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Les decía a mis contactos musicales, animándolos a asistir a este espectáculo, que se trata de una ópera del siglo XXI para escuchar en el ... siglo XXI y una excelente oportunidad para conocer la ópera que se está haciendo en el mundo en estos tiempos. Está claro que nuestro público logroñés del siglo XXI es muy exiguo y no asoma todavía la cabeza, y los que quedamos del siglo XX seguimos anclados en los clichés puccinianos y verdianos del XIX, porque la asistencia de público fue decepcionante para un espectáculo tan intenso, tan bien cantado y tocado y tan bien trabajado escénicamente como este. Sí, claro que también estaba el partido de España, vacaciones de San Bernabé, terrazas a tutiplén y demás tentaciones, pero seguro que el pánico que provoca la música contemporánea –a veces con razón– también hizo de las suyas. Como tantas veces, tengo que repetir: «ellos se lo pierden».
'Penelope's dream' es una ópera breve de cámara, con mucha economía de medios, en la estela de ilustres creaciones de la pasada centuria, como 'Erwartung' de Schönberg, 'La voix humaine' de Poulenc o 'La médium' de Menotti, con unas características muy actuales: lenguaje musical directo e incisivo, canto recitado ('sprechgesang'), personajes introspectivos con diferentes estados de ánimo enfrentados a situaciones vitales críticas y fórmulas musicales minimalistas, con esas repeticiones en «ostinato» de tanta fuerza. La soprano Ashley Bell hizo una espléndida creación, con una Molly Bloom intensa y expresiva en su canto y en su desenvoltura escénica. Posee una voz de bello timbre y generosa emisión, con un sólido registro grave y un centro de presencia espectacular, además de seguros agudos. Tiene momentos en la ópera de extrema dificultad métrica, perfectamente salvados, y lució airosa en las frases alusivas a personajes operísticos femeninos como Traviata, Carmen, Butterfly o incluso Salomé, con su simbología, que tan hábilmente introduce Halffter en esta obra. Ashley es un valor seguro en cualquier ópera. La parte orquestal está sustentada en dos pianos de cola, situados en el centro del escenario, que no se limitan a acompañar a la voz, sino que además articulan todo el discurso musical con varios interludios de mucha fuerza: el primero, con la aparición del tren en escena, es verdaderamente impactante con ese infinito «ostinato» con aires de maquinismo, y todavía más trabajado el interludio que antecede al monólogo final, que comienza como la marcha de los guardianes del Grial de Parsifal y va evolucionando, siempre en «ostinato», hasta fundirse son las reflexiones de Molly que cierran la obra. Tuvimos el lujo de Pedro Halffter y Juan Carlos Garvayo en los dos teclados, dos excelentes pianistas que redondearon una interpretación sincronizada formidable. Si a esto añadimos la nítida producción escénica de Antón Armendáriz, sencilla, pero minuciosa en los detalles que menciona James Joyce en su macronovela 'Ulysses' –en la que se basa esta ópera– a lo que hay que añadir la calidad de las proyecciones en el fondo de escenario y el perfecto desarrollo teatral. El público recibió con entusiasmo esta espléndida ópera, con su lenguaje musical tan actual y directo, aunque no tenga nada que ver con lo que siempre hemos llamado ópera. Hoy las cosas cambian que es una barbaridad, parafraseando a don Hilarión de La Verbena de la Paloma.
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