Los que partían de España en el siglo XIX rumbo a Estados Unidos debían presentar una «cédula personal», certificado de buena conducta y partida de bautismo, si era mayor de 14 años; una autorización de los padres para varones y mujeres solteras hasta 23 años; ... los hombres debían consignar una fianza de 1.500 pesetas o una licencia del capitán del distrito si eran reclutas. Una mujer casada podía emigrar sola si contaba con un permiso del marido. No todos los españoles podían irse. En Hawáii, por ejemplo, sólo buscaban agricultores sin «defectos físicos».
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El anuncio para captar mano de obra aparecía en los pueblos de España y recomendaba «desconfiar de los intermediarios». Miles compraron este sueño migratorio y subieron a un barco rumbo al este, a través del océano, a puertos como el de Nueva York.
Con su boina negra, Adolfo trabajó de fogonero en Nueva Jersey. Llegó en 1926 y cuatro años después pudo comprar una casa y algo de tierra en su Galicia natal, asegura su nieto Joe Losada, que sigue en Estados Unidos y es uno de los familiares que han cedido fotos, objetos y recuerdos familiares para la exposición 'Emigrantes invisibles. Españoles en EE UU, 1868-1945', que se puede visitar en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid hasta abril.
«Su destino era el trabajo y los oficios venían marcados por su procedencia», asegura Luis Argeo, uno de los comisarios, junto a James D. Fernández, que rastrearon estas historias durante diez años. «Los asturianos encontraban trabajo en fábricas en un mismo estado, como Tampa; los gallegos en los muelles de Nueva York para trabajar de estibadores; los vascos iban a pastorear ovejas al oeste americano; los andaluces fueron al campo, muchos a Hawáii a cortar cañas de azúcar; los cántabros a las canteras de granito de Nueva Inglaterra. Muchas veces iban buscando empleos que ya sabían hacer».
La fuerza para trabajar era primordial. Para las parejas con hijos se exigía «un hombre útil de 17 a 45 años». A veces se ofrecían contratos en origen, como uno de tres años con sueldo de «20 duros americanos oro» para el padre, 12 para la madre, 15 al hijo que trabajara y 10 a la hija. Otras, se buscaban la vida. «Eran oficios primarios en un país emergente», dice Argeo. «Los hacían los padres y los hijos mayores, que tardan en aprender inglés». Los menores, sobre todo lo que eran niños en los años 20, se integran más, practican otros deportes y buscan otros oficios.
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Luego, asentados, invertirían en España y en su nuevo país. Por ejemplo, el Centro Vasco Americano, ubicado en la calle Cherry de Nueva York, tuvo su propio frontón. Pero la mayoría de emigrantes no volvería. Los gustos cambiarían. «Leyendas del béisbol como Al López, Lou Piniella o Tino Martínez nacieron en familias asturianas afincadas en Florida», demuestra una de las imágenes cedida por el el Centro Asturiano de Tampa a la exposición que cuenta con el diseño expositivo de Paco Gómez. Eran los españoles 'made in USA'.
A los que se fueron también les llegó la guerra. Les enfrentó y diluyó el anhelo del regreso. Una de las fotografías inmortaliza cuando «dos emigrantes españolas boicotean la reputada tienda Casa Moneo en pleno corazón del barrio español en Manhattan». «No compre mercancía fascista», decían sus carteles. Era 1939. «Al terminar la guerra muchos ya han pedido la nacionalidad estadounidense, que no habían solicitado a pesar de tener varias décadas en el país«, dice Argeo. Y empezaron a aprender inglés.
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