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«Desear ser curado es parte de la cura»
Lucio Anneo Séneca
Los médicos sabemos muy bien que en el enfermo el deseo de curación y el mantener una actitud positiva ante la enfermedad y la vida es parte muy importante en su curación ... y en su vida.
Que los optimistas, con una visión positiva de la vida, viven mejor parece una afirmación difícilmente rebatible.
Desde tiempos remotos, la actitud de las personas hacia la vida ha sido uno de los elementos primordiales para la obtención de la felicidad, que pasa por la conservación de la salud. La actitud mental hacia la vida exige una personalidad resistente ante acontecimientos desagradables e inesperados.
Cualquier persona, en algún momento de su vida, se ha podido sentir identificado con pensamientos negativos. Sin embargo, sabemos que es posible aprender a ser optimista, a ver la vida de «color rosa» o por lo menos, a no hundirse ante las pequeñas adversidades.
El optimismo depende de uno mismo, lo cultiva el propio individuo y surge de reconocer y desarrollar lo mejor de nosotros mismos. Una persona no consigue el bien-estar a base de lamentarse por aquello que no tiene y desea, sino valorando y teniendo presente lo que posee.
Haga ejercicio, adecuado a su edad y condición. Sabemos que la actividad y el cansancio que produce están relacionadas con la liberación de sustancias endógenas en nuestro cerebro (endorfinas), y es bueno para la mente y el cuerpo.
Realice tareas intelectuales que le exijan cierta dedicación. Memorizar algún poema que le guste o hacer operaciones matemáticas sencillas «de cabeza» son estímulos muy aconsejables. Ejercitar la mente es primordial para una vida positiva y sana.
Mantenga unas relaciones sociales abiertas, amplias y sinceras. La vida familiar resulta muy útil para mantener una actitud saludable, no se aísle, sea sociable.
Trate de establecer un fuerte compromiso individual con los valores éticos más esenciales y proyéctelos hacia los demás.
Intente encontrar actividades que le resulten de interés. Las acciones de voluntariado y de ayuda a los demás son reconfortantes.
Tómese la vida con realismo, aunque con las dosis de humor suficientes como para que su expresión sea cordial.
Estimule su sistema inmunológico con una alimentación basada en las pautas generales de la dieta mediterránea, sin olvidar que la gastronomía nos permite disfrutar de un menú atractivo que no está reñido con un menú sano.
Evite en lo posible el exceso de sustancias estimulantes como el café, el alcohol o el tabaco.
Sea moderado y no se obsesione. La mayoría de las cosas son más grises que blancas o negras.
Confíe en sí mismo y en los demás. Entre estos está su médico.
El optimismo es comparable a una fuerza que proporciona bienestar y se puede decir que en un 50 por ciento es hereditario y que el otro 50 por ciento puede desarrollarse.
Lo primero que hay que hacer es reconocer nuestro grado de optimismo. Si uno piensa en las cosas negativas en términos de «siempre» o «nunca» posee una actitud pesimista, pero si lo hace como si esas cosas negativas ocurrieran «a veces» o «últimamente» o «de vez en cuando» posee un estilo optimista. Es importante aprender a rechazar los pensamientos negativos. No es fácil, pero es posible.
El siguiente paso consiste en centrarse en las alternativas que se pueden modificar, sin olvidar valorar las implicaciones que puedan tener en nuestra vida. Si la idea negativa puede ser cierta es conveniente evitar el catastrofismo y resulta útil preguntarse cuántas posibilidades existen de que ocurra lo peor. También, y por último, habrá que cuestionar la utilidad de los pensamientos negativos.
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