Susana Fortes (1959) es una de las gallegas mejor adaptadas al calor del Mediterráneo. No cambia el orvallo por las aguas torrenciales de Levante, pero se encuentra a sus anchas en Valencia, donde vive. Fortes, que acaba de publicar 'Nada que perder' (Planeta), es una ... trabajadora disciplinada cuyo escritorio es un campo de batalla donde campean notas y libros en feliz promiscuidad. Hija de un fundador de Unión Militar Democrática (UMD), que intentó introducir un aire de modernidad y democratizador en el Ejército, es una adicta a la bici y los paseos rápidos por los márgenes del Turia, una amante de la comida italiana y una frecuentadora de los comercios de su barrio, el Ensanche.
Lunes
9.00 horas. Tomo un desayuno olímpico. El café es fundamental, sin él no funciono. Tomo además zumo de naranja y tostadas con distintos tipos de mermelada. Me lo tomo con calma, leo los periódicos o escucho la radio. Es mi manera de aterrizar en el mundo. 12.00 horas. Salgo a correr, aunque cada vez más opto por andar deprisa por uno de los mayores parques de Europa, que está en torno al cauce del Turia. A veces hago ejercicio en bici. Valencia ofrece muchas oportunidades para los ciclistas, hay un carril de cuatro o cinco kilómetros hasta la playa. Es algo capital para mí porque estoy ocho horas al día sentada, escribiendo en el ordenador. Me da el aire en la cara y me espabilo; es parte de mi rutina diaria.
16.00 horas. La tarde es sosegada. Me echo una siesta, nunca más de media horita. Si por la mañana escribo a fondo, por la tarde me dedico a corregir, a pulir. Me gusta quedar a cenar con los amigos en el barrio, en el Ensanche, casi siempre en algún restaurante italiano.
Martes
12.00 horas. Hablo con mi padre, Xosé Fortes Bouzán, uno de los fundadores de la Unión Militar Democrática (UMD), creada en los últimos años del franquismo. Sus miembros fueron detenidos cuando intentaron hacer una transición pacífica en el Ejército, que estaba dominado por elementos reaccionarios y franquistas. Cuando salió de prisión dirigió una revista infantil, la primera editada en gallego, se llamaba 'Vagalume', que significa luciérnaga. Era profesor de historia y llegó a dirigir un instituto. Mi padre es un gran conversador, un tipo muy vitalista que a sus 87 años se lee a Heródoto y 'La guerra de las Galias'.
19.00 horas. Me gustan las tardes de lluvia. De pequeña las odiaba porque significaba estar metida en casa y no podía salir a jugar. Aquí, cuando llueve, acontece el diluvio universal, caen chuzos de punta y parece que se acaba el mundo. Pero estar en el sofá con la lámpara encendida mientras afuera se produce el aguacero es una sensación muy agradable. En gallego existe una palabra para expresarlo que es «acougar», algo parecido a estar en el nido.
Miércoles
11.30 horas. Mi despacho es muy luminoso. Vivo en una casa del Ensanche de la Valencia modernista, con grandes ventanales que dan a la calle. Mi escritorio es un desastre, una mesa corrida que es mi terreno de combate. A veces desayuno en él y siempre está llena de libros, papeles, blocs de notas, el portátil…
12.30 horas. Cuando escribo no quiero escuchar ni el vuelo de una mosca. Por eso no me pongo música. La escucho con los auriculares cuando voy en bici, salgo a correr o estoy tomando una copa con los amigos.
Jueves
9.45 horas. Mi ideal consiste en ser mediterránea a media jornada y atlántica el resto del día. Valencia y Galicia son las antípodas, tanto en el carácter como en la luz. La primera es el sol naciente y la segunda el sol poniente. Del temperamento mediterráneo me gusta la vitalidad, el toque festivo y el tirar para adelante. Galicia, en cambio, es la sutileza, el misterio, la niebla y el saber callar a tiempo. A Valencia me vine por amor y me quedé por trabajo.
13.00 horas. Escribo en el ordenador, en un portátil, lo que no quita para que lleve siempre mi bloc de notas en el bolso. De esta manera logro simplificar el trabajo muchísimo. Cuando empieza una novela no suelo saber cómo acaba. Necesito sentir la pulsión de la intriga, de la curiosidad, del saber qué va a pasar. Construyo imágenes muy breves que se mezclan con lecturas, noticias, entrevistas… A veces encuentro argumentos en el periódico.
19.00 horas. Antes que escritora, soy lectora. No concibo la vida sin leer. Leo una media de tres o cuatro libros al mes, en cualquier sitio, en el sofá, en el tren, en avión, donde me pille… Como viajo bastante me he aficionado al libro electrónico, donde tengo mil y pico volúmenes guardados. Antes, cuando viajaba a Galicia a pasar el verano, facturaba una maleta entera llena de libros. Ahora, en apenas 300 gramos, llevo una biblioteca completa, lo cual es muy cómodo. Con todo, sigo prefiriendo el papel, y hasta me compro los ejemplares que he leído en el Kindle por el puro afán de posesión.
Viernes
12.00 horas. Aunque parezca contradictorio, soy disciplinada en el trabajo y caótica a la vez. Me he criado en la filosofía de la resistencia y el ejercicio de aguantar mecha. No soy para nada quejica. El victimismo es uno de los rasgos de la personalidad que menos me gustan.
17.00 horas. Siempre que voy a Madrid, visito el Museo del Prado, pero solo un ratito, cosa de diez minutos o media hora, a ver los cuadros de Velázquez, el Bosco o Durero. Y es que la belleza me emborracha, mis neuronas visuales se saturan. Quizá sea porque de niños nos llevaban a un museo y lo veíamos de arriba abajo, de modo que terminábamos destrozados. Cuando daba clases Historia del Arte, más que enseñar nombres y épocas, lo que más me satisfacía era educar la mirada, conseguir que un estudiante quedara fascinado por una pintura cuando al principio no le decía nada.
21.00 horas. No soy especialmente sociable ni me gusta contarlo todo, es más, a veces hay que sacarme las cosas con sacacorchos. Me gusta conversar, pero depende con quién. Con los amigos me encanta chafardear y hablar, es muy saludable.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.