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Gerardo Elorriaga
Viernes, 2 de agosto 2024, 00:24
James Baldwin (2 de agosto de 1924 - 1 de diciembre de 1987) descubrió el miedo sin paliativos cuando cumplió catorce años. Entonces, en 1939, fue consciente de que Harlem, su barrio neoyorquino, era un lugar sin esperanza donde los individuos como él -jóvenes, negros y ... pobres- recurrían al crimen como la única vía para salir adelante. Mañana hubiera cumplido cien años y, si siguiera entre nosotros, podría decir que había vencido la maldición de la Avenida Lenox, rebautizada como Malcolm X. Aquel adolescente aterrado se convirtió en uno de los grandes autores norteamericanos del pasado siglo, quizá el que mejor diseccionó el racismo, la insensibilidad y brutalidad del orden segregacionista de su país.
El aniversario se conmemora en España con la publicación de 'La próxima vez el fuego' y su novela 'El cuarto de Giovanni' por las editoriales Capitán Swing y Sexto Piso, respectivamente, encargadas de difundir en España la obra ensayística y de ficción del escritor. Además de analizar brillantemente la cruda realidad de su marginada comunidad, escribió la segunda obra, todo un revulsivo para la época, mediados de los años cincuenta, al exponer la convulsa relación homosexual de sus protagonistas.
La existencia de los afroamericanos era aún mucho más dura que en los tiempos actuales, cuando la ira por los abusos policiales ha alumbrado la campaña 'Black Lives Matter'. Según explica, tras la autoridad paterna se erigía «otra autoridad, anónima e impersonal, infinitamente más difícil de complacer y de una crueldad insondable». Aquel niño era el mayor de una familia formada por una madre soltera que contaba con ocho hijos antes de contraer nupcias con un obrero y reverendo ultraconservador que odiaba a los blancos y que castigaba el empeño de James por leer libros y ver películas porque «atentaban contra su salvación».
La biblioteca de la calle 103 fue el santuario del joven autor. Dostoievsky y Dickens, entre otros, le permitieron huir del peligro de la delincuencia. Además, durante tres años, el muchacho se convirtió en el apasionado predicador de una iglesia pentecostal que él mismo describe como la «etapa más aterradora» de su vida y, sin duda, «la más deshonesta». Acabó rechazando una religión que identificaba con el poder blanco, pero tampoco se adhirió al emergente grupo musulmán de Nación del Islam por su mensaje de liberación y gobierno negro. A través del escritor Richard Wright también se acercó al comunismo, que, asimismo, rechazó considerándolo un credo más.
El pensamiento de Baldwin se empezó a difundir a partir de su trabajo en reseñas y ensayos para los periódicos liberales de Nueva York. El pintor modernista Beauford Delaney le convenció de que había futuro como escritor, que había otra esperanza más allá del delito y labores extenuantes como colocar vías de ferrocarril.
Vivió en Greenwich Village antes de emigrar. Sus obras principales fueron elaboradas en París, ciudad a la que llegó en 1948 porque «quería ser un escritor, no un escritor negro». Habló de la fe y la divergencia sexual, de las distancias ideológicas entre América y Europa, y, sobre todo, del racismo. El relato resulta de una extraordinaria profundidad ya que liga la opresión a la presunta existencia de valores intrínsecos vinculados al hombre blanco con los que domina a las minorías y a las que impone violentamente sus principios. El resultado es, a su juicio, la deshumanización de todos. Baldwin rechazó tanto la confrontación como la asimilación y apeló al amor y la colaboración para crear una nación y, sobre todo, llegar «a la madurez como hombres y mujeres».
El autor volvió en 1957 a su país para participar en la lucha en pro del movimiento de los derechos civiles desde una posición dificultosa, ya que su homosexualidad se antojaba incómoda para unos y otros. Participó en la marcha sobre Washington de 1963, celebrada cien años después de que los esclavos fueran emancipados. No tuvo voz, a pesar de que era uno de los nombres esenciales del movimiento. Su regreso tampoco resultó definitivo. El asesinato de los activistas Medgar Evers, Martín Luther King y Malcolm X le impulsó a regresar a su casa en la Provenza francesa.
La lejanía no le restó nunca proyección en su país. La publicación de novelas como 'Ve a la montaña y cuéntalo', uno de los hitos de la narrativa estadounidense contemporánea y ensayos de la talla de 'Notas de un hijo nativo' asentaron el prestigio de un hombre que frecuentaba a Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Marguerite Yourcenar, y sus compatriotas Marlon Brando, Miles Davis y Ray Charles.
Hasta su final en 1985, abogó por la unión frente al odio y desprecio que le llegaba de todas las direcciones. «Si nosotros, y con nosotros me refiero a las personas tanto blancas como negras con una mínima conciencia de que, como amantes, debemos forjar la conciencia de los demás o incidir en ella, no flaqueamos ahora en nuestro deber, quizá, dado que somos muchos, seamos capaces de acabar con la pesadilla racial, conquistar nuestro país y cambiar la historia del mundo», escribió en el ensayo ahora traducido al castellano.
La vigencia de ese mensaje optimista no se ha perdido. En 2016 su inacabada autobiografía 'Remember This House', toda una historia de la lucha en pro de los derechos civiles, inspiró el documental 'I Am Not Your Negro', galardonado con el Bafta, y hace seis años su novela 'If Beale Street could talk' se convirtió en una película galardonada con un Oscar. El ideario de Baldwin sigue vivo y sus reivindicaciones, desgraciadamente, también.
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