
Sergio del Molino
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Sergio del Molino
En 1916, durante la Primera Guerra Mundial, llegaron a la Península Ibérica dos barcos procedentes de Camerún con seiscientos alemanes que eligieron entregarse en la ... frontera guineana a las autoridades coloniales de un país neutral. Entre otras ciudades, se instalaron en Zaragoza y, aunque nunca regresaron a Alemania, la historia de su patria también condicionó la suya. El peso del pasado en sus descendientes sobrevuela la trama de 'Los alemanes' (Alfaguara), última novela del escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979). El autor de títulos cruciales como 'La España vacía' (2016) participa hoy en el Aula de Cultura de Diario LA RIOJA, donde, con plena actualidad, hablará sobre 'viejas y nuevas vidas del nazismo'.
Sergio del Molino, autor de 'Los alemanes' (Premio Alfaguara de Novela 2024), charla con Carlos Aganzo sobre 'Viejas y nuevas vidas del nazismo'
Aula de Cultura Centro Ibercaja Portales. Organiza Diario LA RIOJA, colabora UNIR
Ibercaja Portales 19.30 horas (inscripciones a través de fundacionibercaja.es)
– La sorprendente historia de los alemanes de Zaragoza hace pensar cuánto desconocemos de nuestro pasado, de nuestros vecinos y, lo que es más preocupante, de nosotros mismos.
– Desconocemos casi todo. Somos muy olvidadizos, la historia es muy frágil y muy poquitas pasan a los libros gordos. La de los alemanes es una de esas historias que solo aparecen por casualidad. Hay miles aguardando.
– ¿La herencia, el peso del pasado, funciona igual en un país que en una familia?
– Parecido. Tanto las familias como los países son mitologías. Somos el resultado de generaciones. Somos los últimos en llegar a una historia que ha ido construyendo sus mitologías. En ambos casos hay historias oficiales, las que nos cuentan, pero si exploramos un poco descubrimos que muchas son cuentos que nos hemos contado para sentirnos mejor, para ocultar historias más feas... en fin, para salir más guapos en la foto. No hay nada más mentiroso que el álbum de fotos de una familia.
– Nada más mentiroso, entonces, que la historia oficial de un país.
– El que tiene el poder siempre tiende a imponer su versión de los hechos, pero casi nunca lo consigue completamente. Ahora hay muchas voces. No hay una versión única. Ningún estado, ni siquiera una dictadura, tiene la capacidad de imponer una versión única.
– Desde la Segunda Guerra Mundial Alemania había sido modélica en el reconocimiento de su pasado y en hacer memoria histórica. Ahora, en cambio, cunde la corriente de acabar con ese sentimiento de culpa en la historia reciente de la humanidad. Uno de cada cinco alemanes acaba de votar a la extrema derecha.
– La extrema derecha ha arrasado en lo que era la antigua República Democrática Alemana y no tanto en Berlín y otros núcleos de los que fue la República Federal. Los debates que hubo a este respecto en la Alemania occidental no los hubo en la oriental. El comunismo no fomentó los debates en torno a la culpa, en torno al nazismo... Los silenció. En el Este se perdieron cincuenta años de debate que en el Oeste, en cambio, fueron madurando una conciencia y un diálogo entre generaciones: ¿qué hacer con el nazismo? Pero tampoco creo que Alemania sea ejemplar, no hay ningún país ejemplar; toda memoria dolorosa y traumática es problemática y siempre genera conflicto.
– Esto demuestra la necesidad de hacer memoria histórica, algo que en España sigue cuestionando la derecha.
– Pero el hecho de que se cuestione no quiere decir que no se haga. No es cierto que haya habido silencio. Otra cosa es que haya un sector que hubiera preferido el silencio. Lo que yo echo de menos es que haya más riqueza y más participación en el debate.
– Dice en la novela que los alemanes de Zaragoza, en los años 30, se nazificaron de un día para otro. ¿Es lo que ocurre ahora?
– Primero habría que ver si los de ahora son nazis; son movimientos de extrema derecha que amenazan la democracia. Pero sí es algo que sucede muy rápido. Son partidos que surgen de la noche a la mañana y enseguida tienen una perspectiva de voto enorme. Sobre todo los jóvenes están entrando en el discurso reaccionario ultra y racista con una fuerza muy parecida a la de entonces.
