testigos. Sin ellos es mucho peor, no cabe duda. Y los que más sufren siempre son los periodistas locales.
– Usted ha perdido a compañeros y amigos. ¿Le parece bien terminar recordándolos?
– Los recuerdo a menudo. Desde 1989, Juantxu Rodríguez (en Panamá); Jordi Pujol, Sarajevo en el 92; Luis Valtueña, que trabajaba para Médicos del Mundo (Ruanda, 1997); Miguel Gil en el 2000 (Sierra Leona); Julio Fuentes en Afganistán (2001); Julio Anguita Parrado y José Pouso (Irak, 2003), uno en un bombardeo iraquí y otro por fuego directo de los americanos; Ricardo Ortega, en Haití en 2004; y más recientemente David Beriáin y Roberto Fraile (en Mali en 2021). Casi todos eran amigos míos. Grandes periodistas a los que mataron haciendo su trabajo, un gran trabajo.
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