Las cocineras de Durruti, la real y la inventada
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El nombre del dirigente anarquista no solo ha sido explotado por la taberna de Pablo Iglesias, también sirvió de excusa para publicar un falso recetarioAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 22 de marzo 2024, 00:53
De todo lo que se ha escrito sobre la recién inaugurada tasca de Pablo Iglesias en Madrid, sin duda lo más interesante ha sido la pintada que unos indignados anónimos le dejaron junto a la puerta el otro día. «Exbicepresidente: exigimos la retirada inmediata del ... cóctel Durruti o el proletariado anarquista pasará a la acción». La frase, con su «b» intempestiva y todo, estaba firmada por Lxs Amigxs de Durruti y fue tapada a toda prisa, antes de que los primeros clientes pudieran pasarse por el local.
A estas alturas resulta casi entrañable que la discusión entre comunistas y anarquistas se haya reducido a la utilización mercantilista de un nombre: Iglesias y sus socios han decidido bautizar uno de los cócteles de su carta (el Durruti Dry Martini) haciendo referencia a una de las figuras más relevantes del anarquismo español, el leonés José Buenaventura Durruti (1896-1936). Podríamos pasarnos un mes desgranando lo muy inoportuna que resulta la carta de la dichosa taberna, repleta de guiños desafortunados y traídos por pelos invisibles. Que yo sepa, no existe ninguna relación entre Durruti y la mezcla de ginebra con vermut, pero también han llamado a otro combinado 'Mandela Zulú' y Nelson Mandela no era zulú sino xhosa, que es otro grupo étnico completamente diferente...
Aunque no se esté hablando de otra cosa, Iglesias no ha sido el primero en tomar el nombre de Durruti en vano ni en querer sacar provecho de él gracias a una excusa gastronómica. En 2013 se publicó en España un curioso libro titulado 'La cocinera de Buenaventura Durruti: la cocina española en tiempos de la Guerra Civil, recetas y recuerdos' (edit. Los Amigos de Ascaso) que supuestamente -subrayemos con fosforito ese «supuestamente»- recogía las vivencias de una cocinera de la Columna Durruti.
La obra era una traducción de 'La cuoca di Buenaventura Durruti - La cucina spagnola al tempo della guerra civile', un volumen editado en Roma en 2002 con una introducción de Luigi Veronelli, famosísimo crítico italiano de vinos y restaurantes además de fervoroso anarquista. El libro, tanto en la versión italiana como en la traducida al castellano, comienza con una advertencia un tanto novelesca: el volumen que el lector sostiene en sus manos es el resultado de la profunda edición, reordenación y adaptación de unos documentos que habían visto la luz por casualidad. Esto del manuscrito perdido y hallado... ¿No les suena a ustedes demasiado a película? ¿No les hace pensar en las famosas 'Notas de cocina de Leonardo da Vinci' y en su códice inexistente?
El caso del recetario durrutinesco es aún más enrevesado. En teoría alguien (un hombre español que no llega a desvelar su identidad) encuentra «en 1970 en una librería de material anarquista de Zurich que llevaba ya veinte años cerrada, la librería Pinkus», un lote de documentos relacionados con nuestra Guerra Civil. Entre ellos aparecen recetas culinarias y apuntes personales mecanografiados entre 1932 y 1939 por Nadine, una joven estudiante de medicina que se enrola como miliciana en la Columna Durruti y desempeña en ella labores de cocinera.
Los papeles originales ni están ni se los espera. El rescatador/compilador se los guardó para sí y en vez de darlos a conocer tal y como supuestamente eran decidió traducirlos, ordenarlos cronológicamente, reescribir parte de ellos en tercera persona, introducir comentarios políticos, actualizar las recetas y, básicamente, cambiar todo de tal manera que en la obra final no se sabe quién ha escrito qué. En cierto momento envía por correo el manuscrito a una editorial italiana y chimpún.
Como si todo esto fuera poco sospechoso, añadan ustedes a la ecuación que la lista de recetas (merluza al pil-pil, croquetas de jamón, pulpo a feira, angulas, besugo al horno, pato al melocotón...) es demasiado abultada, elegante y bien abastecida para una cocina de trinchera, en la que solían faltar hasta los alimentos más básicos. Agreguen también que el texto usa frases y conceptos que no se conocían en los años 30 o que la librería izquierdista de Theo Pinkus, en Zúrich, no cerró hasta 1987.
La mezcla de gastronomía, panfleto anarquista y diario cursilón es tan dudosa que cuando se publicó en Italia el periódico comunista L'Unità dijo que el proyecto despertaba sospechas de «malicia propagandística». Los editores españoles alimentaron el misterio («si real o inventado no queda más que en manos del lector») y a la vez la fe a pies juntillas en la veracidad del libro. Probablemente les interesaban más las soflamas políticas que las recetas que salpican aquí y allá sus páginas. Nadine la miliciana 'gourmet', la intelectual de origen extranjero, resultaba mucho más romántica que Francisca García García.
Una es mentira y la otra verdad. Francisca nació en 1912 en La Mulería, una pedanía de Cuevas del Almanzora (Almería) y fue cocinera de la Columna Durruti en el frente de Aragón. Guisaba lagartos, preparaba café de cebada y se apañaba como podía para dar de comer a sus camaradas. Al terminar la guerra se refugió en Francia y pasó el resto de su vida en el exilio. ¿Qué hubiera pensado de las almejas al jerez de la falsa Nadine? Ojalá alguien hiciera una pintada sobre eso.
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