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Karl Marx nunca estuvo en España. Conocía, sin embargo, su historia y su realidad mucho mejor que algunos de los hispanistas del XIX que han pasado como tales a la posteridad. Y si había un personaje del entonces ya decadente imperio hispano que le interesara sobremanera, ese no fue otro que el riojano de adopción Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, nombre completo del duque de la Victoria.
«Espartero es uno de estos hombres tradicionales a quienes el pueblo suele subir a hombros en los momentos de crisis sociales y de los que después, a semejanza del perverso anciano que se aferraba tenazmente con las piernas al cuello de Simbad el marino, le es difícil desembarazarse», escribió Marx en el rotativo 'New-York Daily Tribune' el 19 de agosto de 1854.
Filósofo, economista, sociólogo, intelectual y, junto a Engels, padre del socialismo científico, del comunismo moderno, del marxismo y del materialismo histórico, Karl Marx también ejerció el periodismo durante varias décadas de su vida.
Cuando se cumplen 200 años de su nacimiento (Tréveris, actual Alemania, 5 de mayo de 1818), resulta sorprendente la clarividencia de sus artículos y reflexiones en prensa, entre los que destaca 'La España revolucionaria', escrita junto a su inseparable Friedrich Engels.
Gracias a las investigaciones pioneras del profesor riojano José Manuel San Baldomero Úcar y de otros historiadores que han profundizado en la relación entre Marx y España, hoy conocemos el interés que el filósofo germano atesoraba por la Península Ibérica.
«Acaso no haya otro país, salvo Turquía, tan poco conocido y erróneamente juzgado por Europa como España» y, sin embargo, «no hay otra parte de Europa, ni siquiera Turquía y la guerra rusa, que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en este momento», escribe.
Fue en el verano de 1851 cuando el 'New-York Daily Tribune' propuso a Marx que colaborase con el rotativo desde Londres, donde tenía fijada su residencia. El periódico neoryorkino era en aquella década el más influyente de Estados Unidos, con una tirada superior a, por ejemplo, el 'Times' londinense.
Cuando en el verano de 1854 estalló en Madrid la 'Vicalvarada', revolución que desembocaría en el bienio progresista, fijó Marx aún más su atención en España, y tan cautivado estaba, que llegó a aprender castellano para leer en su lengua original libros y periódicos que llegaban desde la Península a la biblioteca del British Museum.
Son una docena los artículos en los que Marx cita al duque de la Victoria. «Con anterioridad al año 1854, Espartero aparece ante la mirada de Marx como un héroe de grandeza ambigua y peregrina», explica San Baldomero. Pero cuando cayó el Gobierno moderado tras la 'Vicalvarada', fue reclamado don Baldomero de su retiro logroñés y entró en Madrid en loor de multitud, el escritor alemán no daba crédito: «¿Cómo ha podido Espartero convertirse nuevamente en el salvador de la patria y en la 'espada de la revolución', como ahora le llaman?».
Y es aquí donde llega una de las reflexiones más jugosas de Marx sobre este riojano ilustre, publicadas el 19 de agosto de 1854 bajo el título general de 'Espartero' en el 'New-York Daily Tribune': «Espartero se retiró tranquilamente a su finca de Logroño (La Fombera) para cultivar sus berzas y sus flores, en espera de que sonase su hora. Ni siquiera buscó la revolución, aguardó a que ésta lo llamase. Hizo más que Mahoma. Esperó que la montaña acudiera a el, y la montaña acudió».
Tras las primeras semanas de ímpetu revolucionario, pronto se desinflaron para Marx tanto la revuelta española como la figura de Espartero, al que comparaba con Don Quijote: «Espartero nació en Granátula de la Mancha y, lo mismo que su célebre paisano, tiene su idea fija: la Constitución y su Dulcinea del Toboso: la reina Isabel».
Recordaba el filósofo de Tréveris que cuando don Baldomero regresó de su exilio inglés (1843-1848 ) juró lealtad a Isabel II: «Ruego a Vuestra Majestad que me llame cuando necesite un brazo defensor y un corazón amoroso». Y añadía: «Ahora Su Majestad lo ha llamado, y el caballero andante aparece amortiguando las olas revolucionarias, enervando a las masas con una calma engañosa (...) y proclamando a voz en cuello su fe inquebrantable en la palabra de la inocente Isabel».
Desencantado con el devenir de los acontecimientos, Marx criticó con dureza que Espartero diera la espalda al pueblo que lo había vuelto a encumbrar: «Jamás revolución alguna ha ofrecido un espectáculo más escandaloso por la conducta de sus hombres públicos que esta revolución emprendida en pro de la 'moralidad'. La coalición de los viejos partidos que forman el actual Gobierno de España (el de los adictos a Espartero y el de los adeptos a Narváez) de nada se ha ocupado tanto como de repartirse el botín consistente en puestos de dirección, empleos públicos, sueldos, títulos y condecoraciones».
¿Qué hubiera pensado Marx cuando, varios años después (1870), rechazó Espartero el trono español que le ofrecían el Gobierno de Prim y buena parte de la opinión pública? ¿Y que de nuevo esperó que la montaña acudiera a él, y la montaña acudió? Nunca lo sabremos. Su colaboración con el 'New-York Daily Tribune' se diluyó en 1865 y jamás -que sepamos- volvió a escribir sobre el ilustre riojano de adopción.
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