Una familia para mi hijo

Pese al planteamiento, y esto es importante tenerlo en cuenta, no es una película sensiblera, melodramática y, sobre todo, de lágrima fácil. La congoja en la sala se va a producir, pero sin la manipulación descarada de la aflicción si no más bien por la sincera narración y porque los hechos reales contados son tangibles, llegan a la conciencia y emocionan.

Una de las fortalezas de la película estriba en la hermosa relación que se establece entre John, un humilde limpiacristales, y Michael, que ignora el entusiasmo de su padre por presentarle familias. Aunque los instantes más delicados son aquellos que el padre traza un álbum de objetos por los cuales quisiera que su hijo lo recordase.

La acción se desarrolla en varios vectores. Por una parte, la sucesión de visitas y entrevistas que John y Michael establecen con hogares para tomar la decisión de vital trascendencia. Un recorrido de posibles padre adoptivos en los que incluso puede participar el espectador, que toma buena nota de sus preferencias. Aunque hay descartes inmediatos. Por otra parte vemos a John realizando su profesión y soportando antipáticos desaires por parte de algún cliente. Y, por último, en la interrelación que el progenitor mantiene con los servicios sociales encargados de mostrar a los aspirantes.