Eduard Fernández
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Eduard Fernández
Cuando conversamos, tan solo le quedaba un día de grabación de la serie española de Netflix 'Mano de hierro', dirigida por Lluís Quílez, mientras son legión los espectadores que esperan el estreno de la segunda temporada de '30 monedas', la serie de Álex de la ... Iglesia para HBO en la que también participa. Mientras, Eduard Fernández (Barcelona, 1964) ha recibido buenas criticas por su último estreno en cines, 'Los renglones torcidos de Dios', una adaptación del clásico de Torcuato Luca de Tena escrito en 1979, dirigido por Oriol Paulo y en la que comparte protagonismo con Bárbara Lennie.
De paso, con dos películas cuyo rodaje empezará en unos meses, sigue de gira por los escenarios del país con 'Todas las canciones de amor', donde borda una interpretación memorable, encarnando a su propia madre, de la que en su día no se pudo despedir, a causa de las restricciones de la covid-19 y la enfermedad de alzhéimer, y a la que rinde homenaje sin tremendismos y con sentido del humor. El texto es un monólogo de Santiago Loza, adaptado a la historia familiar del actor, que ha sido dirigido por Andrés Lima. Cuenta Eduard Fernández esta anécdota: mientras cenaban lentejas su madre, ya enferma, y él, éste le propuso una solución acorde con su deseo de querer morirse: que dejara de comer. Entonces, ella miró las lentejas, que bien cocinadas no son ninguna tontería, y sentenció: «Creo que eso no va a poder ser».
Capaz de mimetizarse con el fundador de Open Arms, Óscar Camps, en su aclamada interpretación en 'Mediterráneo' (2021), el drama humanitario dirigido por Marcel Barrena, cuenta con tres premios Goya en su haber, el último a Mejor actor de reparto en 2019 por 'Mientras dure la guerra', de Alejandro Amenábar. Su interpretación de Millán Astray no deja indiferente. Explosivo.
- ¿Qué procura usted ya?
- Para empezar, no tomarme las cosas como algo personal. Hace ya un tiempo que me trato mejor y me doy menos caña.
- ¿Qué más?
- No repetirme en los errores y estar tranquilo, porque cada vez valoro más la tranquilidad. Estoy a gusto cuando estoy tranquilo, pero ninguna de las tres cosas que le he dicho me resulta fácil.
- ¿Lo mejor qué es?
- Que no te falte el humor, sin humor vamos mal. El humor pasa por un lugar del cerebro distinto al de la razón, por un lugar por el que también pasan la magia y la poesía. Que el humor sana es cierto, y tomarse las cosas sin demasiado dramatismo también. Yo me sé chistes que son para mí una filosofía de vida.
- ¿Participar en una película como 'Mediterráneo' le dejó huella?
- Todas las películas te dejan alguna, pero 'Mediterráneo' aborda una problemática que es imposible, si tienes algo de humanidad, que no te afecte, que no te interrogue, que no te conmueva. Pero yo no hice nada especial que merezca un aplauso, solo trabajé como actor en una película; conocí más en profundidad esa tragedia, pero nada más. Hay alrededor de esa realidad tan dura, como de muchas otras, mucha palabrería, muy buenas intenciones y poco compromiso real. No quiero ni imaginarme en el lugar de esa gente que muere en el mar, que abandonan su tierra, que son rechazados, que son vistos como una molestia o una amenaza...; pero también tengo que decir que, más allá de la política, de las consignas, de las ideologías, no creo que haya nadie que cuando se encuentra con alguna persona que peligra en el mar la abandone a su suerte.
- ¿Cómo se recuerda de niño?
- Era un niño muy frágil, muy poco preparado para estar en el mundo, sin ninguna confianza en sí mismo, ni física ni mentalmente. Esa fue mi base.
- ¿Se propuso ser fuerte?
- El tiempo hace que vayas madurando, aceptándote como eres y, en mi caso, sabiendo que esa fragilidad está ahí y que no tiene por qué ser tan mala. No hay por qué esconderse de uno mismo, ni mirar para otro lado como si la cosa no fuese contigo. Somos únicos, cada uno es como es, y si no te aceptas, aunque sea un poco, entonces sí que todo se va a complicar mucho.
- ¿No es precisamente fragilidad lo que usted proyecta?
- Quizá porque durante mucho tiempo he llevado una máscara que la ocultaba, pero creo que he ido cambiando en estos últimos años y ya no me preocupa mostrarme como soy, un tío vulnerable, un tío normal, ni especial, ni superhéroe, ni ejemplar...
- ¿Fue al psicólogo?
- Durante años, y recuerdo que mi madre lo veía como una tontería porque decía yo estaba muy bien [sonríe]. Yo le explicaba que no tenía que asustarse, que no me pasaba nada malo, ni nada grave, pero que me venía bien.
- ¿Qué recuerdo de su madre le reconforta?
- Estamos los dos sentaditos, tomando una Coca-Cola o una caña, en un paseo al lado de la playa y hablando de la vida y de las gentes que pasan por nuestro lado... Cotilleando [ríe]. [El actor imita a su madre:] 'Mira, esos dos se han enfadado, ella le ha soltado la mano y se le ve en la cara que no está feliz'. Nos gustaba mucho observar a la gente por la calle, analizar sus andares, la actitud con la que se comportan, si se van riendo o en silencio...
