Pepón Nieto (Marbella, 1967), que parece colonizado y bendecido a la vez por los espíritus de los grandes cómicos españoles, no es un gracioso de manual, obligación a hacerse el simpático y el cariñoso las veinticuatro horas; es un intérprete excelente, un corredor de fondo ... que, como tiene sobradamente demostrado, eleva siempre los proyectos en los que trabaja. Pasó, por ejemplo, con la divertidísima comedia 'Perfectos desconocidos', que dirigió Álex de la Iglesia y en la que el cómico da vida a Pepe y se mete a los espectadores en el bolsillo con una naturalidad y una interpretación que apabullan. Nieto, también recordado por su papel en series como 'Los hombres de Paco' (Antena 3, 2005-2010), ha trabajado a las órdenes de cineastas señeros como Imanol Uribe, Pedro Olea, Manuel Gutiérrez-Aragón y Fernando Colomo.
Actor por encima de todo, capaz de decir en un directo de televisión, dejando en evidencia al periodista que ha intentado hacerse él sí el gracioso, que está «un poco hasta los huevos» de comentarios que también le hacen «estar hasta el gorro de la 'gordofobia'». Acostumbrado en los últimos años a grandes éxitos en los escenarios, con obras en las que también participa como productor, el 2 de agosto estrena en el 69 Festival de Mérida 'La comedia de los errores', de Shakespeare, encabezando un reparto que dirige Andrés Lima. Días después, el lunes 14, recibirá el Premio del 53 Festival de Teatro, Música y Danza de San Javier, cuyo público lo adora. «Me hace muy feliz este premio, que han recibido compañeros [Verónica Forqué, Aitana Sánchez-Gijón...] a los que admiro muchísimo», celebra.
- ¿Qué no hace?
- No doy nada por conquistado. Los reconocimientos y los aplausos son muy de agradecer, pero lo que importa es cómo lo vas a hacer la próxima vez que te subas a un escenario. Al público que viene a verte al teatro no le sirve de nada que tú estuvieses maravilloso no sé qué día, eso no le importa en absoluto, lo que quiere es que estés maravilloso en la función de hoy. Y eso en mi caso es así, hace que no me duerma en los laureles, que ni se me pase por la cabeza vivir de las rentas de éxitos anteriores. ¿Quieres ser actor? Pues ya sabes: cada día, a ponerte las pilas y a dejarte la piel para que el público se vaya contento, porque ese debe ser nuestro objetivo: que si hacemos una comedia, el público salga contento, y si hacemos un drama se vaya con un nudo en el estómago.
- ¿Qué no puede imaginarse?
- La vida sin sentido del humor y sin reírte, porque hay que reírse mucho. Yo lo procuro cada día, y me río mucho también de mí mismo. No creo que esa gente que se lo toma todo a la tremenda, que se toma la vida con demasiada solemnidad, sea muy feliz. La vida hay que tomársela un poco a cachondeo.
- ¿Todo humor es lícito, podemos reírnos de todo, mofarnos sin límite de lo humano y lo divino?
- A ver, yo creo que, como todo en la vida, el sentido común es muy conveniente y suele ponerlo todo en su sitio. ¿Ponerle barreras al humor? No soy partidario de aceptar todas las prohibiciones que a cada uno se le vayan ocurriendo. Creo que en el humor vale todo siempre y cuando no agredas al otro, pero que no lo agredas de una forma descarada, porque también hay que reconocer que hay gente que tiene el pellejo muy fino y se siente agredida por todo. No hay que demonizar a todo el que intenta, a través del humor, contar o denunciar cosas, o simplemente divertir. No se puede sentir agredido todo el mundo con todo, esa situación sería irrespirable. Agota ver fantasmas y malas intenciones en todo, no me gustan ni el victimismo ni la agresión. Los límites del humor tienen que ser los del sentido común.
Un deseo
«Cuando pasen 10 años quiero jubilarme y hacer todas las cosas que hace todo el mundo»
- ¿Qué sigue manteniendo desde su infancia?
