Un famoso que no se avergüenza de su fe
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He escrito en más de una ocasión que un buen creyente no es aquel que anda sacando pecho por su condición de tal, o que viste una camiseta que rece algo así como 'Soy católico, apostólico y romano'. ¡No! Eso es una tontería y una ... ridiculez. Primero porque una camiseta como vestimenta solo la llevan con naturalidad los críos, y eso si el logo de la misma es el escudo del Madrid, del Barcelona, o a una mala del Deportivo Logroñés. Y segundo porque yo no me imagino a un Premio Nobel de lo que sea embutido en una vestimenta que haga referencia a sus gustos o creencias. Y ojo, ¿saben ustedes cuántos Premios Nobel han dado la cara con sencillez y han manifestado que creen en Dios? Tomen nota porque no les voy a recordar más que cinco de los más de cien que hay de primer nivel: Pasteur, químico y bacteriólogo que desarrolló la vacuna contra la rabia, hoy que está tan candente eso de vacunarse. Jerome Lejeune, padre de la genética moderna. Este no hizo alarde de su fe, pero cómo viviría su coherencia cristiana que está en proceso de ser llevado a los altares como santo. Fleming, descubrió la penicilina, hallazgo que cambió el mundo de la salud o de la enfermedad, se mire como se mire. Marconi, ingeniero eléctrico que descubrió el medio para las retransmisiones a larga distancia. Si no llega a ser por él, aún andaríamos haciendo señales de humo como los indios de las películas del Oeste. Ramón y Cajal, médico español decisivo en medicina por sus investigaciones sobre el sistema nervioso del ser humano.
Les podría citar un montón de eminentes científicos que cambiaron el mundo y que manifestaron con su vida que la fe es algo muy serio, tan serio que los que hoy tachan de ignorantes e incultos a los que creen en Dios, basados en prejuicios rancios y sectarios, muestran una ignorancia supina que les lleva a pontificar de algo de lo que no tienen ni idea.
Después de esta entradilla, voy a hablarles de un famoso que no tiene nada que ver con la ciencia. Supongo que sus conocimientos científicos serán similares a los míos, un poquito de todo y un mucho de nada. El famoso del que les hablo sabe mucho, muchísimo, de fútbol que, desde luego, proporciona bastante más pasta que el saber de números o de física y química. Me refiero a un tal Roberto Mancini, entrenador y seleccionador de la escuadra italiana, llamada 'los azurri' por el color azul de su equipación. Acaban de ganar la Eurocopa y entre otros combinados eliminaron al nuestro, pese a que modestamente creo que hicimos un muy digno papel.
Este buen señor al acabar el partido de la final el pasado 11 de julio nos conmovió a todos al abrazar a un ayudante suyo, también compañero de fatigas en los campos de fútbol, y hoy en lucha dramática con un cáncer de páncreas y del que Mancini dijo que «estaba rezando mucho por él». Rezando y mucho. Esto mismo he dicho yo cientos de veces en los cuatro últimos años, pero la diferencia estriba en que yo soy cura y eso es lo que se puede esperar de un cura. Pero de un entrenador de fútbol de ese nivel ¿hay alguien que lo podía esperar de verdad? Que levante la mano.
Un buen amigo me dijo comentando este asunto que eso de rezar y de llevar una vida más o menos de acuerdo con el sentir de la Iglesia católica «era mejor dejarlo para la intimidad y no había porqué dar tres cuartos al pregonero», a lo que yo contesté con cariño y con claridad que si un político –del signo que sea– o un ministro/a tienen derecho a decir las tonterías que dicen, tan contrarias a lo evidente y al sentido común, ¿por qué razón un señor que acaba de alegrar la vidilla de todo un país con un trofeo de fútbol no tiene derecho a decir que cree en Dios y que reza a la Virgen?
Más aún, ha manifestado que intenta trasmitir a los jugadores actitudes tan positivas como la paciencia, el respeto y el trato considerado con todos, algo que aprendió en su propia familia con la que había meditado el gran mandamiento de amar a Dios y amar al prójimo. «Y para ello, me sirve la fe en Dios como primera y última instancia». Y añade más: «Una hora en misa es mejor que cualquier otra hora en cualquier otra cosa».
Creo que es un mensaje importante que sale de la cabeza y del corazón de un hombre de la calle y que es capaz de revivir algo que Jesús, el Hijo de Dios, pidió a sus seguidores: «El que hable bien de mí delante de los hombres hará que yo también hable bien de él ante mi Padre del cielo». Y esto para los creyentes es algo muy serio.
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