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Ana Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 4 de noviembre 2022, 00:37
Hay empresas capaces de cambiar destinos, tan poderosas como para influir en bolsa o intervenir en el juego político. Y luego está Bacardí. ¿Elon Musk? ¿Zuckerberg? ¿Florentino Pérez o Amancio Ortega, si prefieren ustedes versiones patrias? Todos ellos se quedan en mantillas al lado de ... la saga familiar fundada por el español Facundo Bacardí (1813-1886). Intentos de golpes de Estado, financiación de operaciones militares, creación de 'lobbies' políticos... Todo eso y más ha sido atribuido a los Bacardí, verdaderos genios -para lo bueno y para lo malo- del poder empresarial.
Si don Facundo levantara la cabeza no se lo creería. De sus arduos comienzos como emigrante hablamos aquí hace un par de semanas, de cómo viajó siendo aún niño desde su Sitges natal hasta Santiago de Cuba y de cómo tras un terremoto, una epidemia y una bancarrota fue capaz de cambiar la historia de la licorería gracias a un ron muy especial. A partir de 1862 el ron ligero y suave del señor Bacardí conquistó los paladares de todo el mundo. Aún en vida de su fundador el coñac y el ron viejo marca La Tropical (así se llamaba entonces) obtuvieron medallas en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 y en la Exposición Nacional Vinícola de Madrid en 1877.
El 2 de abril de 1888, con Facundo ya fallecido, la casa Barcadí y Cía recibió el mayor honor al que podía esperar un empresario español, ser proveedor de la Casa Real. No olviden ustedes que por aquel entonces Cuba seguía siendo territorio nacional y que el murciélago de Bacardí, por muy tropical que sea su leyenda, aparecía también en el escudo de aquella Barcelona de 1828 desde la que Facundo partió hacia América.
La segunda generación Bacardí fue tan lista como para arrimar a su sardina una increíble ascua publicitaria: se declararon salvadores de un rey. Siendo Alfonso XIII muy pequeño, pasó una grave enfermedad de la que varios fabricantes quisieron sacar partido. Entre ellos los Bacardí, quienes en marzo de 1890 hicieron publicar un anuncio en el diario 'Las Novedades' defendiendo las milagrosas virtudes de su licor. «A consecuencia de una fiebre gástrica corrió grave riesgo la vida de S.M. el Rey don Alfonso XIII, y necesitándose de estimulantes para vencer la postración del regio enfermo los médicos acordaron [.] por unanimidad que se le diese Ron Bacardí por ser el más puro».
Lo curioso aquí es que el primogénito de Facundo, Emilio Bacardí Moreau (1844-1922), fue siempre un fervoroso partidario de la independencia cubana e incluso estuvo preso dos veces -en Chafarinas y en Ceuta- por su apoyo a la causa rebelde. En la familia Bacardí siempre han pesado más el pragmatismo y el interés comercial que las convicciones personales, por fuertes que estas fueran.
Fíjense en la foto que acompaña a estas líneas. ¿Ven a ese fabuloso señor de traje blanco? Es otra prueba más del inigualable olfato de los Bacardí para los negocios. Se llamaba Rafael Valiente Echevarría, Papi para los amigos y Pappy para sus clientes estadounidenses. Este español afincado en Cuba, pieza clave del triunfo global del ron Bacardí en los años 20 y 30, tuvo ya en aquella época un trabajo que suena terriblemente moderno: 'social manager' y 'brand ambassador' (embajador de marca). En castellano le denominaron como director de publicidad, anfitrión y animador social, labores que consistían en recibir como empleado de Bacardí a los turistas importantes que visitaban La Habana, agasajarlos todo lo posible y, básicamente, demostrarles que Cuba era el mejor lugar del mundo. Y en el que más y mejor se bebía.
La aprobación en 1919 del acta Volstead (la que impuso la ley seca en EE UU) supuso para Bacardí un pequeño contratiempo (tenían una planta embotelladora en Nueva York) y a la vez una enorme oportunidad. Enrique Schueg, yerno del fundador y ejecutivo de la empresa, concibió un plan estratégico para aprovechar la sed de sus vecinos del norte y utilizarla en su favor. Se hizo una gran campaña publicitaria, se organizaron viajes y se construyó en pleno centro de La Habana una fastuosa sede de estilo art déco.
En el bar privado del Edificio Bacardí oficiaba Papi Valiente, barman de profesión y agitador de devoción. Era él quien acudía al aeropuerto a recoger a los visitantes vip y quien les hacía de cicerone por la ciudad antes de prepararles mil y un cócteles a base de ron. Rafael Valiente («el vendedor más feliz del mundo») y sus jefes contribuyeron enormemente a que la cifra de turistas en Cuba se duplicara entre 1920 y 1930.
Los Bacardí también fueron listos en 1959. Aunque la revolución cubana expropió sus propiedades en la isla, ellos habían hecho parte de los deberes por adelantado. Trasladaron a Puerto Rico el negocio, la familia e incluso la levadura con la que fermentaban sus rones. Desde allí financiaron al exilio cubano en EEUU y tramaron la caída de Fidel Castro, apoyando embargos y planeando desde fallidas invasiones militares hasta frustrados magnicidios. ¿Que no se lo creen? Lean el libro 'Ron Bacardí: la guerra oculta' (Hernando Calvo Espina, 2000) y verán. O 'Bacardi y la larga lucha por Cuba', de Tom Gjelten (2011). O, aún mejor, 'El vuelo de Bacardi: de ron cubano a un imperio global'. Su autor, Jorge del Rosal Covani, es tataranieto de nuestro don Facundo. Algo sabrá.
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