El fresón que vino de América
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Casi todas las variedades que comemos hoy descienden de un cruce hecho en el siglo XVIII entre dos especies del otro lado del AtlánticoAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 26 de mayo 2023, 00:35
Cuando el ecuatoriano Vicente Albán pintó el cuadro 'India en traje de gala', en torno a 1783, incluyó una leyenda explicativa para que quien viera el lienzo -probablemente destinado a un comprador europeo- pudiera conocer los nombres de las exóticas frutas que en él aparecen, ... oriundas de su tierra natal. Identificó los aguacates, los chilguacanes, los chamburos y los mameyes, pero no consideró necesario explicar lo que eran los grandes frutos rojos con pepitas que tanto destacan en la pintura.
Sí lo hizo en otro cuadro de la misma serie (todos ellos los pueden ustedes admirar en el madrileño Museo de América), en el que describió la planta de la cual nacían como «arbolito que produce las frutillas y son una especie de fresas como las de España, pero mucho más gruesas y dulces».
En Quito, donde nació Vicente Albán, en Ecuador entero y también en Bolivia, Argentina, Chile, Uruguay o Paraguay se utiliza la palabra 'frutilla' para denominar a lo que nosotros conocemos como fresa. ¿Se acuerdan de que la semana pasada hablamos aquí de los mil nombres que tuvo antiguamente este alimento? ¿De que no crecía en todas las regiones de España? ¿Y de que fuimos adoptando fresa, versión castellanizada del término francés 'fraise', a partir de finales del siglo XVI? Los primeros españoles que llegaron a América no usaban aún este galicismo y muchos de ellos ni siquiera habían visto nunca el fruto al que se refería, de modo que cuando se toparon con él en el Nuevo Mundo tuvieron que recurrir a denominaciones genéricas.
Por ejemplo el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, al hablar de las plantas comestibles de Florida en su 'Historia general y natural de las Indias' (1535-1557), mencionó una especie de moras «que hay en Italia en unas hierbas y junto a tierra, que son como madroños sabrosos y olorosos mucho, y aun en Galicia hay muchos déstos». Hernando de Soto y sus hombres fueron los primeros europeos que probaron la Fragaria virginiana, una fresa norteamericana de pequeño tamaño y gran sabor que años después hizo las delicias de los colonos ingleses en Virginia.
Pero en América había otra variedad nativa de fresa, una que crecía en el sur del continente y era tan apreciada por los indígenas de la Araucanía que el idioma mapuche tenía dos maneras de referirse a ella: llawueñ cuando era silvestre y kelleñ si era cultivada. Cuando el pacense Pedro de Valdivia y los miembros de su expedición de conquista llegaron a Chile en 1540 debieron de quedarse asombrados ante aquella planta que cubría los prados y daba frutos -blancos y rojos- tan grandes como ciruelas.
Aunque fuese de la misma familia, poco tenía que ver con su diminuta prima ibérica. La Fragaria chiloensis fue descrita como «una frutilla» en las crónicas chilenas del siglo XVI y con esa copla se quedó. El militar Pedro Mariño de Lobera (1528-1594) escribió en su 'Crónica del reino de Chile' que «hay también por los campos grandes frutillares, que así se llaman, los que dan una fruta casi a manera de madroños, aunque en la cantidad algo mayor y en el sabor más dulce, y delicado incomparablemente, y así por excelencia se llama frutilla de Chile».
Las dos fresas americanas, la de Virginia y la de Chile, se unieron a mediados del siglo XVIII para dar origen a una nueva especie que ahora reina en nuestras fruterías: la Fragaria × ananassa. Todas las fresas y fresones comerciales descienden de este híbrido obtenido en Francia en 1766 por el botánico Antoine Nicolas Duchesne, un retoño que tenía lo mejor de sus dos progenitores: el gran tamaño y la carnosidad de la frutilla chilena unidos al vivo color rojo y al delicioso sabor de la fresa virginiana.
Pero si la Fragaria × ananassa vio la luz del sol no fue únicamente gracias a Duchesne. En su historia jugó un papel fundamental un espía francés enviado a Chile en misión secreta, el ingeniero militar Amédée-François Frézier (1682-1773). Por entonces acaba de acceder al trono español Felipe V, el primer Borbón, y su abuelo el rey Luis XIV de Francia comienza a demostrar especial interés por los dominios de su nieto en América.
En 1711 al joven teniente Frézier, experto en fortificaciones, se le ordena viajar de incógnito a Chile y Perú para estudiar las defensas de los puertos españoles en la costa del Pacífico. Pasó allí más de dos años tomando detalladas notas sobre la orografía, las comunicaciones y los recursos naturales de la región. Al volver a Francia en 1714 Frézier trajo consigo cinco plantas de frutilla chilena, dos de las cuales regaló al naturalista Antoine de Jussieu para que las cultivara en el Jardín Real de París.
Los fresales crecieron pero no daban las gordas frutas blancas: había traído únicamente ejemplares hembra que no podían fructificar sin la presencia de flores macho. Fue Duchesne quien años después descubrió la reproducción sexual de las fresas y la posibilidad de cruzar los ejemplares chilenos con sus cercanos parientes de Virginia: de sus experimentos salió la Fragaria × ananassa, así bautizada por recordar ligeramente su sabor al de la piña. En España se le dio el nombre de fresón para distinguirla de la pequeña fresa autóctona.
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