Facundo Bacardí, rey del ron y del murciélago
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Este emigrante barcelonés tuvo que enfrentarse en Cuba a terremotos, epidemias y bancarrotas antes de alcanzar el éxito con sus destiladosAna Vega Pérez de Arlucea
Jueves, 20 de octubre 2022, 20:00
Si ya es difícil que una empresa siga abierta tras 160 años de historia, imagínense lo complicado que tiene que ser que su propiedad siga en manos de la misma familia a pesar de haberse expandido casi hasta el infinito. Facundo Bacardí III desempeña actualmente ... el mismo papel que en el negocio familiar tuvo el primer Facundo, el de jefe supremo o presidente de la junta de accionistas, pero uno nació en Chicago y el otro en Sitges. El primero estudió en las mejores universidades estadounidenses mientras que el segundo, su tatarabuelo, aprendió las letras estrictamente necesarias para defenderse en la vida. No le fue mal. Emigró a Cuba con tan sólo 14 años y consiguió fundar una de las mayores empresas de licores que existen en la actualidad. También una de las más famosas. Tanto como para que el apellido familiar esté indisolublemente asociado con el ron blanco y no haga falta ni nombrarlo para recordar su marca: basta con ver el murciélago.
Sobre el origen del logotipo de Bacardí existen diversas teorías. La más popular cuenta que en los techos de destilería original, allá en Santiago de Cuba, vivía una colonia de murciélagos de la fruta y que en vez de hacerlos exterminar la esposa del dueño los consideró un signo de buen augurio. Demostrando un astutísimo olfato para los negocios y la mercadotecnia, sugirió usarlos como imagen del ron que allí se fabricaba. Otra versión, menos romántica pero quizá más probable, la contó en 1918 el periódico habanero 'Diario de la Marina' en un reportaje especial sobre Bacardí y Cía. Según sus fuentes el entonces difunto Facundo Bacardí había sido en sus inicios distribuidor de una marca de aceite italiano cuyo distintivo era un murciélago.
El de Sitges vendía entonces «su ron por galones lo mismo que el aceite, y encima de las tapas de los galones se ponía lacre en el cual se imprimía un sello que era la marca del murciélago». Fuera como fuese, si tenemos en cuenta que a mediados del siglo XIX muchos cubanos eran analfabetos el uso de un icono gráfico supuso una gran ventaja: el público puso distinguir fácilmente el licor de don Facundo de todos los demás.
Tampoco es que al principio tuviese mucha competencia. La bebida de referencia en Cuba fue durante mucho tiempo el aguardiente de caña, mucho más áspero y asociado con el pueblo llano y los esclavos. Los burgueses tomaban bebidas importadas como vinos y licores españoles, champagne francés, cerveza inglesa o ron jamaicano. Tanto el aguardiente como el ron son productos derivados de la caña de azúcar, pero uno se hace con el jugo de caña y el otro con melaza ya cristalizada. No tenemos aquí espacio para sumergirnos en el variado mundo de los destilados de caña, así que nos contentaremos con saber que a comienzos del XIX el aguardiente y el ron del país eran considerados en Cuba tragos populacheros, indignos de un paladar refinado. Ni los alambiques isleños ni la corta experiencia de los fabricantes locales permitían competir con la calidad del ron importado de Jamaica, pero la materia prima para hacer un producto de categoría sí estaba ahí, al alcance mismo de la mano. Sólo hacía falta que alguien avispado aplicara a la excelente caña de azúcar que crecía en las plantaciones cubanas un proceso de destilación perfeccionado. Y esa persona fue Facundo Emanuel Antón Bacardí Masó, nombre con el que fue bautizado en su pueblo natal de Sitges (Barcelona) el 15 de octubre de 1813.
Hijo de un humilde capataz de obra, Facundo emigró en 1828 para trabajar junto a sus dos hermanos mayores en la tienda que uno de sus tíos poseía en Santiago de Cuba. Nuestro protagonista abrió en 1844 su propio comercio, un ultramarinos en el que vendía comestibles y bebidas como el tosco ron que desde hacía años elaboraba un destilador local, el jamaicano John Nunes. A Facundo le sonríe la suerte en los negocios y en el amor: en 1843 se casa con Amalia Moreau Grandchamp, una joven de buena familia franco-haitiana.
Pero el 20 de agosto de 1852 todo cambia. Un terremoto de 7,5 grados destruye Santiago de Cuba y favorece, muy poco después, la aparición de un brote de cólera debido a la falta de agua potable. Mueren los dos hijos menores de la pareja y Facundo decide trasladarse temporalmente a Sitges con la familia que le queda. Vuelve pocos meses después, decidido a reconstruir su vida, y se encuentra con su tienda completamente saqueada y una deuda para él inasumible. Declarado en quiebra en 1855, intenta buscar una salida en el ron: compra el local y el viejo alambique de Nunes, aprende los secretos de la buena destilación de un exiliado francés llamado Boutellier, comienza a usar una nueva levadura en la fermentación y hace múltiples pruebas. Consigue al final un ron suave, sofisticado, en el que basa su éxito la empresa que fundó en 1862 y que 160 años años después sigue dirigiendo su tataranieto. De que ahora se haga en Puerto Rico y no en Cuba hablaremos otro día.
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