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No hace ni tres años (noviembre 2020) que nos visitó este extraordinario organista, deslumbrándonos con un original concierto temático sobre la muerte, con un formidable ... y bien trazado programa y una ejecución absolutamente resplandeciente. El listón había quedado situado a tal altura que resultó inalcanzable, incluso para él mismo, y en esta nueva visita hubo sus más y sus menos, con momentos de auténtica excelencia junto con algún otro más bien de paso. Dicen que hay una ley no escrita que obliga a todo concierto de órgano a llevar en programa una obra de Bach como mínimo y que, en caso contrario, la etérea sombra del 'viejo peluca' castiga al atrevido organista moviéndole algún dedo para pifiar la nota o estorbando en los cambios de registración para afear el fraseo: la venganza de Bach, que pareció planear en algún momento. Bueno, no me hagan mucho caso, porque el concierto comenzó, en loor de multitud y con el sonido de las peñas atravesando los muros de La Redonda, con el espectacular arranque de la Suite Ghotique de Leon Boëllmann, que en el magnífico órgano de la catedral sonó impresionante. Paradell utilizó a continuación una preciosa registración en la dulce Berceuse de Eduardo Torres con una sonoridad cristalina. Esperaba más de la transcripción para órgano del bellísimo Adagio del concierto para piano nº 23 de Mozart, realizado por el propio organista, algo escaso de lirismo. Luego vino lo que podemos considerar la 'banda sonora' del más puro barroco francés: la Danza de los salvajes de 'Les Indes Galantes' de Rameau, que en manos de Paradell sonó desacomplejada y danzarina.
Y aquí llegó el momento cumbre de todo el concierto, el Coral 1º de César Franck, verdaderas palabras mayores del repertorio, donde Juan Paradell dejó prueba de su colosal talla como organista, con una lectura rayando la perfección, remarcando con maestría el carácter y el color de cada pasaje, dejando respirar la música con una articulación exquisita; magnífica versión. Todavía quedaban las Variaciones sobre un tema vasco de Jesús Guridi, gran organista además de excelente compositor, que tuvieron una lectura rica en expresión. Un delicado remanso de paz fue la Melodía en do menor de Filippo Capocci, para terminar con el grandioso Etude Symphonique Op. 78 de Enrico Bossi, obra de gran aliento y suma dificultad, con un tremendo trabajo en el pedalero, que Juan Paradell hizo brillar a gran altura. Los intensos aplausos del público arrancaron una propina grandiosa: la Toccata final de la Sinfonía para órgano nº 5 de Charles-Marie Widor en exuberante versión. En resumen, un magnífico concierto, con algún pequeño lunar sin importancia.
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