La cirugía reparadora también hace reimplantes en el mundo del arte. Apolo da fe de ello. Una escultura del dios griego, emplazada en el Palacio de la Granja de San Ildefonso (Segovia), se exhibe con sus cinco dedos. Antes no los tenía porque le faltaba ... el meñique de la mano izquierda, desaparecido en los años ochenta. Después de que un ciudadano lo devolviera hace meses impecablemente guardado en una cajita, la falange de mármol ha sido reinsertada en la figura, propiedad de Patrimonio Nacional.
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A Apolo no se le caen los anillos, pero si quisiera podría lucirlos ahora en todos sus dedos. Antes ligeramente tullida, la escultura, ejecutada por Francesco Maria Nocchieri en el siglo XVII, está ya completa en toda su sugerente corporeidad gracias a una cuidada restauración.
La pieza no fue víctima de los vándalos, sino que seguramente se deterioró por el paso del tiempo. Pese a lo que pueda parecer, el mármol es más frágil de lo que parece, sobre todo si ha permanecido expuesto, como es el caso, al aire libre.
Luego de un minucioso proceso de restauración, que ha consistido en limpiar el dedo, reintegrarlo con masilla a la mano y colorearlo, tarea de la que se ha encargado Ana María Loureiro, Apolo luce con su meñique nuevo como dios todopoderoso que es. Si fuera zurdo podría tocar si quisiera hasta la lira, instrumento con el que aparece el hijo de Zeus, aunque no lo necesita. Para algo el Olimpo está poblado por seres omnipotentes.
La devolución del dedo extraviado se produjo en Aranjuez, en cuyo Palacio Real estuvo durante mucho tiempo, hasta que a principios de este siglo la escultura fue trasladada a La Granja. Cuando el delegado de Patrimonio Nacional en el Real Sitio, Nilo Fernández, vio el dedo, le entró cierta aprensión. «Es de tamaño natural, lo que causa un poco de grima. Es un poquito mayor que un dedo humano y está tan bien tallado, tiene ese color tan blanco, que parece que ha sido arrancado. Tiene una factura muy humana», asegura Fernández.
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Antes de limpiar el meñique y acoplarlo a la mano, hubo que comprobar que el fragmento en cuestión pertenecía a la misma piedra. Una vez que los restauradores se cercioraron del origen de la falange, se procedió a pegarla. «En todas esas piedras que se desgajan o se rompen, la unificación nunca es absolutamente exacta, porque hay trocitos que se convierten en arenisca o se desprenden. Es una operación delicada, que hay que realizar con precisión para que la fisura se aprecie lo menos posible. El equipo de restauración lo ha hecho estupendamente», aduce Nilo Fernández.
Ahora que Apolo ha recobrado su dedo, existe otro sosias que aún permanece mutilado. Y es que cuando la escultura cambió de ubicación en el año 2000, se decidió que Aranjuez no se quedara huérfana de la belleza apolínea. Fue entonces cuando se hizo una réplica que, en coherencia con la época, estaba desprovista del meñique izquierdo. El padre de este Apolo algo lisiado y ahora rozagante de salud, Nocchieri, aprendió el arte de esculpir en el estudio de Bernini. Protegido por la reina Cristina de Suecia, ejecutó su obra entre 1684 y 1686 para completar un conjunto de esculturas romanas de musas halladas en la Villa Adriana. Se encontraba en el palacio Riario de Roma, residencia de la reina sueca. Las esculturas estaban agrupadas y presididas por Apolo, en una sala que evocaba el Parnaso.
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Luego la obra dio muchos tumbos. En 1724, los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio adquirieron la colección para su palacio de la Granja de San Ildefonso. Pero Carlos IV mandó llevar el Apolo a Aranjuez en 1789 para colocarlo en una fuente del Jardín del Príncipe, terminada en 1827.
Permaneció en Aranjuez hasta el año 2000, fecha en que volvió al palacio segoviano con motivo de la reordenación y recuperación museística. Ahora se exhibe en el centro del muro de la Sala de la Fuente del palacio de la Granja.
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