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Con un Teatro Bretón a rebosar volvía a Logroño uno de los títulos más queridos por el público, La Bohème de Puccini, esa romántica historia, repleta de emoción y espectáculo, con el imposible amor de dos jóvenes bohemios luchando por sobrevivir en el Paris de ... mediados del siglo XIX, que la música del seductor Puccini eleva a alturas increíbles. Y no nos defraudó la Compañía Lírica 2001 a juzgar por las intensas aclamaciones finales y las numerosas veces que tuvieron que salir los artistas a saludar a la boca del escenario.
Para empezar, destacaré la juventud y fogosidad del reparto, que consiguió una versión impactante y extravertida en el canto y de gran dinamismo escénico, sin perder el necesario control en los momentos más íntimos: una excelente y vivaz lectura. El joven poeta Rodolfo era el tenor murciano David Baños, con ese agudo esplendoroso –tan difícil de oír en los escenarios mundiales– que te deja pegado al asiento y que además ha ido ganando en línea de canto y control de emisión respecto a visitas anteriores. La soprano coreana Yeonjoo Park fue una poderosa Mimí que pedía algo más de dulzura y belleza de emisión, pero con una calidad de canto que consigue enamorar. Me sorprendió el joven barítono gerundense Guillem Batllori como el pintor Marcello, con su apostura escénica, su bella voz preciosamente timbrada y muy bien manejada y su sorprendente madurez expresiva –algo sobreactuado al principio–, creo ver un cantante de mucho futuro.
Me alegró ver a la soprano italiana Francesca Bruni en el pizpireto papel de Musetta, pues, en las numerosas ocasiones que ha pasado por el Bretón en múltiples papeles de todo tipo, nunca me defraudó y ahí queda esa modélica Musetta que nos ofreció deslumbrante de vivacidad y sello puramente italiano en su famoso vals, pero todavía más admirable en sus conmovedoras frases dramáticas del cuarto acto. Espléndido también el bajo italiano Adriano Gramigni como el filósofo Colline, con su redonda voz tan bellamente timbrada, que pudo lucir en su breve aria de la «vecchia zimarra» del 4º acto. Cumplidor y expresivo, aunque con una voz de menor interés, el barítono ucraniano Andrii Chanov, que ofreció un desenvuelto Schaunard y, ya que nos ponemos, también me gustó el bajo Andrea Gervasoni en el doble papel del casero Benoît y del rico amante Alcindoro.
La presentación escénica fue muy meritoria y apropiada para un escenario pequeño como el del Bretón y, teniendo en cuenta que es una compañía itinerante por diversidad de espacios escénicos, yo diría que brillante. El Coro Lírico Siciliano estuvo fenomenal en el complicado 2º acto, supliendo con sus dos docenas de cantantes el formidable coro requerido, además del coro infantil y hasta desfilaron en la retreta que finaliza el acto: unos auténticos héroes vocales. La orquesta sonó espectacular en una de sus mejores actuaciones de los últimos años, verdaderamente magníficos todos, con un director que ya es como de casa –¡lleva catorce años pasando por el Bretón!–, el eslovaco Martin Mázik, que llevó con pulso firme y elegante gesto toda la ópera, consiguiendo momentos verdaderamente arrebatadores. ¿Se puede pedir más?
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