Sergi López
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Sergi López
Me llevo muy bien con los niños, enseguida conecto con ellos», asegura el actor Sergi López, nacido en Vilanova i la Geltrú en 1965, de ascendencia murciana e independentista entusiasta. Su carrera internacional se disparó con la película francesa 'Harry, un amigo que os quiere', ... del año 2000, que le hizo merecedor del César a Mejor actor y del Premio a Mejor actor europeo. Ha tenido grandes éxitos con directores como Agustí Villaronga y Guillermo del Toro, y ahora, mientras prepara gira de teatro con el monólogo 'Non Solum', participa en la nueva película del cineasta belga Fabrice Du Welz, 'Maldoror', que se inspira en uno de los casos más perturbadores registrados en Bélgica, el conocido Asunto Dutroux, que sacudió a la opinión pública en los años 90 y que centra la atención en el asesino en serie y pedófilo Marc Dutroux.
- ¿Qué no olvidará nunca?
- El día que le dije a mi padre, para calmarlo porque estaba muy enfadado conmigo: «He decidido que voy a dedicarme al teatro». Yo estaba muy descentrado e iba fatal en los estudios, y un día llegué a casa pasadas las cuatro de la mañana, que era la hora en la que él ya estaba en pie para irse a trabajar a la fábrica de Pirelli. Le vi la cara de mala leche que tenía y le solté lo del teatro para salvar el pellejo (risas). Y el caso es que funcionó.
- ¿De niño qué?
- Muy feliz.
- ¿Jugaba a ser otros?
- Jugaba mucho, sobre todo en la calle, y estudiaba poco. Pero yo no tenía el sueño de ser actor. Me llevaba bien con la vida, pensaba que era bonita, pero ni tenía grandes sueños, ni una gran vocación. De hecho, cuando descubrí el teatro, me decidí a probar a ver si sonaba la flauta, pero ni por asomo pensaba yo que llegaría todo lo que ha venido después. En la vida he funcionado mucho en plan Cholo (Simeone), partido a partido; no es que haya planificado mucho, ni apostado mucho, ni tampoco peleado a muerte. Más bien me he dejado llevar por la vida.
- ¿Qué marca?
- Ser de familia humilde, ni te puedes permitir ser caprichoso, ni esperar a que las cosas te caigan del cielo. Mi padre, un obrero de fábrica; mi madre, trabajando en casa. Eso de que hay que currar si quieres comer lo veía muy claro desde bien pronto.
- Lo que no veía tan claro es que el teatro y el cine le harían un hueco importante.
- ¡Qué va! Empecé a hacer teatro y me decía, '¿te imaginas ganándote la vida haciendo el payaso?'. Que eso sería la hostia era la conclusión a la que llegaba; pero no me tenía yo en alta consideración (risas), y también me decía que si un día se acababa esto de actuar, pues me pondría a trabajar de mecánico o de lo que fuese y tampoco se hundiría el mundo. ¿A trabajar en un bar?, pues adelante, es lo que hace la gente normal, trabajar en lo que puede y seguir con su vida, y yo soy uno más de esa gente muy normal.
- ¿No se tiene usted por un triunfador?
- No sé...; al principio, cuando empecé a tener éxito como actor y una gran repercusión mediática, yo lo vivía como si no fuera conmigo y, durante mucho tiempo, conviví con el llamado 'síndrome del impostor'. Me decía: 'Esto te va a durar hasta que un día te pillen, te manden a casa y contraten a actores de verdad'. No fue fácil ni rápido ir tomando conciencia de que esto iba en serio. Me costó asumir que soy actor y que eso es importantísimo en mi vida.
- ¿Qué necesita para vivir?
- Tengo la suerte de no necesitar muchas cosas materiales, de conformarme, enese aspecto, con lo imprescindible. Lo que sí necesito es a la gente, necesito no estar solo, necesito tener amigos a mi alrededor, necesito sentirme acompañado.
- ¿Qué lección lleva aprendida?
- Al dolor, por mucho que sea un fastidio, a veces hasta hacerse insufrible, lo tienes también que abrazar porque forma parte del camino; y me refiero tanto al personal como, digamos, al social. No vivimos en un mundo de vino y rosas, no deberíamos olvidarnos de la gente que sufre, que padece injusticias; a mí la injusticia me provoca mucha rabia.
- ¿Y qué papel juega ahí el teatro, por ejemplo?
- Más allá de la satisfacción de pisar un escenario, de que tu ego se sienta gratificado con los aplausos del público y de que puedas vivir de él, lo que yo he aprendido es que el teatro, como el cine, como la ficción en general, puede ser un arma de transformación.
- ¿De qué ha tenido la suerte?
- Me he encontrado con una gente brutal, gente de la que aprender, que te permite mantener la esperanza, que te muestra nuevos caminos, que incluso te salva la vida en un momento dado; gente muy distinta que hace cosas muy diferentes. Hay personas que me han iluminado, que me han cambiado la vida, que me han hecho confiar de verdad en mí mismo, yo que soy un tío de Vilanova, y ni el más culto del pueblo, ni el más leído, ni el más nada.
- ¿Llegó a tocar fondo?
