Ni una sola vez, en dos horas de conversación, se mostró inquieto, ni elevó su tono de voz pausado ni muchísimo menos se aproximó a la cólera, que parece no conocer aunque se ha enfrentado a la maldad. Bonarense nacido en 1952 y abogado de ... formación que hizo historia -fue el primer fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (2003-2012)-, con 32 años su nombre dio la vuelta al mundo por ser el fiscal adjunto -el fiscal principal fue Julio César Strassera, fallecido en 2015)- en el juicio en el que integrantes de tres de las cuatro Juntas Militares que gobernaron Argentina durante el denominado Proceso de Reorganización Nacional, fueron condenados por violaciones de derechos humanos. La entrevista con Luis Moreno Ocampo, acompañado por su hijo Tomás, responde a la publicación de su nuevo libro, 'Guerra o Justicia' (Espasa), un apasionado alegato en favor del derecho internacional y en contra de las guerras.
- ¿Alguna vez ha sentido usted que estaba al borde de la depresión, que le superaba el dolor o la crueldad a los que se enfrentaba como fiscal?
- No, nunca he sentido que mi trabajo me superaba. Cuando investigaba para el juicio contra las Juntas Militares de la Argentina, me enteraba de cosas horribles, escuchaba experiencias escalofriantes, conocí historias de una falta de humanidad inconcebibles, pero nunca lloré mientras hacía mi trabajo, ni jamás me emocioné. Creo que el trabajo me protegía del dolor, y así era capaz de mantener la mente fría. Pero, es curioso, cuando finalmente reunimos y entregamos todas las pruebas, y tuvimos una semana de descanso antes del juicio, vi una película, 'La historia oficial' [de 1985, dirigida por Luis Puenzo y en la que «tras la dictadura argentina, una mujer sospecha que su hija adoptiva es la hija de un prisionero político asesinado»] y me pasé todo el tiempo llorando. Debe ser que frente a la pantalla estaba el hombre sin protección, y no el profesional que necesita tener la mente despejada, ver y escuchar con la máxima claridad posibles.
- ¿Qué ha querido siempre?
- Siempre he deseado entender por qué ocurren las cosas, las positivas y las negativas, y siempre he tenido en mente que quería enseñar, y para enseñar es necesario comprender, querer buscar explicaciones y no quedarse en la apariencia. Ese afán por procurar entender incluso las cosas más horribles me acompañó durante mis nueve años en el Tribunal Penal Internacional (TPI).
- ¿Por qué escribió este libro?
- Para seguir entendiendo...; me parecía muy frustrante lo que estaba pasando en Ucrania, en Armenia, en Gaza... Escribirlo me ha ayudado, me ha dado calma.
- ¿En ningún momento de su trayectoria pasó miedo?
- Cuando empezó mi tarea como fiscal adjunto al lado de Julio César [Strassera], me dije que si me iba a pasar el tiempo pensando en que me podían matar acá, en que iba a vivir asustado, mejor no lo aceptaba. Vivíamos ya en democracia, había que dejar el miedo atrás, hacer justicia. El miedo no me afectó. Tomaba las precauciones que me indicaban y ya: revisaba cada mañana mi auto para ver si había una bomba, y algunas veces pensaba en que ojalá si estallase la onda expansiva fuese lo menor posible. En cuanto a los riesgos que podía correr en la CPI, no eran los mismos que corrí en Argentina. Tenía mucha custodia.
Blindado
«Nunca lloré mientras hacía mi trabajo, ni jamás me emocioné. Creo que el trabajo me protegía del dolor»
- ¿Qué niño fue usted?
- Éramos cuatro hermanas y yo, mi madre era muy católica y me eduqué en un colegio de curas, los Hermanos Maristas. Me caracterizaba mi actitud independiente, la seguridad en mí mismo.
- ¿A qué aprendió pronto?
- A amar las diferencias. La familia de mi madre son militares, la de mi padre son más bien liberales, con mucha conciencia feminista y muchas mujeres poderosas. Yo amaba a mis dos familias y no tenía problemas. Otra cosa son los golpes de Estado en la Argentina, que motivaron en parte mi deseo de estudiar Derecho.
- ¿Qué le marcó?
- Mi divorcio me marcó.
- ¿Y la política?
- Nunca me metí en política. Lo que he tenido siempre es empatía para con las víctimas de todo tipo de abusos.
- ¿Qué observa hoy?
- Los militares golpistas argentinos mataron a mucha gente inocente; ellos decidían a quiénes matar y a quiénes no, tenían su propio mecanismo de control. Pero al menos no bombardearon lugares, como Estados Unidos e Israel, por ejemplo, que bombardean desde el aire y no saben a quiénes matan. Como fiscal de la CPI siempre he tenido a Estados Unidos en contra. Buenos amigos de la Administración americana de [George W.] Bush me decían; 'Luis, vos sos radiactivo, nadie se va a querer juntar con vos' [sonríe]. Y me animaban a que dejase el cargo. Pero, por ejemplo, en 2011 había consenso mundial contra los crímenes de lesa humanidad, consenso que se acabó cuando se distanció Rusia de Estados Unidos y empezó un mundo mucho peor.