- ¿Se acostumbra a su ausencia?
- Noto su presencia en mi interior..., o eso quiero creer. Ahora, revisando su historia personal para hacer 'Todas las canciones de amor', me he vuelto a sentir muy cercano a mi madre e incluso hablo con ella, 'hoy estamos en Vitoria', 'vamos a ir a comer a tal sitio'...; hablamos de cosas del día a día, de cosas muy normales.
- ¿En qué se parece a ella?
- En bastantes cosas; era muy de izquierdas y creo que heredé su sentido de la justicia. Con mi padre creo que comparto el sentido del humor y el gusto por la belleza.
- ¿Teme usted a la muerte?
- A veces pienso en ella y, la verdad, me da un poco igual. Por lo único que me sabría mal morirme es por mi hija [la también actriz Greta Fernández, junto a la que trabajó en 'La hija de un ladrón' (2019), dirigida por Belén Funes]. Pero, vamos, que tampoco es que tenga interés en que llegue. Voy cumpliendo años todavía en buenas condiciones, así es que es pronto aún.
- ¿Ha logrado vivir como quiere?
- En eso soy afortunado porque la respuesta es que, desde hace un tiempo, sí. Vivo bien y hago lo que me gusta, soy consciente de que poco más se puede pedir. Antes le comentaba que deseo cada vez más estar tranquilo, y lo voy logrando.
- ¿Qué consigue hacer que deje de estarlo?
- La facilidad con la que la gente se deja manipular me indigna bastante, la ligereza con la que se compran discursos que te son ajenos, o incluso que van directamente en contra de tus intereses. Es algo a lo que no encuentro explicación, algo para lo que no tengo respuesta: ¿cómo es posible que un obrero que cobra mil euros al mes vote a la derecha?, ¿es que no piensa en su salud, en la educación de sus hijos, en un reparto más justo de la riqueza, en la sanidad gratuita, en la educación gratuita y de calidad...?
- ¿Qué son un problema?
- Los egos y la falta de miras, en política y en todo. Los egos impiden muchas veces llegar a acuerdos, poder entenderse en lo fundamental. Los egos nos hacen cometer muchos errores, y lo peor es cuando estos perjudican a otros. ¿No ha sido acaso el ego lo que ha llevado a (Ramón) Tamames a aceptar ser el candidato en esa absurda moción de censura al Gobierno? ¿Es que no había nadie que le dijese 'como te queremos, te prohibimos que lo hagas'?
- ¿Qué no cree?
- Que sea cierta esa idea de que, al final, qué más da que gobierne la derecha que la izquierda, esa idea de que al final todos son iguales, todos hacen lo mismo; ¡no, no, para nada defienden y luchan por lo mismo unos y otros!
- ¿Sagrado qué es?
- La infancia.
- ¿Qué recomendaría?
- Hay que dejar la pasión exclusivamente para la cama. Nos vendría bien un poco de calma a todos, sobre todo a la hora de hablarnos y de escucharnos, de tratarnos, de relacionarlos. Es una barbaridad la agresividad que circula por ahí, los insultos, el no dejarnos vivir. Eso que se llama empatía la necesitamos en grandes cantidades. Y tenerla implica no manipular al otro, no engañarle para que apoye tus intereses, sino procurar conocer y entender su historia, su pensamiento, sus necesidades, sin exaltarnos continuamente en cuanto se nos lleva la contraria. Pasa como con el amor en la pareja, que yo no entiendo si no es desde la aceptación de que el otro es diferente a ti. No tienen por qué ver los dos todo del mismo modo. Es verdad que eso conlleva un trabajo personal, un esfuerzo al principio, pero el resultado en la convivencia lo merece de sobra.
- ¿Cae usted en la nostalgia?
- A veces sí, y en la tristeza también. Supongo que tiene que ver con mi sensibilidad. Yo era muy llorón [risas], incluso podía imaginarme cosas muy tremendas para ponerme triste.
- Un año ya de guerra en Ucrania.
- Eso sí que es triste, y vergonzoso, pero tampoco nos engañemos. La verdad es que creo que tengo un sentido común bastante apabullante, y observo que hay cosas que son de pura lógica: si el primer negocio del mundo son las armas, habrá que venderlas, y se venderán si van a usarse, y no hay otra manera de usarlas que en una guerra, por lo cual de vez en cuando habrá que montar una o permitir otra; y, luego, todo es muy complejo. Ahora mismo parece que Volodímir Zelenski es Jesucristo y que todo lo ha hecho bien, al tiempo que el otro psicópata sigue enfrentado a todo Occidente. Mientras, los demás Estados administran esa realidad pensando en lo que más les conviene, mientras siguen muriendo niños como si fuese lo normal.
- Hoy es su día de descanso. ¿Qué va a hacer?
- Pasear y dejar que pasen las horas, soy también bastante bueno en eso de no hacer nada, y también necesito de vez en cuando hacer un rato el tonto, no pensar en nada, dejarme acariciar por el sol y cosas así que tienen más importancia de la que les damos.
- ¿Humilde?
- Creo que sí, aunque haya quien piense que no lo parezco. Para mí la humildad es un signo de inteligencia.
- Termine usted como quiera.
- A todo lo que le he dicho en esta entrevista puede usted añadir, si quiere: «O no».
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