- No, he visto a otras personas llegar ahí y yo he tenido la suerte de no vivir esa experiencia. He sufrido, pues claro, y he llorado como todo el mundo, pero no he tocado fondo. He tenido suerte y no sé a quién debería darle las gracias; a Dios no, porque no soy creyente.
- ¿Qué no es usted?
- No soy nada supersticioso; si alguien me dice que no pase por debajo de una escalera con la que nos encontramos, yo tengo que pasar. No soy ni supersticioso ni fatalista.
- ¿Volvería a rechazar participar en una película de la saga de James Bond?
- Pues sí, volvería a rechazar participar en una película de James Bond. A ver, tampoco es que me llamaran para ser el protagonista (risas), pero de todas formas muchos me dijeron que estaba loco por rechazar una oferta así. Lo que me pasó es que tuve un ataque de lucidez leyendo el guión, con tanta violencia e imperialismo desmesurados. Tenemos a un señor, James Bond, que va a un país que no es el suyo, se carga a unas cuantas personas, desaparece y además se toma un martini tan tranquilo, ¡vergonzoso!
- ¿A qué no renuncia?
- A pensar que las cosas, si no nos dejamos anestesiar, se pueden cambiar. No quiero perder la esperanza de que podemos mejorar el mundo entre todos, de que es posible vivir en paz unos con otros, de que hay una buena parte del sufrimiento de los demás con el que podríamos acabar. Hay una maquinaria gigantesca que nos empuja a decir 'tú tranquilo, tú no te preocupes por los demás, tú preocúpate de poner alarma en tu casa y de lo tuyo, y los demás que se apañen ellos'. Y esa idea repetida sin cesar hace que tengamos la sensación, muchas veces, de que no podemos hacer nada. En este sentido, creo que la cultura es un alimento que nos puede ayudar a mantener la esperanza.
- ¿Cómo le ha dejado el resultado de las elecciones del 28 de mayo?
- Pues mal, mal, creo que se confirma esta idea de que estamos muy perdidos. Lo que ha ocurrido va en dirección contraria a que una amplísima mayoría quiera cambiar las relaciones de poder; vale, que siga en manos de los poderosos. Pero, al mismo tiempo, hay que aceptar los resultados porque cada uno deposita en la urna la papeleta que le da la gana. No hay que bajar los brazos, queda muchísimo trabajo por hacer en un país tan curioso como España, donde quedan muchas heridas que no han cicatrizado, por ejemplo. Y cuidado, porque cuando se le abre la puerta a la extrema derecha, ya no se va a volver a ir tan fácilmente.
- ¿Cuál es su patria?
- Tengo a gente querida en muchos lugares del mundo, gracias a mi trabajo, así es que mi patria es muy grande porque mi patria es la gente. Otra cosa es la identidad, que encuentro esencial; yo soy lo que yo decida ser, no lo que me impongan ser.
- ¿Sigue defendiendo la independencia de Cataluña?
- Sí. Para mí que los catalanes se gobiernen por sí mismos sería lo normal; y no es que esto sea la solución a todo, pero sí el punto de partida. Y creo que podemos vivir todos juntos sin hacernos daño, incluso divirtiéndonos y apoyándonos. Podemos seguir siendo amigos sin tener que ser obligatoriamente compatriotas.
- Dice usted que a veces hace cosas muy marcianas, ¿por ejemplo?
- Pues mire, ahora mismo estoy con dos películas absolutamente distintas; por un lado, con 'La terra negra', del director valenciano Alberto Morais, en la que interpreto a un personaje que es la bondad personificada, una bondad casi mística, sobrenatural. Y, por otro lado, voy a interpretar en Bélgica, en 'Maldoror', de Fabrice Du Welz, al asesino en serie y pedófilo Marc Dutroux, cuyos crímenes conmocionaron a todo el país; un verdadero horror, un caso muy bestia que supuso un verdadero trauma y que todavía hoy, quince años después, continúa impactando. Así es que pasaré de una bondad estratosférica a la maldad más absurda.
- ¿Por qué vuelve a los escenarios?
- Tengo ganas de girar por toda España, y de retomar esta función, 'Non Solum' -escrita junto a Jorge Picó], en catalán y en castellano-, y de encontrarme en directo con espectadores muy distintos de todas partes. Retomo una obra -representada en su día en Francia, Bélgica, Suiza y hasta en la Polinesia Francesa y Latinoamérica-, que me emociona y que creo que conecta muy fácilmente con el público, una obra que va sobre las diferentes voces que escuchamos dentro de nuestra cabeza, es decir sobre la complejidad humana, pero tratada desde la comedia pura, con muchísimo humor y su toque surrealista. A mí me encanta que la gente se descojone porque mi gran vocación es la de payaso.
- Pasa usted de su imagen.
- ¡Joder, tío!, ¿me estás llamando gordo? [Risas]
- ...
- Si es que me gusta comer, y no veas lo que me cuesta ahora perder aunque solo sea un kilo. Por otro lado, no puedo estar todo el día pendiente de que el día que adelgace ya verás tú qué bien, y entonces tal y cual...; que tengo barriguita, pues prefiero asumirla y llevarla por el mundo a pasear conmigo.
- ¿Qué expresión le gusta seguir utilizando?
- Para disgusto de mi hijo (risas), ¡alucino pepinos!
- ¿Si pudiera qué haría?
- ¡Volar!
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