Autoengaño

La representación se realiza entre paredes de ladrillo gris. Y este color es el que predomina en el decorado, el vestuario y el alma de los personajes, convirtiéndolos en aún más anodinos y sus vidas todavía más triviales. Esa neutralidad tan marcada y profunda también otorga un sentido sórdido y claustrofóbico a la función. Salir de ese ambiente no represivo pero sí desanclado de la realidad se convierte en una necesidad para respirar porque todo el mundo ideal construido alrededor de la familia se desmorona conforme el padre envejece y ya no es tan hábil para convencer.

La obra plantea bien un conflicto vital, existencial y familiar, pero en la adaptación se han conservado elementos, sobre todo de los diálogos, que deberían haber sido más trabajados. Por ejemplo, al inicio los dos hijos se sientan a hablar sobre una supuesta experiencia como vaquero en Nebraska, una conversación que resulta totalmente inverosímil. Si ya es extraño que dos jóvenes se sienten a hablar sobre su labor ganadera en los Cameros hoy en día, hacerlo sobre un estado central de EE UU se convierte en ciencia ficción. Sí aguanta, en cambio, el clima de precariedad expuesto, como el hecho de que se zurzan medias, algo que, quien más quien menos, hemos conocido la mayoría.

Juega en este montaje un papel fundamental Imanol Arias, el protagonista, en un papel que bien parece un 'spin off' de Antonio Alcántara al otro lado del charco. Autoritario, rey de un castillo de arena, flanqueado por su familia. Pero brillan aún más los intérpretes de la esposa y los hijos, que son quienes, con su veracidad, ayudan a redondear el personaje protagonista, sus aristas.