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«Dudo mucho que esta ópera sea del gusto de Putin. No creo que fuera a verla, pensando que es solo para niños. Es más, creo que debe ignorar su existencia». Lo dice con cierta sorna Dmitri Tcherniakov (Moscú, 1970), director de escena que regresa al Teatro Real con 'El cuento del zar Saltán', de Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908). Basado en un relato de Aleksandr Pushkin (1799-1837), es un clásico del repertorio ruso, un cuento de hadas en el Tcherniakov busca «el lado oscuro» jugando con una partitura «expresiva y luminosa».
«Su título completo debe ser el más largo del mudo», bromea Tcherniakov enunciándolo: 'El cuento del zar Saltán, de su hijo, el célebre y valiente guerrero Guidón Saltánovich, y de la bella zarina Libeda, reina de los cisnes'. Un título que sigue «muy vivo en mi país» dice, que se representó en la Rusia zarista, en la bolchevique y en soviética y que se sigue representado en la autocrática Rusia de Vladímir Putin.
«Quizá pueda ser una obra política, como muchas de las óperas clásicas rusas, por el contexto bélico actual. En este montaje se alude en varias ocasiones a la guerra, e incluso oímos que 'la guerra está de camino'. La estrenamos hace seis años, en un momento histórico y político diferente; ahora la situación es otra, y quizá se de una lectura diferente en cada momento», plantea Tcherniakov.
Entre el 30 de abril y el 11 de mayo el Real ofrecerá siete funciones de la nueva producción de esta ópera de raíz popular en colaboración con el Teatro de la Moneda de Bruselas, donde se estrenó en 2019 y se hizo merecedora del prestigioso premio a la mejor nueva producción operística.
Se basa en uno de los más bellos poemas narrativos Pushkin, inspirado, a su vez, en cuentos tradicionales que forman parte del imaginario infantil ruso y con el que Rimski-Kórsakov quiso celebrar el centenario del gran escritor y héroe nacional en 1899.
Es la primera vez que 'El zar Saltán' se presenta en el Real, pero es la segunda ópera de la temporada basada en un poema de Pushkin, de quien el pasado año se conmemoró el 225 aniversario de su nacimiento. Si el 'Eugenio Oneguin' de Chaikovski, presentado hace dos meses, retrataba a la sociedad zarista de los salones aristocráticos con un héroe trágico al estilo de Lord Byron, 'El zar Saltán' «reivindica la Rusia oriental y paneslava de las tradiciones atávicas, las sagas medievales, las leyendas populares, el folclore, el arraigo a la tierra y la servidumbre a las fuerzas de la naturaleza y los designios divinos», apunta Tcherniakov.
«Más que el cuento infantil, me interesa el lado oscuro de un relato en el que el verdadero protagonista es el amor entre la madre y el hijo, y no el Sultán o el zar, el poder», dice el director de escena ruso, que regresa al coliseo madrileño tras más de doce años de ausencia.
La representación fusiona así el relato tradicional con una historia contemporánea que aborda la relación entre una madre y su hijo. Una esforzada progenitora que cría sola a su amado su hijo autista sobreponiéndose al abandono y al desprecio de la familia, interpreta con él 'El cuento del zar Saltán' como en un pequeño teatro, «para que a través de la fantasía el niño se acerque a la complejidad del mundo real con sus hostilidades, congojas, miedos y angustias, pero también con el refugio en la fantasía, el ensueño y el amor».
Amplía así la fuerza aleccionadora del cuento con una lectura «desasosegante» para unos padres que reflexionan sobre el cuento fantástico que acaban de leer a su hijo. El niño autista interpreta al príncipe Guidón y su madre a la zarina Militrisa. A partir de ahí, el imaginario del niño se apropia del escenario y los personajes recrean su universo infantil a través de garabatos, colores y unos extravagantes trajes que parecen salir de sus dibujos infantiles.
La trama evoca la tipología mítica de 'La cenicienta', común en tantas leyendas ancestrales: dos perversas hermanas mayores –la cocinera y la hilandera– intentan destruir a la más pequeña, Militrisa, elegida por el zar como esposa. Urdiendo un plan diabólico, con la complicidad de la malvada madrina Babarija, hacen llegar al soberano la noticia de que la zarina dio a luz un ser deforme y monstruoso, provocando que la madre e hijo sean introducidos en un barril y lanzados al mar hasta llegar a la isla mítica de Buyán.
Ahí llegan con el pequeño príncipe ya convertido en un benévolo y valiente adulto, que logra salvar a una mágica Princesa Cisne matando al vil halcón que la atacaba con el arco y la flecha que acababa de construir.
Las peripecias mágicas y los sortilegios se contraponen al mundo contaminado y miserable del zar y sus súbditos en «una enmascarada y sutil crítica al zarismo y sus estamentos y la maravillosa y quimérica ciudad de Ledenets, donde reina su clandestino heredero, el príncipe Guidón» . Un relato fantástico y tierno en el que por un hechizo el zarévich Guidon es transformado en mosquito, su hermana, en un cisne y madre, se enfrentará a una serie de desafíos mágicos.
La dirección musical está a cargo de Ouri Bronchti, batuta que debuta en el Teatro Real. A su juicio la ópera se desarrolla «con una música claramente descriptiva y evocadora, riquísima en efectos expresivos de múltiples colores y perfumes eslavos». La partitura de Rimski-Kórsakov se apega a la esencia rusa «y bebe tanto del folclore eslavo como, subrepticiamente, de Wagner o del sinfonismo centroeuropeo».
El tenor Bogdan Volkov encarna al Príncipe Guidón como cabeza de un reparto en el que destacan el bajo Ante Jerkunica (Zar Saltán), las sopranos Svetlana Aksenova (Zarina Militrisa) y Nina Minasyan (Princesa Cisne) y la mezzosoprano Carole Wilson (Babarija).
Para que esta ópera de adultos llegue al mundo de los niños, verdaderos destinatarios del cuento de Pushkin, en el Real Teatro De Retiro se ofrece una nueva producción propia dirigida al público familiar (a partir de los 8 años) titulada 'Un cuento de hadas: El zar Saltán'.
Es una versión para piano de Nadezhda Rimskaya-Korsakova, con dramaturgia, dirección de escena y presentación de Eduardo Aguirre de Cárcer, con ilustraciones de Fran Parreño y Eva Serrano, animación de Fran Solo, iluminación de Cristina Cejas, interpretación al piano de Samuel Martín y Gonzalo Villaruel y la voz en off de Elisa Hipólito.
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