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Logroño vivió ayer su noche de brujas más real. La recreación del Auto de Fe de 1610, que se ha convertido en una tradición muy atractiva para los visitantes a juzgar por el numeroso público que se vio, tuvo lugar a los pies de ... San Bartolomé y prácticamente a oscuras. Sólo la tenue luz de las antorchas y las hogueras iluminaron el escenario donde tuvo lugar la recreación del Akelarre y posterior ajusticiamiento en el que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición juzgó, condenó y quemó en la hoguera a once personas. Las protagonistas: diez brujas de todas las edades (las reales tenían entre 37 y 70 años) recreadas por vecinas de la localidad navarra. Arropadas por cientos de personas, esta vez sentadas en sillas (aunque la mayoría lo hizo de pie), las mujeres y un niño (se insiste en que fueron hombre y mujeres) revivieron sus ritos al igual que en las cuevas de Zugarramurdi hace más de 400 años.
La escenificación comenzó con la recreación de labores cotidianas, unas recogían manzanas mientras otras cortaban leña o preparaban el fuego... Pero la tranquilidad pronto fue interrumpida con la llegada del inquisidor Juan del Valle Alvarado y de un nutrido grupo de abades (en realidad soldados de la Guardia de Santiago y Encomienda de Santiago), conocedores de las supuestas herejías confiadas por un monje delator. El momento fue ganando en intensidad y la música de txalaparta interpretada por Alfredo y Vicente dio paso a las 'brujas', que insistían en su inocencia. «No matamos a los niños, lo único que hemos hecho es enseñar nuestras creencias sobre las propiedades de la plantas que nos enseñaron nuestros antepasados, si bien es verdad que algunas sirven para soñar, bailar y disfrutar..». Y prosiguieron: «Nos reunimos de noche y a escondidas porque no nos dejan hacerlo en otro lugar». Se defendían, mientras desde una tribuna escuchaban las amenazas de excomunión, desmembramiento de huesos, extirpación de ojos y otras torturas.
Se oyeron sonoros 'irrintzis' y las ajusticiadas siguieron: «Nos dicen que besamos en culo al diablo ¡qué repugnancia, que somos capaces de profanar tumbas, destruir campos, que somos capaces de provocar tempestades para hundir barcos». Pero la compasión no llegó, solo el aviso amenazante de lo que iba a ser su destino: «¡Que conozcan el poder, la ira de dios y el poder de la alta Inquisición». Entonces se oyó el grito de una mujer advirtiendo a las demás de lo que terminaría por ocurrir: «... esconded nuestros ritos, porque si no, nos llevarán a la hoguera». Al grito de «prendedlas!» se ordenó su captura y las 'brujas' desaparecieron por las oscuras calles aledañas. Nosirvieron de nada sus intentos de desembarazarse de los soldados: las ajusticiadas aparecerían minutos después presas en El Revellín, desde donde más tarde, comenzarían un lento regreso hasta la plaza de San Bartolomé, donde acabaría celebrándose el Auto de Fe y la posterior quema'.
Portales, decorada con vistosos estandartes y a rebosar de público, fue el escenario que les conduciría hasta el fatal desenlace. Con sus característicos capirotes blancos, despeinadas, maltrechas y ensangrentadas, las mujeres (y también hombres), eran conducidos con una larga soga. «¡No somos brujas, somos curanderas!», intentaban defenderse inútilmente una de ellas mientras su verdugo se jactaba de haberla cogido para echarla al fuego. «¡Las tenemos! ¡Ya nadie podrá hacer maleficios sobre vuestras familias», voceaba el verdugo a lo que el público le respondía con una sonora desaprobación. «¡Fuera, fuera, asesino...!», se oyó decir.
Desde una tribuna, presidida por seis jueces, seis monjes y el estandarte de la Inquisición (una cruz verde) les esperaban para comenzar el acto central de la representación. Allí estaban los inquisidores Alonso Becerra, Juan del Valle y Alonso de Salazar. Con el público como testigo (los más próximos a la calle Caballerías tenían problemas para escuchar los diálogos) fueron llamando uno a uno a los ajusticiados. La primera: Graciana de Segarra, luego le seguirían las demás. De nada sirvió apelar a la misericordia del tribunal, pues las seis que se resistieron fueron quemadas vivas acusadas de organizar akelarres, soldar huesos quebrantados, realizar pócimas y reuniones clandestinas a la sombra de la fe católica.
Así concluía un fragmento de la historia de inicios del s. XVII, el que une a Logroño y Zugarramurdi con unos lazos cada vez más estrechos. La lluvia amenazó el final en varias ocasiones, pero, «aunque hubiera diluviado» no se hubiera suspendido. Ya lo avisó el concejal Kilian Cruz-Dunne. La fiesta continúa este domingo con un homenaje a las víctimas del Auto, a las 13,30 horas. en el Bosque de la Memoria del Parque del Ebro.
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