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'Como a nadie en esta tierra' (Destino) es la nueva novela de Víctor del Árbol (Barcelona, 1968). El escritor y ex mosso d'esquadra da una vuelta de tuerca al género negro y a la figura del investigador a través del inspector Julián Leal, ... que quiere ser fiel a su apellido. «A los 13 años maté a la primera de mis víctimas. Mato a la gente por dinero y en ello he encontrado mi modo de estar en el mundo», dice el terrible villano de este 'thriller' a caballo entre la Galicia profunda de 1975 y la Barcelona de 2005.
-El meollo de la novela es el precio que se paga por ser un héroe ¿Cuál es?
-La soledad y el fracaso. Hacer lo correcto significa a menudo el ostracismo. Hay que asumirlo. Un verdadero héroe no lo es por vocación. Le obligan a serlo las circunstancias y los demás.
-¿Quiénes son los héroes del siglo XXI?
-Las personas que no se inhiben. Las que no callan y no miran a otro lado. Y no necesariamente deben ser los triunfadores que vemos en las redes o en los medios. El triunfo y el heroísmo no tienen nada que ver. Los verdaderos héroes son quienes hacen lo correcto aunque nadie lo sepa. Hablo de funcionarios, enfermeros o autónomos que van por la vida repartiendo comida en bicicleta truene o haga calor. Los que ponen límites al poder, aunque no lo parezca. En el mundo de contribuyentes, consumidores y clientes que hemos creado, aún hay quienes hacen lo correcto cueste lo que cueste.
-El género negro se reformula. Su novela da una vuelta de tuerca a la tipología del relato y a la del protagonista.
-La novela negra es el vehículo narrativo que mejor se adapta a la complejidad de la sociedad. Por eso está y estará tan de moda. Es un género muy poroso que permite utilizar todos los recursos. Puede ser psicológica, histórica, costumbrista, política o policíaca pura. Y sin complejos. El gran salto es que cada vez más escritores tratan el género con esa voluntad literaria. Hay que romper el cliché de que lo popular carece de altura literaria. Decir que la literatura es de élites no tiene sentido.
-¿Ha escrito un 'thriller' literario?
-Sí. Conjuga ritmo e intensidad. El 'thriller' tiene esa vocación de llegar a muchos lectores con un ritmo trepidante y sin renunciar a la profundidad de los personajes.
-¿Ya no basta con resolver un crimen y hacer denuncia social?
-El sujeto primordial de la novela negra es la violencia, que es política o social en el sentido de que es disfuncional en la sociedad o en el individuo. Y eso hay que tratarlo con profundidad. Ya no basta con saber quién y cómo; es muy importante entender el porqué. Más allá del entretenimiento, la novela negra debe proponer una reflexión sobre el tiempo que vivimos.
-Ha creado un asesino culto, sofisticado, guapo ¿No glorifica la maldad?
-Está hecho a plena conciencia. Si Hannah Arendt habla de la banalidad del mal, lo que abordo es la fascinación por el mal. Es un hecho. Vemos ficciones como 'Narcos' que glorifican a Pablo Escobar, por ejemplo. Planteo al lector ese dilema. Tenemos un héroe frágil con muchas debilidades y a un antihéroe, un villano marmóreo, perfecto y fascinante. Ahí aparece el dilema moral. Nos sentimos atraídos por el asesino. Nos fascina el mal y debemos saber por qué sin perder de vista la crueldad con la que lo hacen. Con este personaje he hecho de abogado del diablo.
-¿Por qué nos fascina el mal?
-Hay algo que nos atrae hacia lo que somos incapaces de hacer. En esa fingida libertad de la moral y de la ética, de liberarse de todo constreñimiento ético y moral, aparece la falsa idea de libertad. De decir: puedo hacer lo que quiera sin pagar las consecuencias. En todos nosotros hay una parte oscura que nos atrae hacia el abismo. Y si miras al abismo, el abismo te acabará mirando a ti, como decían los latinos.
