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J.S.
LOGROÑO.
Lunes, 3 de diciembre 2018, 23:37
Parece un tipo duro, Casi dos metros de hombre y las espaldas de un estibador. El quería haber sido marinero o torero. Pero, tras una infancia marcada por la Guerra Civil y la posguerra, hijo de una viuda joven, tuvo que espabilar temprano y arrimar ... el hombro en casa. A veces había que robar alguna cosa para llevar comida a sus hermanos. No siente vergüenza al decirlo; más bien un noble orgullo. En los cincuenta le tocó ser electricista en El Cortijo y ciclista aficionado. Fue en las carreras donde vio la posibilidad de colgarse una cámara. Los rudimentos los leyó en el manual 'Cómo aprender a hacer fotografía' y, cuando el azar hizo su parte, él estaba listo para empezar en La Gaceta del Norte una singular carrera como 'reporter'.
Hoy, a sus ochenta y ocho años, Teo realmente parece un tipo duro, de puro granito, pero todavía se le humedecen los ojos cuando recuerda las penurias que tuvo que pasar su madre, los madrugones para ir a limpiar, el hambre... «He llenado pañuelos de lágrimas recordando a mi madre», confesó ayer. Él no parece darle demasiada importancia a su película, como cuando los nietos le dicen que todo eso son batallitas de abuelo. Sonríe pensando lo que han cambiado las cosas con el tiempo y mira alrededor con esa mirada suya que ve fotos que nadie más sabe ver. «Las fotografía es la vida -dice- y la vida son alegrías y tristezas; todo vale».
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