Convergencia de tiempos literarios

Por todo ello se retira la protagonista a una pequeña isla del Mediterráneo. Allí lee a Séneca ('De vita beata'), a Bertrand Russell ('Elogio de la ociosidad'), a Susan Sontag ('Sobre la fotografía') y a oportunos pensadores y escritores como Walter Benjamin, Compagnon, Chantal Maillard, Anne Boyer o Georges Perec.

Pero antes de esas referencias eruditas Azahara cuenta una más doméstica: cómo su madre le enseñó a respirar siendo niña, es decir a pensar que respiraba, a ser consciente del ejercicio mental que requiere cada momento físico de estar vivo, o viceversa. «Con cada respiración –escribe–, contaba del uno al diez y del diez al cero, del uno al veinte y del veinte al cero, del uno al treinta... y el cuerpo empezaba a pesarme, a hacérseme evidente...»

La respiración, el pulso, los pasos al andar o al quedarse parado, son medidas del tiempo corpóreo que la narración traslada al relato y este a su vez convierte en tiempo consciente. Pero el relato también ha de tener su ritmo. Y eso lo sabe muy bien Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956), que desde su primeras novelas hasta la última viene reflexionando sobre la relatividad de esa escurridiza dimensión: «Pensó que en los últimos tres años el tiempo había sido una cosa inmóvil, como el espacio cuando se viaja de noche por llanuras sin luces...»

Esto escribía en 'El invierno en Lisboa' (Seix Barral, 1988), una historia de amor imposible, un amor furtivo y sin futuro, que, sin solución de continuidad, ahora en 'No te veré morir' (2023), parece reproducirse en otra historia de amor a la que ya no queda tiempo real, solo ideal. En una oración única que ocupa un primer capítulo de setenta y tres páginas describe cómo «... sonaba el mismo reloj de péndulo de cincuenta años atrás, acentuando el silencio en que los dos se miraban aquella vez, en el momento de una despedida que no podían concebir...»

Son algunas de las obsesiones literarias que Antonio Muñoz Molina y Azahara Alonso sobrevolaron este jueves con otras palabras en la primera conversación de Cuéntalo 2023, una edición del Festival de Narrativas de Logroño dedicada monográficamente al tiempo que los reunió en el Auditorio del Ayuntamiento ante unos quinientos espectadores. «La materia prima de la literatura es el tiempo, lo que nos hace y nos deshace», aseguró Muñoz Molina.

Entre pasado, presente, futuro y posteridad, ambos se mostraron más preocupados por la actualidad: «Escribo tratando de recuperar un tiempo realmente libre, un tiempo ocupado que no sea solo el del mercado laboral y un ocio que no sea el impuesto», afirmó Alonso. «Las redes son terribles –se quejó él–. Entre leer un tuit venenoso y leer a Machado, yo prefiero a Machado. Con el tiempo la gente irá desarrollando una resistencia a esta imposición. Hay que hacer una rebelión feroz contra este mundo».

En este mismo mundo cambiante, cuando el hoy académico ya empezaba a conocer el éxito, hace treinta y cinco años, nacía la poeta asturiana, pero, este jueves, la distancia generacional entre ambos daba a su encuentro una perspectiva de destinos cruzados por el hecho de coincidir en una cosa: las historias contadas convierten en tiempo consciente todo el tiempo perdido que va desechando la vida. Es el tiempo literario.