– ¿Por qué los jóvenes?
– Los de entonces percibieron que el nazismo iba a hacerles recuperar la Alemania que ellos creían que habían perdido. Había una motivación nostálgica y eso también es un factor muy poderoso hoy en parte de la gente que vota a Trump, a Le Pen o a Alternativa por Alemania... Les prometen recuperar un país idealizado que nunca existió... 'cuando no había migrantes, cuando todo esto era vuestro'... Es el mismo discurso.
– El discurso de la patria. Heimat, en alemán, un término ambiguo que emplea en su libro, que puede despertar lo mejor y lo peor.
– La patria casi siempre despierta lo peor. El nazismo convirtió heimat en una palabra bañada del nacionalismo de la peor especie. Abusó tanto de ella y la hizo tan antipática que se convirtió en inservible para el alemán moderno. Suena nazi o cursi. Pero hoy algunos escritores están tratando de recuperarla sin esa connotación. Es un intento de recuperar tu propio país porque lo que hace el nacionalismo es apropiarse del país y quitárselo a mucha gente. Los nacionalismos patrimonializan, dicen quién tiene derecho a vivir en un lugar y quién no. Yo abogo por un universalismo absoluto; todos somos de todas partes.
– Nos inculcaron el sentimiento de culpa pero no tanto el de responsabilidad política. ¿Es algo que se está invirtiendo?
– Dentro de poco vamos a echar de menos cuando nadie se preocupaba de la política (risas). Hay épocas más proclives a la radicalización política. Nosotros hemos tenido un tiempo en el que nos hemos dedicado a la música, la comida, el paseo, la vida... las cosas verdaderamente importantes, y ahora creo que ese lujo se nos va a acabar y vamos a tener que tomar posición y comprometernos y salir al debate político. Y eso es una noticia perversa. Los tiempos negros y broncos que vienen exigen ciudadanos menos pasivos.
– Habla de la banalidad del mal, el argumento de Hannah Arendt contra la justificación en la simple obediencia de la complicidad en los crímenes nazis.
– Adolf Eichmann alegaba que él solo hacía su trabajo. Hannah Arendt dijo que eso no cuela, que tú puedes decir que eres un mandao, pero tú sabes que no es así, tú sabes que eres un criminal contribuyendo a que el mal triunfe, que eres un agente de ese mal.
– ¿Qué sentimiento le provoca el Israel de Netanyahu, el genocidio en Gaza y la solución Trump?
– Los mismos que a cualquier persona con un mínimo de humanidad: es insoportable. Ningún estómago puede aguantar las atrocidades del ejército de Israel en Gaza, las enormes matanzas, la enormísima crueldad de la política de la venganza de una élite que ha perdido por completo la cabeza, la idea misma de la dignidad humana y ha entrado en una política de exterminio espantosa. Y eso no quiere decir, ni mucho menos, estar a favor de Hamás. Yo no voy a estar nunca ahí. La derecha israelí emplea el sufrimiento de su pueblo como justificación por todos los medios.
– La historia 'se corrige' con mitos y leyendas. Hoy día es la actualidad lo que se manipula.
– Siempre ha ocurrido, pero nunca ha habido los altavoces que hay ahora. Vivimos presos de un montón de propagandas y hemos descubierto que a alguien convencido de una cosa los hechos le dan igual. Esos mensajes que apelan a lo emocional y dan la visión del mundo que corrobora la que ya se tenía de antemano nos deja indefensos y están poniendo el mundo del revés.
– Como autor de ficción y no ficción, tiene usted un gran poder.
– Ojalá. Un poder para hacer el bien (risas). Lo que no podemos hacer es renunciar a participar en la discusión crítica ni tirar la toalla. Si nos retiramos los que defendemos planteamientos democráticos dejamos el campo libre a los otros. Por lo menos, tenemos que incordiar un poco y mantenernos en el centro de la plaza. Si nos tienen que callar, ya nos callarán; demasiado bien hemos visto a lo largo de la historia que tienen muchas maneras de hacerlo.
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