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Lorenzo Silva (Madrid, 1966) lleva veinticinco años contándonos quiénes somos a través de los ojos y las mentes del subteniente de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua y la brigada Virginia Chamorro. Le debía una novela a Galicia y salda su deuda con 'La llama de ... Focea' (Destino). Es la decimotercera de la saga y transcurre entre el Camino de Santiago, donde se produce la brutal violación y asesinato de una joven peregrina, hija de un nacionalista catalán en el radar de la Justicia, y la Barcelona en llamas que afronta «el fracaso del 'procés'» en el otoño de 2019. Explora sus conexiones con el Kremlin y denuncia el «blanqueo» de la trama criminal de Putin en Europa.
La rebeldía política y familiar y el legado que dejamos a nuestros hijos son temas medulares de un trepidante relato que compila en buena medida los doce anteriores protagonizados por sus eficaces y brillantes picoletos. «Es el mayor viaje a las entrañas de Bevilacqua y sus fracasos», explica el escritor en Samos, Lugo, cerca del paraje donde se produjo el asesinato de Queralt Bonmatí que pone en marcha la 'operación peregrina' que indaga en las conexiones rusas de su padre. «Cuando literaturizas el fracaso y el 'procés' dices 'mira qué hostión se han pegado'. Y Bevilacqua ahonda en los fracasos profesionales y vitales que le han construido», explica Silva en un recorrido por localidades como O Cebreiro, Samos o Triacastela, en el corazón del Camino, por la ribera del río Oribio.
«No quería hacer una novela del 'procés', porque no sé si es demasiado tarde o demasiado pronto, pero sí hablar de la conmoción que causó», precisa Silva, que confronta la Barcelona rabiosa y en llamas «convertida en Fort Apache» tras el fracaso del 'procés' con la del entusiasmo olímpico del 92.
«Cuento pero no juzgo», advierte el autor, que reflexiona sobre «los errores del pasado», sobre «la rebeldía de los hijos frente a los padres en la búsqueda del propio camino» y sobre «esa llama insegura y contradictoria que llegamos a las generaciones siguientes». Y su análisis es descorazonador. «Les transmitimos pocas cosas, unos pobres mimbres que no van más allá de la satisfacción inmediata y la nula tolerancia a la adversidad, tan necesaria en la vida».
El legado político también es desalentador. «En política internacional y local prima el impulso de aplastar al discrepante, ya sea de la izquierda o de la derecha, a la Cataluña independentista o de aniquilar al vecino molesto que no se somete a su vasallaje, que es lo que Putin hace con Ucrania». «Enseñamos a los jóvenes a que si eres más fuerte que el otro, pues aplástalo sin miramientos, y eso es terrible», se duele.
El testigo que pasa de una generación a otra se simboliza en la llama olímpica que llegó a la Barcelona del 92, donde Bevilacqua inició su carrera. La misma llama que, según cuenta Heródoto, salió una vez de la remota y perdida ciudad de Focea, en los confines orientales del Mediterráneo, para llegar desde la polis a la costa catalana y establecer en Ampurias, Gerona, el primer emplazamiento griego en España, el origen de Cataluña.
Tres milenios después, fluye por Europa el dinero del crimen organizado conectado con el Kremlin de Putin que enseñó la patita en el 'procés'. «Nuestra economía es drogodependiente del dinero criminal que la corrompe. Durante veinte años toda Europa ha blanqueado el dinero negro de la trama criminal de Putin que enredó en Cataluña. Aquí hemos dado facilidades para acceder a la residencia y la nacionalidad a quienes hicieran inversiones de 500.000 euros, y ahora nos rasgamos las vestiduras», denuncia.
Silva es muy consciente de que sus beneméritos personajes han sido una bendición. «He escrito siempre lo que me ha dado la gana y con plena libertad. Soy muy consciente de que con un personaje como Bevilacqua me tocó el Gordo», se felicita el escritor, que vendió más de 100.000 ejemplares de 'El mal de Corcira' y ahora celebra sus felices bodas de plata con la pareja.
Dice haber «aprendido mucho» de su dupla de guardias civiles, y aclara que ni él ni el subteniente piensan jubilarse o dar la saga por terminada. En su cabeza bullen al menos otras tres novelas. «No tengo un plan cerrado. Llevo 27 años escribiendo y 24 publicando a Bevilacqua y Chamorro», dice de una serie iniciada en 1998 con 'El país de los estanques' pero que le rondaba desde 1994. «La sociedad española ha evolucionado de forma imprevisible en estos años y eso es lo que me interesa. Con cada novela me reparto cartas y me lo paso bastante bien. He sido libre y feliz y quiero que dure», plantea.
Cita entre los avances la mayor presencia de las mujeres en todos los ámbitos, lo que refleja en su novela, y entre los retrocesos «la pérdida de los sólidos y razonables consensos que habíamos construido sobre las diferencias». «Eso nos empobrece y hace que avancemos con varios palos en las ruedas desde hace años», lamenta. «Hay muchas ideologías de cuarto cerrado que se caen cuando se abren las ventanas», dice.
Reitera Silva que jamás veremos encamados a la brigada Chamorro y al subteniente Bevilacqua, que se niega a ascender. «Jamás me tentó hacerlo. Debo ser muy soso. Me interesa más su complicidad que la tensión sexual», dice el escritor. Aproxima más su pareja a la de Don Quijote y Sancho, «que se conocen a la perfección y suplen sus respectivas carencias». «Cómplices sí, amantes no», concluye admitiendo que una historia de amor entre ambos hubiera acabado con la saga.
En 'La llama de Focea' vemos como el hijo de Bevilacqua, Andrés, avanza en su carrera como Guardia Civil. Se ennovia con otra agente y su padre se inquieta por el futuro de un hijo y una posible nuera en el benemérito cuerpo.
«En lo policíaco siento la dicotomía entre el misterio y el enigma, que cada vez me interesa menos. La parte más misteriosa, las razones del asesino, me seducen cada vez más», plantea Silva, que rinde homenaje al fallecido escritor gallego, amigo y maestro de la novela negra Domingo Villar y regresa a una Galicia que conoce bien, ya que trabajó como abogado para Unión Fenosa.
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