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Las necesidades de las nuevas generaciones nada tienen que ver con las de antes. «Sienten que la formación que reciben no les capacita para el ... desarrollo de su actividad profesional y priorizan su vida personal a la laboral», apunta Rafael Puyol, presidente de UNIR, que moderará este jueves en la jornada matutina de Futuro en Español la mesa redonda 'La juventud del tercer milenio: desafíos y oportunidades en una sociedad digital' en la que animará a reflexionar, entre otras cuestiones, sobre «si les estamos dando a los jóvenes la formación que necesitan y si lo estamos haciendo de la forma adecuada».
– ¿Qué cambios se han producido en la juventud? ¿Cómo es la actual y a qué retos reales se enfrenta?
– Los jóvenes que tienen entre 18 y 30 años tienen ante sí una serie de problemas que se deben de enfrentar, como es el desequilibrio en el acceso a los estudios universitarios y de formación profesional. También tenemos una elevada existencia de ninis, ya que somos el segundo país de la Unión Europea con la mayor tasa. Los jóvenes, además, se ven afectados por los problemas de la temporalidad y de la precariedad, que siguen siendo notas distintivas de su actividad laboral; y son los que se van más tarde del hogar paterno. Los factores por lo que ocurre todo esto, además de cómo corregimos su especie de desafección por los procesos electorales, su salud mental y las obligaciones bastante complicadas que van a tener en el futuro -como el pago de las pensiones- son algunas de las cuestiones que plantearé en la mesa redonda a los ponentes.
– El sistema educativo, ¿responde a sus necesidades actuales?
– Ellos dicen que no, que la formación recibida no les capacita para el desarrollo de una actividad en el mercado laboral. Los jóvenes notan que tienen dos grandes lagunas: la formación práctica, sobre la que consideran que no reciben la suficiente y en las condiciones adecuadas; además de una formación de más capacidades y menos conocimientos, lo que les dificulta el acomodo en el mercado laboral. Todo ello nos indica que, probablemente, hay algo que no estamos haciendo bien, por lo que deberíamos de replantearnos un poco la definición y la estructura de los estudios universitarios que les ofertamos para adaptarlos a lo que ellos consideran que serían sus necesidades básicas.
– La formación que reciben ahora nada tiene que ver con la de hace unos años. ¿Qué tipo de educación esperan obtener y qué oportunidades genera esta forma de aprendizaje?
– Tenemos que pensar en situar a los jóvenes en el centro de la actividad de nuestras instituciones universitarias y conseguir que los docentes les enseñen lo que ellos necesitan y menos lo que saben los propios profesores, porque tienen unas características muy diferentes a las que tenían las anteriores generaciones. Son nativos digitales, apuestan por el uso de plataformas y están muy interesados en la inteligencia artificial. Estamos en una época de cambio hacia procesos de digitalización de las universidades y de introducción de la IA que, quizá, no se refleja de manera suficiente en la oferta educativa que hacemos, por lo que nos deberíamos de plantear la necesidad de cambiar lo que enseñamos y la forma en la que lo hacemos. Hay que meditar profundamente sobre la necesidad de definir una nueva oferta educativa y de enseñar estas cosas de una manera distinta.
– ¿Cuál es el papel, por tanto, de las universidades españolas? ¿Cómo tienen que acometer este cambio las instituciones académicas para responder a las necesidades de los jóvenes?
- Replanteándonos un poco si estamos ofertando la formación que precisan los alumnos, si les estamos enseñando de manera adecuada los conocimientos y capacidades que necesitan... ¿Les estamos ofertando suficiente formación continua para que un profesional pueda realizar su labor de forma actualizada? Si es que no, tendremos que intensificar esa oferta educativa. Vivimos un momento de reflexión importante y, probablemente, de ella tendrán que salir soluciones para enfrentar estas cuestiones, porque de lo contrario nos vamos a quedar atrás y seguirá produciéndose ese desinterés de los estudiantes que, en ocasiones, se manifiesta en la poca asistencia a clase.
