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José Sacristán (Chinchón, 1937) lo ha ganado todo: el Goya a mejor actor protagonista por 'El muerto y ser feliz', dos Conchas de Plata del Festival de San Sebastián, el Premio Nacional de Cinematografía este mismo año, el Feroz de Honor... Tras 125 películas y ... en mitad de la gira teatral de 'Señora de rojo sobre fondo gris', con la que recorrerá España hasta junio de 2022, el actor recibirá el Goya de Honor el próximo 12 de febrero en la gala que se celebrará en el Palau de Les Arts de Valencia.
El hombre que puso 100.000 pesetas para la creación de la Academia de Cine hace 36 años por iniciativa del productor Alfredo Matas tuvo que esperar hasta 2013 para hacerse con una estatuilla. La junta directiva otorga su galardón honorífico al veterano intérprete «por ser un modelo de entrega, pasión, ética y profesionalidad para todos los cineastas jóvenes». Y añade: «Por ser el rostro y la voz del cine español de las últimas seis décadas. Por saber representarnos de forma única en tantos títulos inolvidables que forman parte de nuestra memoria íntima. Y por haber sabido adelantar desde el reflejo que nos ha devuelto en la pantalla algunos de los grandes cambios que hemos vivido en nuestro cine y en nuestra sociedad».
Cierto. Desde que debutó en 1965 en 'La familia y... uno más', José Sacristán lo ha sido todo en el cine español. Ha encarnado mejor que nadie al españolito de la Transición, zarandeado por la herencia franquista y los nuevos aires de libertad. Su rostro ha aparecido tanto en el mejor cine de autor como en las comedias taquilleras en las que perseguía suecas junto a Alfredo Landa. De Mariano Ozores –'Cómo está el servicio', 'Manolo la Nuit'–, a 'Parranda' de Gonzalo Suárez; de José Luis Garci y su icónica 'Solos en la madrugada' al salvaje Eloy de la Iglesia de 'El diputado'; de la troupe de Berlanga –'La vaquilla', 'Todos a la cárcel'– a los cómicos de la legua de 'El viaje a ninguna parte' que parió Fernando Fernán Gómez.
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«Mi carrera ha sido el gozo del crío que ha visto cumplido su propósito: el de hacer creer a la gente que era el estudiante, el pregonero, el recluta, el emigrante, el abogado, el médico… y que la gente se lo creyera», asegura Sacristán, quien, medio en broma, medio en serio, siempre define su método interpretativo como mitad Stanislavski, mitad La Niña de los Peines. Loco por el flamenco, el actor recuerda que el verdadero cante jondo empieza donde acaban las facultades. Cada vez que sale a un escenario o gritan acción en un plató, explica, es como cuando de niño se ponía plumas en la cabeza en Chinchón y le hacía creer a su abuela que era un comanche.
A sus 84 años, José Sacristán, que vendía libros del Círculo de Lectores por los camerinos antes de poder vivir de su oficio, mantiene la figura quijotesca y una voz prodigiosa. Siempre regresa a Chinchón, de donde se fue con siete años mientras su madre seguía a su padre por las cárceles en la que estaba preso por sus ideas republicanas. Tres familias en un piso de 40 metros cuadrados y una habitación con derecho a cocina en el mísero Madrid de posguerra. Cada vez que le preguntaban qué quería ser, respondía: «Artista de cine». Y llamaban a su padre, que contestaba: «¿Qué hago? ¿Lo mato?». Cuando le concedieron la Medalla de Oro de las Bellas Artes, el actor acudió al Pardo con su padre. «¿Sabe majestad», le dijo al rey Juan Carlos. «Es que el dueño de esto metió a mi padre en la cárcel». «¿Puedo darte un abrazo, Venancio?», le ganó el monarca.
Aquel aprendiz de 14 años en un taller mecánico cumplió 18 meses de mili en Melilla y a la vuelta se metió de meritorio en la compañía del teatro Infanta Isabel. Yya no paró. «Sería un miserable si me quejase porque nunca me ha faltado trabajo», reconocía este lunes. «En ocasiones, lo que ganaba no era suficiente para cubrir mis obligaciones, pero ese era mi problema. Me lo he currado, pero hay un factor suerte que me ha acompañado. Reconozco y agradezco el privilegio, no se me escapa».
Aunque ahora nos parezca increíble, a mediados de los 90 las pantallas españolas se olvidaron del protagonista de 'Un lugar en el mundo'. Desapareció hasta que David Trueba le recuperó en 2011 en 'Madrid, 1987'. Después, una nueva generación de cineastas (Carlos Vermut, Javier Rebollo, Isaki Lacuesta) le reivindicó y Sacristán vive ahora una segunda parte de su carrera en la que tiene que hacer malabarismos para conciliar el teatro y series como 'Velvet' y 'Alta mar'.
Ha dirigido tres películas, 'Cara de acelga', 'Soldados de plomo' y 'Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?', «que no son obras maestras, pero los personajes entran por la derecha y salen por la izquierda». En Argentina le veneran por llenar teatros. José Sacristán está ya por encima del bien y del mal y se ha convertido en un referente moral al que le duele la falta de unidad de la izquierda. Como recordó Aitana Sánchez-Gijón, su compañera durante cinco temporadas en 'Velvet', en la entrega del Nacional de Cine en el último Zinemaldia, los actores pueden disfrutar de una jornada de descanso gracias a la huelga que Sacristán y otros como Juan Diego, Ana Belén y Tina Sáinz hicieron en 1975. «He dedicado gran parte de mi carrera no a desentrañar la complejidad de los personajes, sino a ver cómo puñetas llegaba a fin de mes y podía pagar el alquiler», se sinceró el actor en San Sebastián.
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