- Esa mirada ilusionante que yo siempre he tenido.
- Dice usted que nunca ha sido un actor vocacional.
- Yo empecé a hacer teatro porque había un grupo en San Pedro de Alcántara que ensayaba en una placita que estaba delante del bar de mi padre, y me pegué a ellos; comenzaron a ser mi pandilla y me sumé a hacer teatro con ellos en la calle, de una forma muy lúdica, por diversión, incluso con zancos [ríe]. Pero nunca tuve claro que quisiera dedicarme a esta profesión y, de hecho, cuando me fui a Madrid lo hice pensando: 'Bueno, si no me funciona esta historia me vuelvo a mi pueblo y no pasa nada'. Pero la verdad es que, cuando el tren se puso en marcha, hubo un momento en el que me dije: 'Ya no regreso, pase lo que pase ya no me vuelvo'. Y esa determinación me hizo quedarme y aguantar.
- Y tuvo suerte.
- La tuve, sí, porque llegué a Madrid en septiembre y en enero estaba trabajando; me hicieron unas pruebas para el Teatro Español y me cogieron, y a partir de ahí casi siempre he ido empalmando trabajo tras trabajo.
«Quiero pasármelo bien»
- ¿Cómo se toma hoy la vida?
- Pues yo ahora, con 56 años, me estoy tomando la vida con más tranquilidad, e incluso mi profesión ya no me genera esa angustia que pudo provocarme a veces, también es cierto que porque pasabas por momentos en lo que si no trabajabas no podías pagar el piso. Ahora vengo de una trayectoria profesional que me permite estar más tranquilo, también en lo económico, y lo que quiero es disfrutar y poder permitirme no estar en un proyecto que no me apetezca. Pienso que cuando llegue el momento, cuando pasen 10 años, quiero jubilarme y hacer todas las cosas que hace todo el mundo, pero ahora, aprovechando que estoy en un momento muy disfrutón, quiero hacer trabajos que me hagan disfrutar.
Fiel a sí mismo
«Lo siento mucho, pero yo no soy una croqueta, no le puedo gustar a todo el mundo»
- Y así llegó a 'La comedia de los errores'.
- Cuando tuve el primer encuentro con Andrés Lima y Jesús Cimarro [director del Festival de Mérida], les dije: «Quiero pasármelo bien, quiero que conformemos un reparto de compañeros con los que pueda disfrutar dentro y fuera del escenario, con los que exista complicidad en el escenario y con los que después nos podamos ir a cenar, que luego las giras son muy largas y duras. Es una comedia muy comedia, que habla del amor, de la vida, de los errores, de lo fortuito, las confusiones, y todo ello con esa calidad literaria tan extraordinaria que tiene Shakespeare. Hemos convertido el texto en un juego escénico, es una propuesta muy lúdica, en una fiesta. La gente saldrá del teatro con ganas de tomar una cerveza, de reírse y de seguir pasándoselo bien. Todos estamos disfrutando muchísimo con nuestros personajes.
- ¿Tiene usted la sensación de que ha sabido aprovechar la vida?
- No lo sé, la verdad es que no lo sé. Hay cosas que me he perdido, y otras que he sacrificado. Y me he perdido bodas de familiares, incluso entierros, a los que no he podido asistir porque tenía función... Hay cosas que he sacrificado por mi profesión, pero no sé si me arrepiento o no. Esta es la vida que he elegido y he hecho en cada momento lo que he pensado que tenía que hacer.
- Insiste en lo del sentido común.
- Sí, porque nos falta. Estamos yendo hacia atrás en muchas cosas, y en otras no hay modo de que avancemos un paso.
- ¿Por ejemplo?
- Mire, de verdad que yo pensaba que lo de los dos bandos en este país se iría acabando, y no, me equivoqué: cada vez las diferencias son más profundas. ¿Por qué no podemos respetarnos todos, respetar al que piensa distinto a ti? Yo no quiero acabar con los que piensan distinto, lo que quiero es que me respeten a mí como yo los respeto a ellos.
