¿Qué se ha hecho de la comunidad educativa?
IGLESIA ·
JUSTO GARCÍA TURZA
Domingo, 4 de julio 2021, 02:00
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JUSTO GARCÍA TURZA
Domingo, 4 de julio 2021, 02:00
El pasado día 25, y siguiendo la recomendación de mis médicos de mover el esqueleto todo lo que pueda, me llegué casi sin darme cuenta hasta el instituto Tomás Mingot, de Siete Infantes de Lara, del que yo tengo un recuerdo estupendo. Han pasado muchos ... años de mi estancia en ese centro, pero la verdad es que raro es el día en que no me saluda algún antiguo alumno o alumna. Ellos me reconocen bien: aunque ya viejo, sigo manteniendo las mismas facciones, en tanto que yo a ellos, si no me lo dicen, no hay forma. Andaban en torno a los quince años y hoy casi todos ellos tienen hijos ya creciditos.
Ahora bien, la gozada es plena –y compartida– cuando me tropiezo con algún profesor o profesora de aquellos años. Aunque físicamente hemos cambiado, no tanto como para no reconocernos. Siempre echamos una parrafada que nos rejuvenece y que nos llena de nostalgia. Era gente estupenda, o al menos así la recuerdo yo. El paso del tiempo, y en lo que cuento ha sido mucho tiempo, borra las pequeñas aristas que siempre se crean entre personas que comparten una actividad muy cuerpo a cuerpo. Claro que tenían algún defecto. Como los he tenido y tengo yo. Pero eran gente entregada a su trabajo, hombres y mujeres, básicamente en lo mejor de su vida, empeñados en sacar de aquellos chavales y chavalas lo mejor de sí mismos. Querían a los chicos aún los días en que había que bregar especialmente con ellos, sobre todo los lunes y en época de exámenes.
Las tertulias informales en la sala de profesores –creo que se llamaba así–, las sesiones del claustro de profesores, las reuniones del Consejo escolar, alguna comida que hacíamos juntos y, sobre todo, las parrafadas personales han dejado en mí un recuerdo que me hace pensar y dar gracias a Dios por haberme rodeado de gente tan estupenda y entregada a su trabajo. Estos a los que me refiero son la verdadera comunidad educativa, junto con los padres.
Cuando yo oigo hablar o leo cosas que hacen referencia a la educación de los más de 8 millones de españoles y los casi 700.000 profesores en enseñanzas no universitarias, siempre me digo a mí mismo que «la comunidad educativa no es el señor Wert y su equipo, ni la señora Celáa y su equipo». Para mí, como para la mayoría de la gente corriente y currante, la comunidad educativa de verdad, la fetén, son los padres y los maestros, y en su caso los profesores de instituto o de universidad.
Señora Celaá, los padres quieren lo mejor para sus hijos, porque son sus hijos, no del Estado, y mucho menos de usted por muy ministra de Educación que usted sea. Señora Celaá, los profesores de los institutos quieren lo mejor para sus alumnos porque son muy profesionales en general, y usted debe poner todos los medios para que esos alumnos lleguen a ser buenos ciudadanos, no súbditos del Estado como parece que pretenden ustedes. Señora, Celaá, ¿cuándo se van a convencer los políticos –todos sin excepción– de la necesidad urgente de un consenso de educación para salir de una vez del follón asfixiante que nos han creado con tanta LOE, LONCE, LOGSE, LOMLOE, mucho más enrevesado que el VAR en el fútbol, que ya es decir? Ustedes, con tanta ley, nos están dejando exhaustos, agotados.
Usted, señora Celaá, y su grupo han querido sacar adelante esta ley –ya se ve que no va a ser la última– precisamente en plena pandemia, de forma rastreramente interesada, con una prisa que nadie sabe a qué ha venido y sin ningún debate social. Yo no soy para nada un experto pero tengo ojos y veo que esta ley llamada LOMLOE es un ataque desmedido contra la pluralidad y la libertad, sobre todo en lo que hace a la concertada, a la educación diferenciada y no digamos nada contra la religión en la escuela. Pero qué perra han cogido ustedes con la religión. Cuánta gente le diría a usted a la cara y si tuviera oportunidad que «ese no es el problema de los españoles, señora Celaá, que los problemas reales son otros».
Termino, señora Celaá, diciéndole que yo recibí una educación exigente en mi escuela, en el seminario y en la universidad. Exigencia que también a mí me mosqueaba y que de adulto siempre he agradecido. ¿Qué pretenden hoy hacer con los estudiantes? ¿Holgazanes que aspiren a un título ganado con trampas como nos muestran un día sí y otro también en sus rifirrafes infantiles en el Congreso y en el Senado? Para este viaje, señora ministra, no nos hacían falta tantas alforjas.
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