-Hay pocas sagas narrativas con asesinos ¿El suyo llega para quedarse?
-Me gustaría crear a un Ripley como el de Patricia Highsmith en los años 50. Un personaje tentador, un sicario del que no sabemos nada. Tiene mucho que contar y me apetece ir enfrentándolo a diferentes héroes y en diferentes etapas. Si le conocemos mejor quizá acabemos viendo una mutación. Soy optimista y creo que el agua se puede acabar mezclando con el aceite a la temperatura adecuada. Es probable que lo veamos en otra ficción. Ahora con otra cosa y me gusta mucho experimentar, pero me apetecía escribir este tipo de novela. Ya veremos si es fundacional o se queda aquí.
-Julián Leal, su inspector ¿Hace honor a su apellido?
-Sí. La lealtad con uno mismo es lo más importante. Más en un tiempo de relativismo moral en el que tiene más vigencia que nunca la 'boutade' de Groucho Marx: «estos son mis principios, si no le gustan tengo otros». Es leal es a sus principios, a sus raíces, al principio de la justicia y a lo que es. Y no es fácil. Cuando las cosas no van bien tendemos a traicionarnos.
-¿Se ha traicionado usted muchas veces?
-No soy un héroe. Pero no he cambiado mis principios, aunque muchas veces se han visto cuestionados y ha generado dudas. Trato de ser coherente, conmigo pero a veces me ha faltado el coraje de dar un paso adelante.
-Leal se debate entre la ley y la justicia ¿Son cosas muy distintas?
-La ley es una pretensión de justicia, pero es un artificio, un elemento civilizatorio, un código que hemos creado artificialmente. La justicia es un sentimiento innato sobre lo que está bien y mal que todos tenemos. La ley es objetiva y la justicia es siempre subjetiva. Responde a la emoción y no siempre a la razón.
-¿Julián Leal se aleja del arquetipo policial de los alcohólicos mortificados de Hammett o los superdotados e inteligentísimos deductores como Auguste Dupin?
-La novela negra debe responder a códigos reconocibles para el lector y que la hacen atractiva. Pero hay que ir un paso más allá. Los personajes no pueden ser solo engranajes de una trama. Deben encerrar en sí mismos una historia una novela una identidad y una personalidad con la que se empatice. Es imposible amar a un Dios, solo podemos amar a los humanos y eso supone aceptar sus fragilidades y sus debilidades, sus defectos y sus conflictos. Cuando creas un personaje amargado y alcohólico no dejas de crear otro arquetipo. Mi arquetipo es el de la normalidad de un policía que en una circunstancia extrema da lo mejor de sí mismo.
-Fue policía ¿Qué tiene Leal de Del Árbol?
-Más de lo que parece. Le he prestado muchas cosas. Recreo toda la tipología de policías de una comisaría y cómo hay que lidiar en el día a día con el sistema, con la idea abstracta del poder. Eso los hace muy reales. Está el policía vocacional, el vago que no se quiere complicar la vida, el corrupto y la rígida que se ciñe a la norma sin dejar que entren las emociones. Cómo cohabitan es muy interesante porque no todo el mundo se puede meter en una comisaría.
-¿El poder corrompe por definición?
-No. Los que se corrompen son las personas que ejercen el poder. El poder está más allá del bien y del mal, de la ética y de la moral. No quiere perjudicar ni beneficiar. Simplemente se retroalimenta. Olvidamos que el poder lo encarnan personas concretas con ambiciones particulares. La carcoma es la corrupción política, económica, la mentira.... Es peligrosa porque genera desafección, y cuando hay desafección aparecen los corsarios y los populismos.
-Nadie perdona y nadie olvida ¿El peso del pasado nos aplasta?
-Así es. Puede esclavizarnos y no dejarnos avanzar. Lo que fuimos forma parte de nosotros, pero llega el momento de dejar a los muertos en paz. Aunque no podrás avanzar si tus cicatrices siguen abiertas. No vivimos en el pasado pero el pasado nos habita.
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