Sus manos hablaban por sí solas, las del artista y las de sus creaciones. El escultor, pintor y fotógrafo hispano-chileno Alejandro Narvaiza Rubio ha muerto este martes en Logroño a punto de cumplir los 84 años de edad a consecuencia de una larga enfermedad. Desarrolló una extensa carrera artística tanto en España como en Chile, siendo muy reconocido en La Rioja, donde residía, por las muchas obras que realizó, la mayoría de ellas en colaboración con su tío escultor Alejandro Rubio Dalmati (1913-2009), también chileno de origen y, al igual que él, riojano a todos los efectos.
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Obra suya es la popular talla del Nazareno de estilo modernista titular de la cofradía del mismo nombre de Logroño. Y, desde mucho antes, en colaboración con Dalmati realizó el relieve de la Sagrada Familia en la parroquia de la calle Múgica (1972), la cabeza del Doctor Zubía en la Glorieta (1974), el Monumento al Fuero de Logroño frente al Ayuntamiento (1977), el Monumento a los Donantes de Sangre en Pérez Galdós (1984), el conjunto de ocho esculturas de la fuente de los Riojanos Ilustres en la Gran Vía (1999) y el Monumento a los Marchosos de la Valvanerada en la actual plaza de la Diversidad (2003). También tienen en Cenicero un relieve a los Héroes Urbanos y en Racimo de uva en Fuenmayor. Y, aunque aparece firmado por ambos, en 2016 realizó en solitario el Monumento a las Enfermeras Riojanas, en el paseo del Prior.
Alejandro Narvaiza Rubio había nacido en Santiago de Chile en 1940 de familia española y tuvo una vida a caballo entre ambos países. Cursó estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Logroño y en la de Barcelona. Posteriormente los completó en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge de la capital catalana, donde también fue discípulo de la academia de Sainz de la Maza. De nuevo en Chile fue alumno y profesor de Arte en la Universidad Católica.
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Empezó a colaborar con su tío en los años setenta y juntos formaron como Dalmati-Narvaiza un estrecho tándem que alcanzó gran prestigio. Alejandro Narvaiza había pasado casi toda su infancia en Chile, trasladándose luego a Logroño y Barcelona para comenzar su formación artística, que terminaría de regreso en Chile. Fue allí donde empezó a trabajar con su tío, junto al que volvió a Logroño definitivamente a mediados de los años sesenta. Interesado por la pintura, la escultura y la fotografía, participó de forma activa en la vida artística y cultural riojana, primero formando parte del Grupo 8, siendo miembro activo del Instituto de Estudios Riojanos y fundando la Agrupación Fotográfica Riojana.
Precisamente dicha agrupación, de la que era socio número uno, lamentaba ayer su fallecimiento a través de las redes sociales. La noticia se conoció en la ciudad a primera hora de la tarde y causó la natural consternación en los círculos artísticos y culturales riojanos, en los que Narvaiza era muy querido y respetado. Su funeral será este mismo miércoles en la mencionada parroquia logroñesa de la Sagrada Familia.
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Resulta difícil hablar de él y de su obra sin hacerlo también de Dalmati, cuyo nombre mantuvo en su firma artística incluso años después de la muerte de este. Su obra conjunta engloba la escultura, la pintura y la fotografía. Ambos fueron profesores de Arte y de Arquitectura en la Universidad Católica de Chile. Realizaron juntos más de medio centenar de exposiciones colectivas, tanto en España como en América, y unas cuarenta individuales. Sus múltiples trabajos escultóricos, vitrales, artesonados, mosaicos, cerámicas y lienzos están presentes en numerosas ciudades de Chile (especialmente en catedrales) y en España, siendo Logroño la que mayor obra pública suya posee.
En este tipo de esculturas, las de calle, destaca su aspecto conmemorativo (a menudo acometidas por encargo de instituciones públicas y privadas) y la rotundidad del volumen. La figura humana es siempre protagonista, con una fuerza física que evoca también la fuerza espiritual y moral. Están realizadas tanto en piedra como en bronce, y en todo caso transmiten sensación de bloque, de estructura intemporal. Esta simplificación formal, que se apoya en una representación anatómica muy concreta y en el tratamiento de las superficies, pulidas, casi cúbicas, con marcadas aristas, permite que su personajes trasciendan el momento concreto al que pertenecieron para alcanzar una dimensión histórica.
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Es esa misma dimensión que en su día ya alcanzó el recordado Dalmati, la de entrar en la historia, la que ahora cobra su sobrino y compañero Narvaiza. Los dos Alejandros del arte riojano trabajaron a cuatro manos durante muchos años y esas manos sinceras se dejan ver en su obra, de una profunda humanidad. Un estilo plástico que se concentra en la esencia formal de las personas, los objetos y los paisajes convirtiéndolos en retrato de una tierra y de sus gentes.
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