Tiene Paco Roca (Valencia, 1969) un aire travieso, con ese remolino sobre la frente y el gesto concentrado de quien está maquinando algo. A este historietista de discurso alborotado y autor de clásicos del cómic como 'Arrugas', 'El invierno del dibujante' o 'Twists of fate', ... la fama le afecta más de lo que desearía, quizá porque añora aquellos tiempos en los que trabajaba en pijama, ajeno a conferencias, exposiciones y encargos intempestivos. Es padre de dos niñas a las que lee al echarse la noche y no puede evitar acordarse de cuando el niño era él y su familia, humilde y sin estudios, no veía futuro en su afición a los tebeos. «En mi casa sobraba cariño, pero faltaba cultura -dice-. No sé las veces que habré escuchado eso de 'tú sácate una carrera, que ya tendrás tiempo de hacer dibujos'». 28 años y un Premio Nacional después, Paco sigue abonado al desconcierto, como el que provocaba en el colegio de sus hijas. Sus constantes 'viajes' hacían pensar a los demás padres que era camionero... hasta que le vieron en una ceremonia de los Goya (tiene dos).
Lunes
7.00 horas. Soy de buen dormir, menos mal que Raquel se acuerda de poner el despertador. Hay que llevar a las niñas al colegio y ese acto, en apariencia sencillo, desencadena un zafarrancho. Mientras su madre las saca de la cama, las viste y se ocupa de que no olviden nada, yo preparo el desayuno: pan con jamón serrano y café, zumo cuando es temporada de naranjas; leche y cereales para las niñas... siempre a cámara rápida. Hasta que salen por la puerta y el silencio lo invade todo.
8.30 horas. Vivo en una casa antigua cerca de la estación del AVE, en Valencia, de esas que hace un siglo estaban rodeadas de huertas y luego fueron engullidas por la ciudad. Está sobre un garaje: la vivienda de dos plantas, una terraza grande y llena de plantas y un estudio con cristalera y un mueble lleno de libros de pared a pared. Allí trabajo siempre que no estoy de viaje. Todo el día. Una vez vinieron los de la televisión para hacer un 24 horas y tiraron la toalla. A ver si tú tienes más suerte.
11.30 horas. La gente se imagina a un dibujante como alguien bohemio y pegado a una botella de absenta en busca de inspiración. No es mi caso, soy ordenado y muy currante. Por la mañana, cuando me siento más fresco y creativo, me dedico al cómic. Ahora estoy embarcado en 'El abismo del olvido', que aborda un hecho ocurrido en Valencia en los años 40, una época de escasez y represión.
Martes
10.00 horas. Empecé mi último proyecto hace un año y me queda otro por delante. En agosto acabé el guión, pero no fue hasta septiembre que inicié los bocetos, una especie de 'storyboard' que no es definitivo y donde un camión o un uniforme son sólo garabatos. La planificación es fundamental. Trasladar la vida a viñetas exige un esfuerzo de síntesis donde nada es casual. Mi mujer asoma con una cerveza y nos tomamos un respiro en la terraza.
13.00 horas. Es el proceso de documentación el que define el rumbo. Leo todo lo que cae en mis manos, pero la clave está en hablar con los protagonistas o con sus descendientes. Testimonios que luego contrasto con mis historiadores de cabecera, ya amigos a fuerza de recurrir a ellos.
14.00 horas. Me gusta cocinar, sobre todo potajes, pero desde que Raquel trabaja en casa (es diseñadora gráfica) ha tomado el relevo... y subido el listón. Mucho. Hoy ha puesto arroz caldoso con cigalas, gambas y chipirones. Buah. Antes comíamos viendo informativos, pero ahora estamos con 'Seinfeld'. Las niñas se quedan a comer en el colegio y es cuando estamos más relajados.
Miércoles
11.00 horas. La Memoria histórica tiene mucha presencia en mi trabajo. Es una especie de agujero negro en el que te zambulles para contar algo concreto y acabas descubriendo cien derivadas. Escribo sobre lo que escucho y veo, lo que me rodea. ¿Tiene la pandemia un cómic? Quizá sí, otra cosa es que deba pasar un tiempo hasta que la asimilemos.
16.00 horas. Reservo las tardes para cosas que me permiten estar más disperso. Encargos publicitarios, carteles para festivales de música, estoy ilustrando un libro infantil, el otro día me llamaron del Betis para hacerle un dibujo al jugador Nabyl Fekir... Acabo de terminar una colaboración que me pidieron de la 'La Voz del Patio', el periódico que hacen los reclusos de la cárcel de Burgos. Añoro los tiempos en que trabajaba en pijama, pero ahora es un lujo. Aprovecho que han llegado las niñas para ir al salón con la tablet, ellas pintan y dibujan en un rincón de la mesa y yo en el otro.
Jueves
19.30 horas. A mis padres les costó mucho entender que su hijo se dedicara a algo artístico. Nunca me faltó cariño, pero sí cultura: ella era analfabeta y él tenía los estudios básicos. Como lo habían pasado mal, querían para su hijo una profesión que le mantuviera alejado de todo lo que habían vivido ellos. Tuve la suerte de que mi padre comprobase antes de morir que me había salido bien la jugada. Estuvo un año enfermo y cuando estaba ingresado en el hospital me dieron los dos Goya por 'Arrugas'. Entraban las enfermeras a sacarse una foto con las estatuillas y él estaba encantado.
20.00 horas. Cocino yo. Pollo empanado con mazorca y una patata asada; si no tengo tiempo, fritos con ensalada. Cuando acabamos, subo a la niñas a su cuarto, las acuesto y aprovechamos para leer 'Gilda', un cómic al que están enganchadas. Viven con naturalidad que me dedique a esto, no ven a su padre como un friki, aunque sí que les choca un poco que dé charlas en su colegio o que les lleven de visita a un museo donde tengo obra expuesta. Al principio, los padres de sus amigas pensaban que era camionero porque me pasaba el día viajando. Un día me vieron en los Goya entregando un premio y fliparon, claro.
Viernes
10.00 horas. Soy de la generación de Zipi-Zape, de Mortadelo y El Capitán Trueno; también de Mazinger Z, que nos puso a todos la cabeza del revés. Pero mis inicios fueron en el mundo de la pornografía, en Kiss Comix. ¿Se entendería el Paco Roca de ahora sin el de antes? Yo creo que no puedes quitar eslabones a una cadena sin que se suelte toda. Quizá no fue el inicio que habría escogido, pero sin él no hubiera saltado al El Víbora ni publicado fuera de España.
21.30 horas. Soy de leer varias cosas a la vez, tenga o no que ver con el trabajo. Acabo de terminar 'El año del Búfalo', de mi amigo Javier Pérez Andújar. Cuando me canso, mi chica y yo vemos alguna película o series como 'After life' o 'La cantina de medianoche'. Eso juntos, porque en cuanto pongo un documental de ciencia o me enchufo al 'Libro Boba Fett' o 'El Mandalorian', se va pitando.
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