- ¿Cómo está tras las elecciones generales?
- Al día siguiente de las elecciones estaba un poco más tranquilo, porque estaba muy preocupado por el hecho de que la ultraderecha pudiera entrar en el Gobierno del país. No sé qué pasará, no sé si se formará Gobierno o no, si se repetirán las elecciones, pero por lo pronto hemos salvado un escollo terrible, porque para mí que la ultraderecha estuviera en el Gobierno, que Abascal pudiera ser vicepresidente o que le diera a Vox un ministerio como el de Educación o el de Cultura, me parecía una situación muy terrible. Así que sí, la noche de las elecciones dormí un poco más tranquilo.
Crítico
«Agota ver fantasmas y malas intenciones en todo, no me gustan ni el victimismo ni la agresión»
- ¿Qué le sigue preocupando?
- La ultraderecha no es algo que se dé sólo en España, sino a nivel global. Lo vimos con el trumpismo, lo vemos con lo que está pasando en Italia con Georgia Meloni, donde se impugna el registro del nacimiento de los hijos de familias homosexuales desde 2017. Es preocupante la deshumanización, que como sociedad retrocedamos en vez de avanzar, que los derechos de las minorías no sean respetados por la mayoría, unos derechos que no obligan a los demás a nada, porque nadie te obliga a casarte con alguien de tu mismo sexo. Que se pueda retroceder en avances sociales es preocupante y muy triste.
- ¿Le sorprendió el resultado?
- Me hizo creer un poco en la Humanidad y decir: 'Coño, en este país no somos tan retrógrados, por lo menos hay gente que se da cuenta de que este tipo de políticas no llevan a ninguna parte.
- ¿Agota que se espere de usted que esté siempre gracioso?
- Si es que mi familia me dice que yo no soy gracioso, y tiene razón. Mi madre, por ejemplo, es mucho más graciosa que yo, que no soy de contar chistes ni nada de eso. Yo soy actor, y hago comedia o hago drama en función de lo que me ofrecen; los graciosos son los guionistas, yo lo que hago es hacer mi trabajo con soltura, pero no soy gracioso. Lo que sí trato de ser es amable con todo el mundo, no voy a ir por la vida poniéndole cara de culo a la gente; pero también hay momentos en los que a lo mejor viene alguien y me suelta alguna gracieta y resulta que yo estoy dándole vueltas a un problema familiar y no estoy para nada receptivo. Hay gente que se puede sentir defraudada, y lo siento, pero yo no soy una croqueta, no le puedo gustar a todo el mundo.
Con 32 kilos menos
- ¿Cómo disfruta de su tiempo libre?
- Pues, en este sentido, me ha cambiado mucho la vida tras la pandemia, porque yo era muy de la calle, muy de salir de fiesta, he sido muy festero siempre y nunca me ha dado vergüenza decirlo [risas]. Siempre he dicho que, a mí, la fiesta y la noche me han salvado muchas veces de tirar la toalla cuando he estado sin trabajo. Pero he dejado mucho de salir porque, bueno, me acostumbré a no hacerlo y ahora lo que me gusta es quedar con amigos para que vengan a comer o a cenar a casa, o quedar para ir a algún sitio y luego acercarnos a alguna casa para seguir charlando y tal. Ya no soy discotequero, yo que era de acabar en un 'after' ya de mañana [risas]. Ahora lo que me apetece es estar con mi familia, con la gente que quiero, y poder coincidir más con mis amigos. Tengo una casa en Cádiz, y me gusta mucho irme para allá y recibir visitas de personas queridas, leer, estar tranquilo, ver series y comer bien.
- Comer bien pero menos, supongo, ahora que ha perdido mucho peso.
- Comer también con sentido común [ríe]. Me puse muy gordo durante el confinamiento, llegué a pesar 112 kilos. Me hice una analítica y estaba todo mal. Me lo propuse y bajé a los 80, perdí 32 kilos e intento mantenerme ahí. Y me siento muy bien.