- ¿Qué le sorprendió?
- Por ejemplo, que Obama siguiese con la guerra de Afganistán, llegando a usar ocho veces más drones que su antecesor. Teníamos a un presidente afroamericano con principios liberales que también justificaba la guerra.
El regreso de Trump
«Con Estados Unidos nunca hay que hacerse ilusiones, tienen muy integrada la idea de la guerra como modelo»
- La Corte Penal Internacional.
- Nos sigue recordando que están mal los crímenes de guerra, que es inadmisible bombardear a civiles, que está mal lo que hace Hamás y lo que hace Israel. Sigue haciendo su trabajo: ha sido clara y firme contra Putin [y sus crímenes de guerra], pero su arresto no depende de los jueces, sino de los estados, porque la CPI no tiene una policía propia. Los jueces ordenan el arresto y los estados tienen que ver cómo lo articulan. Pero los estados no hacen ningún esfuerzo para ello. Que quede claro: no está fallando el sistema de ley internacional, lo que está fallando es que los estados más poderosos no cumplen con la ley internacional, al contrario que la mayoría de países. Es Estados Unidos el país que protege a Israel, que descaradamente no cumple la ley. Cuando desde EE UU se dice que el sistema de normas mundial está en crisis, es falso. La crisis la crean ellos. Sin reglas para todos, cada vez podemos acercarnos más a ese videojuego tan de moda [Fortnite] en el que vence el que mata a todos.
- El odio como arma de guerra.
- Lo vemos claramente en el caso de Israel y de Hamás. Israel comete ese error todo el tiempo. El odio empeora las cosas cada vez más. Hace que siempre haya reemplazos para aquellos a los que se asesina. Esto está pasando hoy con los muertos de Hamás y de Hezbolá, que son reemplazados por otros iguales o peores. ¿Recuerda lo que ocurrió en 1982? Israel bombardeó Líbano para expulsar a Yasser Arafat de Beirut y y mató a 17.000 personas. ¿Y qué consecuencias tuvo? La creación de Hezbolá. Siguen igual.
- ¿Qué pasará ahora con Donald Trump de nuevo en el poder?
- Tiene instintos no democráticos, pero presume de ser un buen negociador y no querer guerras, si bien en Estados Unidos hay muchos incentivos económicos para que las haya. Con Estados Unidos nunca hay que hacerse muchas ilusiones, tienen muy integrada la idea de la guerra como modelo, como única estrategia.
- Europa y la guerra de Ucrania.
- Me asombra que no se esté implicando a fondo para acabar con esta guerra. Estuve con un viceministro de Defensa de un país europeo, hace un año en una comida en Los Ángeles, y le pregunté: '¿Cuál es el plan?'. Y su respuesta fue: 'No hay plan'. Al mismo tiempo, Europa habla cada vez más de rearme, de defensa... ¿Por qué? ¿Por Putin? Putin no puede ir más allá de su acción en Ucrania, así que esa idea de que tenemos que armarnos hasta los dientes es un buen negocio para las compañías de armas y malo para los ciudadanos europeos, que verán reducido el gasto público en hospitales y escuelas.
«Trato de no enojarme»
- España.
- Debería tener un papel mediador en conflictos como el de Ucrania y Gaza. Tiene experiencia reciente de lo que es vivir una guerra civil, ha sido un ejemplo mundial de transición de una dictadura a una democracia, sin derramamiento de sangre; y ha sido ejemplo de cómo acabar con una banda terrorista, ETA, por la fuerza de la ley. La aportación de España a la paz global debería ser mayor. Los españoles se quejan mucho, pero España está muy bien y puede ponerse a la cabeza de algunos de los cambios que se necesitan en el mundo. Incluso, en el caso de Venezuela, Rodríguez Zapatero tiene la posibilidad de hacer reflexionar a Maduro y que reconozca que ha perdido las elecciones y debe dejar el poder.
Los jóvenes
«Me preocupa que dejen de reflexionar; no les va a quedar otra que intentar inventar un nuevo modelo de sociedad»
- ¿Usted nunca se altera?
- Trato de no enojarme, ¿para qué? Nelson Mandela nunca se enojaba, y no es que yo pretenda compararme con él [risas]. Pero un verdadero líder no se enoja.
- Los jóvenes de hoy.
- Tienen un futuro más complicado que el que teníamos nosotros. Me preocupa que dejen de reflexionar; no les va a quedar otra que intentar inventar un nuevo modelo de sociedad. Y no estoy nada seguro de que les estemos ayudando a encontrar su camino.
- ¿Y qué tal padre es usted?
- Uno de mis hijos dice que 'el amor exige tiempo', y yo estuve muy ocupado siempre. Cuando fui fiscal de la CPI y vivía en La Haya, viajaba cada mes a verlos a Buenos Aires, pero soy un padre que no les dedicó todo el tiempo que hubieran necesitado. El libro me ha ayudado a reconectarme con mis hijos.