– Esas soluciones deben de abordarse cuanto antes, una coyuntura que no se antoja nada sencilla para las universidades.
– En la universidad no hay nada sencillo. Es una institución que siempre está inmersa en una crisis de crecimiento, porque la universidad tiene que vivir en constante tensión para adaptarse poco a poco a lo que demanda la sociedad, el mercado y los propios estudiantes. De lo contrario, nos quedaremos atrás.
– Al final, estos jóvenes son nativos digitales, pero ¿en qué momento han decidido priorizar su vida personal a la laboral?
– Estas nuevas generaciones no son tan fieles a una empresa como las anteriores. Un 'boomer' se empleaba desde joven en una entidad y acababa jubilándose muchas veces en ella, pero los jóvenes de ahora prefieren la movilidad. Llegan a una empresa y priorizan sus cuestiones personales. No quieren vivir constreñidos por las exigencias que pueda imponer una determinada entidad y llegan a sacrificar cuestiones económicas en pro de una mayor libertad personal y de actuación. Si no les gusta lo que ven o lo que piensan que puede proporcionarles una compañía, se van. Observamos un cambio muy claro en las generaciones actuales con respecto a las anteriores.
– Esta diferencia de actitud, ¿qué retos, cambios o transformaciones puede provocar tanto en las entidades como en las instituciones?
– Las universidades deberíamos de tener una relación con el mundo empresarial, con las empresas e instituciones, mucho mayor de la que tenemos en estos momentos. Una de las asignaturas pendientes que tiene nuestro país es que la intensidad de las relaciones universidad-empresa no alcanza los valores deseables, cuando nosotros tenemos que saber en todo momento qué es lo que necesitan las entidades y qué formación tenemos que ofrecerles a los estudiantes. Ellas nos tienen que decir las deficiencias, insuficiencias o carencias que detectan y las universidades tenemos que ser sensibles a estas necesidades para poder actuar en consecuencia. Las empresas también tienen que ser sensibles a las necesidades de las universidades y ayudarnos más, por ejemplo, en la financiación de la investigación que se pueda realizar en el mundo universitario. Tenemos que apostar por intensificar esos contactos entre ambas instituciones.
– Sobre todo, porque si cambian las necesidades de los jóvenes no resulta descabellado pensar que nos encaminamos hacia un nuevo mercado laboral, ¿no?
– Nos encaminamos a un mercado laboral en el que el número de jóvenes va a ser cada vez más reducido. Esto, probablemente, mejorará la situación laboral de estas personas, pero también nos exigirá la formación que va a resultar necesaria para desarrollar su actividad profesional en el mundo empresarial. Hay que cuidar mucho a los jóvenes, porque tenemos pocos, y que todos los esfuerzos que se realicen se hagan por ellos, porque serán muy útiles para el futuro de nuestra economía, de nuestro mercado laboral y de nuestra sociedad.
– Cada vez la caída de la natalidad es más acusada. ¿Cómo va a repercutir en la universidad?
– Dentro de pocos años se va a producir, inevitablemente, una disminución del número de estudiantes universitarios nacionales, porque aunque se mantuviera la tasa de escolarización o subiese un poquito, el número absoluto de jóvenes que van a llegar va a ser cada vez menor, habrá menos estudiantes. Ahí tendremos entonces un sistema universitario de casi cien universidades disponibles y, por tanto, lo que tendríamos que hacer es realizar un esfuerzo en dos direcciones: captar más alumnos extranjeros, porque la tasa de estos estudiantes es muy pequeña, del 4%; e insistir con mayor intensidad en la formación continua. Al sistema, que se compone por un lado de los grados, másteres y doctorados, le añadiría esta cuarta pata para que el profesional pueda permanecer actualizado y no vea obsoletos sus conocimientos al cabo de unos años.
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